
Urbanidad de las faltas que se cometen contra la cortesía al hablar sin consideración.
De las condiciones que la cortesía pide que acompañen a las palabras.
Urbanidad de las faltas que se cometen contra la cortesía al hablar sin consideración, con ligereza o inútilmente.
Hablar inconsideradamente es hablar sin discreción, sin mesura y sin prestar atención a lo que se dice. Para no caer en este defecto, el Sabio nos advierte que estemos muy atentos a nuestras palabras, no vaya a ser, dice, que deshonremos nuestra alma.
En efecto, no se estima en nada el hombre que habla indiscretamente, y por este motivo hemos de tener mucho cuidado, según el consejo del mismo Sabio, de no ser ligeros de lengua, pues la razón por la que se habla a menudo desacertadamente y sin educación, es que se dicen las cosas sin haberlas pensado con seriedad. Por eso, el mismo Sabio, que conocía muy bien los malos efectos de este vicio, se dirige a Dios para que no lo abandone a la ligereza indiscreta de su lengua, y para ello lo conjura haciéndole presente su poder y la bondad que por él siente, como padre suyo y dueño de su vida.
Así, pues, para hablar con discreción y con prudencia, nunca hay que hablar sin haber pensado bien lo que se va a decir. No hay que decir todo lo que se piensa, sino que en muchas cosas hay que proceder, de acuerdo con el consejo del Sabio, como si se ignorasen. Si se tiene conocimiento de alguna cosa que se quiera decir o que alguien haya dicho, se puede hablar o responder oportunamente, dice el mismo Sabio; de lo contrario, hay que taparse la boca; es decir, hay que callarse, por temor a ser sorprendido en alguna palabra indiscreta o caer en confusión.
Para hablar con prudencia también hay que tener en cuenta el tiempo en que conviene hablar o mantenerse callado; pues es ser muy imprudente y ligero, dice el Sabio, no atender al tiempo, y hablar cuando sólo nos mueven a ello las ganas que tenemos de hablar. Según san Pablo, también es preciso que todas las palabras que se digan vayan acompañadas de gracia y sazonadas con sal, de tal manera que no se diga ni una sola que no se sepa por qué y cómo se dice.
Y, en fin, según el consejo del Sabio, hay que saber antes de hablar, y por lo mismo no hablar nunca de algo que no se conozca bien; y lo que haya que decir, decirlo con tanta cordura y recato que se haga uno amable por medio de sus palabras.
Cuando alguien dice o hace alguna cosa que no debe decirse, si uno se da cuenta de que la persona que ha hablado lo ha hecho inadvertidamente, y que se siente confundida, reflexionando en su interior sobre lo que ha dicho, no hay que poner semblante de haberse dado cuenta de ello. Y si quien lo ha dicho o hecho pide disculpa, la prudencia y la caridad exigen interpretar el asunto favorablemente; y hay que estar muy lejos de burlarse de quien hubiera expresado algo que pudiera parecer poco razonable, y mucho más de menospreciarlo. También pudiera ocurrir que no se hubiese comprendido correctamente su idea. En fin, jamás le está permitido al hombre prudente avergonzar a nadie, quienquiera que sea.
Cuando alguien infiere injurias, es también propio de la prudencia no responder y no considerarse obligado a defenderse. Es mucho mejor tomarlo todo a broma. Y si alguien pretende defendernos, tenemos que manifestar que no nos sentimos heridos, en absoluto, por lo que han dicho. Pues, en efecto, siempre es propio del hombre prudente no ofenderse por nada.
El Sabio, para dar a entender en pocas palabras quiénes hablan con sensatez y con prudencia, y quiénes hablan imprudentemente, dice de manera admirable que el corazón de los insensatos está en su boca, y que la boca de los prudentes en su corazón. Es decir, que los que no tienen juicio, dan a conocer a todo el mundo, con la multitud y ligereza de sus palabras, todo lo que hay en su corazón. Pero los juiciosos y educados son tan comedidos y reservados en el hablar, que sólo dicen lo que tienen que decir y lo que es conveniente que se sepa.
Cuando se está con personas de más edad que nosotros o ya ancianas, es cortés hablar poco y escuchar mucho. Del mismo modo hay que proceder cuando se está con los Grandes. Es consejo que da el Sabio muy adecuadamente. También la cortesía exige que un niño, cuando está con personas a quienes debe respeto, sólo hable si se le pregunta.
Hay que guardarse mucho de contar los propios secretos a todo el mundo; es también el consejo que da el Sabio, y sería grave imprudencia hacerlo. Por el contrario, antes de comunicárselo a alguien, hay que saber muy bien quién es la persona a quien se le va a decir, y estar muy seguro de que es capaz de un secreto y que será fiel en guardarlo.
Los que sólo saben contar rumores, frivolidades y tonterías, los que alargan mucho los preludios y nunca conceden a los demás el placer de hablar, estarían mejor en silencio; pues es mucho mejor pasar por silencioso que entretener a la concurrencia con tonterías y necedades o tener siempre algo que decir.
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