Las amistades nuevas y el arte de agradar, parte II
Las nuevas amistades o conocimientos pueden ser merecedores de nuestra confianza, no hay para qué negarlo; pero lo discreto, lo lógico, es que nos tomemos tiempo para comprobarlo
Las obligaciones con las nuevas amistades. Deberes de cortesía
Aquella urbanidad
¿A qué carta debemos quedarnos en este juego?
¿Quiénes proceden con mayor cordura, los desconfiados o los aturdidos? Ni unos ni otros.
Aquí, como en casi todas las cosas de la vida, hay que repetir el axioma que nos enseña que "en un buen medio está la virtud".
Obligaciones para con las nuevas amistades
Nuestras obligaciones para con el prójimo, en lo que se relaciona con el trato social, son tres:
- La cortesía, que la debemos a todos y que ha de ser para todos, incluso para las personas desconocidas.
- La tolerancia y la afabilidad, que debemos a los que nos rodean.
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- Y, en fin, la confianza, base de la amistad, de la cual podemos disponer a nuestro antojo, reflexivamente, con pleno discernimiento, concediéndola o negándola y haciendo de ella un premio para los que estimemos que lo merecen.
Las nuevas amistades o conocimientos pueden ser merecedores de nuestra confianza, no hay para qué negarlo; pero lo discreto, lo lógico, es que nos tomemos tiempo para comprobarlo.
La costumbre inglesa de las "presentaciones" es altamente juiciosa y práctica. "Persona presentada vale por dos", dicen los ingleses. Tienen razón, porque el que presenta -que desde luego ha de ser amigo nuestro- se convierte, en cierto modo, en fiador de aquel a quien hace llegar hasta nosotros.
Pero hay momentos en que se entabla un conocimiento sin presentación o en que la presentación -reducida a puro trámite de etiqueta- no puede ni debe servirnos de garantía.
¿Qué hacer entonces?...
El tacto más exquisito no basta siempre para distinguir bajo el barniz de la amabilidad a un ser malvado o peligroso.
Conviene, pues, observar sin impertinencia, mantenerse en actitud de reserva y no intimar hasta tener la certidumbre de que tratamos con personas decentes y bien educadas.
No hay mejores informes que los que se pueden adquirir en una conversación hábilmente encauzada. Llevemos la charla a esos terrenos que parecen neutrales, y que, sin embargo, son como espejos en los que se retrata el alma. Discurramos acerca de las aficiones, costumbres, género de vida, ocupaciones habituales y lecturas favoritas, y, por detalles minúsculos, lograremos ver la fisonomía moral de una persona.
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Señora que lee libros o periódicos de ideas poco conformes con a la religión y con el orden, no merece nuestra confianza.
Si hace partícipes de tales lecturas a sus hijas, no ya no merece confianza, sino ni aun siquiera estimación.
Otro dato, fácil de obtener y que tiene grande y positiva importancia, es el de la manera como se tratan los individuos de una familia desconocida. Hijo que habla respetuosa y cariñosamente de sus padres y a sus padres; hija que se desvive por atender y cuidar a sus hermanitos, y padre o madre perfectamente identificados para amar y para educar a sus pequeñuelos, son en realidad garantías recíprocas de bondad y de honradez.
El amor de la familia y a la familia es una planta que difícilmente nace, crece y se desarrolla en tierra ligera o malsana.
"Las nuevas amistades suelen ser flores del verano, que el otoño marchita"
Y hay aún otro medio, acaso el más cómodo y el mejor, que puede servir de norma para el trato a que el veraneo obliga.
Consiste simplemente en mantenerse dentro de los límites de la cortesía y en no salir de la esfera de la discreción.
Para ello hay que huir de relatar intimidades, de pedir favores, de recibir agasajos, de obligarse en algún modo o de contraer compromisos para el día de mañana. Limitémonos a vivir el presente y no hablemos del porvenir.
Los conocimientos nuevos debemos considerarlos como aves de paso, que no han de labrar nido definitivo en el hogar de nuestros afectos.
Con acierto feliz ha dicho una distinguida escritora que estas amistades suelen ser flores del verano, que el otoño marchita, y que podemos sentirnos satisfechas si antes de verlas mustiarse no nos han clavado alguna espina.
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