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Deberes en reuniones y conversaciones. VI.

El hombre de ánimo delicado se abre a todos los sentimientos que engrandecen la naturaleza humana, y quisiera cerrarlo a cuantos la degradan.

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida
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Los deberes en reuniones y conversaciones.

El zar Pedro que viajaba por Europa a fin de instruirse en varios ramos de construcción y manufacturas, se detuvo algunos días en Paris y fue a ver la casa de moneda. Se acuñaron muchas monedas en su presencia, y como una de ellas cayera a sus pies, la recogió y vio en el anverso su retrato, y en el Reverso una fama con el pie apoyado en una esfera, con la leyenda vires adquirit eundo, feliz alusión a los viajes y a la gloria de Pedro el Grande. Al verlo el zar no pudo menos de exclamar: " los franceses son los únicos capaces de tales galanterías ".

Vistos los cuatro principales elementos que constituyen la delicadeza de ánimo, observemos alguna de sus combinaciones.

El hombre de ánimo delicado sabe sugerir consejos sin mortificar la vanidad ajena; a imitación de Livia la cual en sus conversaciones con Augusto soltaba cual sí dijéramos al acaso, ideas útiles sin darle a entender que tenía más talento que él.

No suele ofrecer ayuda para echar en cara que otro la necesita, sino que está satisfecho de manifestar su disposición a quien guste aprovecharla; y además sabe paliar el auxilio con algún pretexto plausible. De esta manera a la mortificante idea de la limosna sustituye la de un crédito, de una compensación, de una indemnización o de un honorario.

Hace beneficios y se guarda muy bien de recordarlos, tanto porque aspira al placer de los corazones hermosos, cuanto porque sabe que el recuerdo de los beneficios es doloroso para quien los recibe.

Custodio de la gloria ajena y olvidado de la propia, se halla a una distancia inmensa del más vil de todos los afectos, que es la envidia. Olvidando que tiene talento, sabe hacer valer el ajeno, y dar valor al mérito naciente; tanto porque no cree que pueda quedar ofuscada su gloria, como porque toma por regla las ventajas públicas.

Abre el ánimo a todos los sentimientos que engrandecen la naturaleza humana, y quisiera cerrarlo a cuantos la degradan. Hubiera sido un buen creyente en Grecia en donde se divinizaba a los héroes, y un descreído en Egipto, en donde divinizaban a los animales.

Recibe con gratitud las advertencias que se le hacen, aun cuando lastimen su amor propio, y se aprovecha de ellas, mientras que las almas pequeñas y groseras miran como enemigos a cuantos les enseñan el camino de ser mejores.

La acción que puede parecer dudosa la atribuye a virtud, con el objeto de avivar la imagen de ésta y promover su ejercicio.

Lejos de procurar por bajo mano el destino que pretende un amigo, está dispuesto a renunciar otro a favor de quien lo merezca más.

Ajusta el agradecimiento, no al beneficio sino a la intención de quien lo dispensa, y no se cree desobligado si el bienhechor es víctima de la desgracia.

Cree que el rompimiento de la amistad no le autoriza para publicar los secretos que fueron confiados a su honradez, y no quiere desacreditar su causa con una traición, como ya en otro lugar he dicho.

Cuando se ve en la necesidad de corregir a alguno, no lo hace en presencia de otros sino a solas, y aun sabe endulzar la reprensión con elogios que dan valor, en vez de echar mano de villanías que envilecen. Procura amenguar la culpa atribuyendo una parte de ella a las circunstancias; y para despertar el deseo de la enmienda deja entrever su esperanza.

El hombre delicado, cuando cuestiona con su enemigo, se desdeña de acudir a medios secretos, que son preferidos por las almas viles, porque favorecen la calumnia y el engaño. No abusa de la victoria porque no hay mérito en abusar del poder, y es una vileza insultar a las caidos.

Como el sentimiento de la venganza nos confunde con los brutos, se esfuerza siempre en reprimirlo porque quiere distinguirse de éstos cuantas veces puede. Por lo mismo procura subyugar al enemigo con la generosidad más bien que con la fuerza, más con sentimientos nobles que con actos fríamente feroces; y no sabe contener la sonrisa del desprecio a la vista del que aspira a la gloria de sacrificador.

 

Nota
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