Las diferentes especies de reuniones. VI.
En la mesa no tomaremos en las manos, ni tocaremos otra comida que el pan destinado para nosotros.
En la mesa no tomaremos en las manos, ni tocaremos otra comida que el pan destinado para nosotros. Respecto de las frutas, jamás las despojaremos de su corteza, sino por medio del tenedor y del cuchillo.
No comamos nunca demasiado deprisa ni demasiado despacio; lo primero, que es lo más feo, nos haría pasar por glotones; lo segundo nos daría cierto aire de displicencia que entibia la animación de los demás.
Son actos impropios el aplicar el olfato a las comidas y bebidas, soplar la sopa para que se enfríe o batirla con la cuchara, abrir la boca y hacer ruido al mascar, sorber con ruido los líquidos, hacer sopas en el plato en que se está comiendo, dejar en la cuchara una parte del liquido que se ha llevado a la boca, y vaciarla luego dentro de la taza que lo contiene, tomar bocados grandes, llevar los huesos a la boca, tomar la comida por medio del pan, arrojar al suelo alguna parte de las comidas o bebidas, rebañar el plato, suspender el plato por un lado para poder agotar enteramente el líquido que se encuentra en él, derramar en el plato las gotas de vino que han quedado en el vaso para poner en éste el agua que va a beberse, hacer muecas o ruido con la boca para limpiar las encías o extraer de la dentadura partículas de comida por medio de la lengua.
Si nos desagrada la comida o encontramos algún objeto asqueroso, procuremos disimular con todo el esmero posible.
Pongamos a un lado de nuestro plato, sin contacto con la comida, los huesos de la carne y de las frutas, las espinas de los peces y todo lo que no podamos comer.
Jamás usemos de la orilla del plato. La mantequilla, la sal, la salsa y todo lo demás que nos sirvamos para acompañar la comida principal, lo pondremos dentro del plato en un extremo; pero si por cualquier accidente nos viéramos obligados a poner en él alguna cosa de las que hemos llevado a la boca, dejaremos al instante de comer, entregándolo a los criados.
Cuando tengamos que dejar momentáneamente el tenedor o la cuchara, los colocaremos en el plato, haciendo que el mango descanse en la orilla, y lo mismo haremos cuando hayamos acabado de comer lo que contiene.
Para tomar los líquidos apoyaremos el borde del vaso o de la taza en la parte exterior del labio inferior, y solo aplicaremos el labio superior cuando sea indispensable para beber sin ruido.
Jamás bebamos licor o agua cuando tengamos ocupada la boca, y nunca sin limpiarnos antes los labios con la servilleta.
Cuando sea indispensable estornudar, toser o sonarse, nos volveremos de lado.
Es costumbre muy fea dividir el pan en muchos trocitos alrededor del plato, o hacer bolitas con la miga.
Teniendo muy presentes todas las anteriores reglas, y acostumbrándose a seguirlas en el interior de la familia, es como un convidado podrá portarse en la mesa con naturalidad, finura y despejo.
Es una ridicula exigencia el pedir públicamente a una persona que pronuncie un brindis, para el cual no esté preparado.
Lejos de hacérsele un obsequio, se le expone a pasar por el sonrojo de deslucirse.
Terminada una comida, los concurrentes están obligados a permanecer todavía en la casa a lo menos una hora, pues sería impropio el retirarse en el acto.
Se hace una visita en el término de ocho días a la persona que nos ha convidado.
En las comidas de confianza las amas de casa tendrán especial cuidado de no hacer que quiten los platos antes de tiempo. El recogerlo y guardarlo todo, y contar lo que hay en las fuentes antes de que se las lleven los criados, demuestra una avidez de malísimo efecto en sociedad.
En las comidas de campo suele reinar más franqueza, aunque no tanta como creen algunos, pues nunca autoriza a traspasar los límites de la decencia y del decoro.
Por lo mismo que son más francas han de ser más animadas, y la mayor falta que pudiera cometer un convidado sería la de mostrarse aburrido y no querer tomar parte en ningún juego, o descomponer los paseos o diversiones que se hubiesen proyectado, bajo fútiles pretextos.
En el campo, más que en ninguna parte, deben los caballeros ocuparse de obsequiar a las damas, y hacer que pasen agradablemente el tiempo.
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El escritor del manual, justifica las diferencias que establece la urbanidad según el sexo
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