El paraguas, bastón y fusta.
Se puede decir que el modo de vivir, de andar o de presentarse de un hombre dan a entender quien es.

Objetos de capricho.
El paraguas, bastón y fusta.
Una buena caña de indias con puño de oro era el bastón de nuestros abuelos; y más era un adorno que otra cosa, pues se llevaba demasiado largo y demasiado alto para que pudiese ofrecer un apoyo sólido. Sin embargo, en nuestras comedias antiguas se puede muy bien tolerar que un barba se sirva de su caña de indias cuando quiere corregir a sus hijos o sobrinos traviesos. Este adorno cae muy bien con las casacas bordadas y los chalecos de raso; pero ya solamente le llevan los hombres de alguna edad que no pueden desprenderse de su pasada juventud.
Los jóvenes llevan en el día cañitas ligeras que les sirven de apoyo cuando resbalan; pero los hombres bien educados, y aquellos que por hábito y cuidado han dado a sus cuerpos movimientos fáciles y saben cómo colocar sus brazos y manos no tienen necesidad de semejantes cañas ni las llevan.
Se suele decir comúnmente que las inclinaciones de un hombre se conocen por la clase de compañías que frecuenta, e igualmente se puede decir que su modo de vivir, de andar o de presentarse dan a entender quien es.
Ved sino aquel hombre con unas patillas espesas que le cubren la mitad de la cara, un capote terciado, una corbata negra y que se clarea, y el sombrero tirado sobre la oreja; este hombre parece que está observando a todos, y que quiere pasar sin ser visto, pues es algún espía.
Mirad al otro, cuyo modo de andar es precipitado, desigual, y con períodos sobre un pie como sobre otro; que huele de cien leguas a ámbar y almizcle, y cuyas miradas azoradas giran por todos lados; este es un fatuo.
El otro joven que anda reposado con aire contemplativo, o bien es algún estudiante de medicina, o de leyes.
Si veo acercarse a un elegante de mal gusto, que tiene todo el aire de desvergonzado y muy pagado de sí mismo, más bien ridículo que elegantemente vestido, y que voltea en una mano un junquillo, este, me digo a mí mismo, es el Lovelace de algún café, el cortejo de las que se dan apariencia de señoritas sin serlo, o un cómico de provincia o de la legua que representa los papeles de galán en algún melodrama extranjero.
Miremos aquel anciano que oculta sus arrugas bajo una peluca negra, cuyos cabellos están cortados, con una casaca de color castaña y una gran cadena de acero en su reloj, sus antiguos calzones cortos y el paraguas por bastón, cuidadosamente cubierto con su forro de holandilla; este es algún magistrado o curial que aun recuerda a Enrique IV.
El paraguasque en un tiempo era un mueble pesado y embarazoso, y cuya armazón de madera se plegaba difícilmente cubierta de hule, en el día es un mueble de lujo, y tan ligero, que a veces se le meten en un bastón; pero esta especie de paraguas son de mal tono y de mal gusto. El paraguas se debe llevar siempre cogiéndole por en medio sin apoyarse sobre él ni ponerle la funda. Cuando se acompaña a una señora y sorprende un chaparrón, se abre de modo que la señora quede enteramente cubierta sin cuidar de sí, no obstante que se exponga un frac de paño de sedan a perder todo su lustre; pero se cumple con un deber de urbanidad, y la señora por muy compañero que fuese no perdonaría el compañero que lleva si pensase en su sombrero de castor o en su frac de paño, cuando ella arriesgaba una exquisita mantilla o un pañuelón de dos o tres onzas. En este caso conviene no fiarse del débil abrigo de un paraguas, y sí tomar un coche de alquiler.
Un paraguas incomoda y embaraza; es necesario guardarle en un sitio expresamente dedicado a los teatros y en todos los sitios públicos. Un paraguases el espanto de los sirvientes, de las criadas y de las dueñas de las casas que miran con excesivo cariño el aseo de su pavimento. Con efecto, ¿qué se ha de decir a un hombre que llega a una casa con el paraguas chorreando agua por todas sus goteras, y que mancha sin compasión un pavimento encerado por la mañana, o una alfombra extendida el día anterior? Sin duda que no hablan una palabra; pero se piensa que está mal educado, de poca previsión y lleva también algunas maldiciones en lo interior. Se gastan ya pocos paraguas; la moda va disminuyendo cada día.
Se lleva una fusta que sirve de bastón; pero esto solamente cuando se ha de ir a caballo, y fuera de este caso no debe llevarla nadie que no quiera parecerse a un montañés o a un picador de un Grande.
Fuera las espuelas de las botas, porque asustan a las señoras, declaran la guerra a sus guarniciones y aún a los mismos vestidos, y aun puede darse caso en que se atrevan a herir un pie hecho a torno, que no podía prometerse semejante ultraje sino la admiración de todos los que le ven.
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