Etiqueta y el ceremonial de la corte española. La etiqueta borgoñona en la corte de España (1547-1800) II
Tanto monarcas como cortesanos parecían encadenados a unos ceremoniales heredados de un pasado lejano. La etiqueta española se basó en los principios y la organización de la corte del ducado borgoñón
El esplendor de la etiqueta borgoñona
La etiqueta borgoñona en la corte de España. Etiqueta y el ceremonial de la corte española
Durante estos siglos, incluso hasta las últimas décadas de la monarquía borbónica de principios del siglo XX, los observadores de la corte española a menudo quedaban impresionados por su etiqueta. Aparecía extraordinariamente rígida, ritualista, fría, y durante el XVII, degradante hacia los cortesanos y sirvientes que trabajaban de acuerdo con sus preceptos. Tanto monarcas como cortesanos parecían encadenados a unos ceremoniales heredados de un pasado lejano. La etiqueta española se basó en los principios y la organización de la corte del ducado borgoñón. Desde 1363, los duques de Valois y sus sucesores Habsburgo elaboraron el estilo borgoñón, regulando con sumo detalle casi todos los aspectos de la vida cortesana: dar a luz, atender la capilla, vestir y desvestir, recibir visitas, hacer regalos, organizar cenas con invitados y supervisar las cocinas ducales -éstas y otras actividades se rodeaban de un ceremonial que creaba una "helada atmósfera" en la cual la familia real se movía-.
Pero el ceremonial, combinado con enorme riqueza, generoso mecenazgo artístico y el asiduo culto a los mitos caballerescos, así como la cruzada contra el islam, ayudaron a crear una viva y espléndida inusual corte donde la autoridad de los duques era realmente singular y su persona era considerada casi divina (Para la cita, ver CARTELLIERI, Court of Burgundy, p. 64; y para la Corte Borgoñona, ver, junto con el trabajo nombrado anteriormente, ARMSTRONG, C. A. J. "The Golden Age of Burgundy. Dukes that Outdid Kings. En: DICKENS, A.G. (ed.), The Courts of Europe).
No es de sorprender que el esplendor borgoñón hubiera impresionado sumamente a Maximiliano de Habsburgo, el último Sacro Emperador Romano, como su mito deslumbró al hijo de Maximiliano, Felipe el Hermoso. Maximiliano, a través del matrimonio, y Felipe, por herencia, accedieron al trono ducal de Borgoña, así como al complicado ceremonial que eclipsó todo a cuanto la familia Habsburgo había estado acostumbrada. Maximiliano y su hijo, inevitablemente, asumieron los hábitos de la corte borgoñona y elevaron la etiqueta imperial Habsburgo al nivel de los duques de Valois. Fue el hijo de Felipe, Carlos V, Sacro Emperador Romano y el primer rey Habsburgo de una España unida, quien incorporó sistemáticamente el ritual borgoñón a la corte española.
Durante toda su vida, Carlos V se enorgulleció de su herencia borgoñona y pensó mucho acerca de cómo él había representado a los duques de Valois -como gran caballero cristiano, defensor del catolicismo, destacado mecenas de artistas, rico y héroe defensor de muchos de los valores medievales tardíos-. Tales pensamientos tomaron fuerza cuando, en abril de 1547, Carlos ganó la mejor victoria militar de su vida: derrotó a los rebeldes príncipes protestantes alemanes en la batalla de Mühlberg en Sajonia. No mucho después de la batalla, y con un temple solemne, Carlos se dedicó a implantar los principios y la sabiduría cortesanos borgoñones en España. Exigió a un agente en España, el tercer duque de Alba, que supervisara el establecimiento de la etiqueta borgoñona en casa de su hijo y heredero, el futuro Felipe II, quien era al mismo tiempo el sustituto del emperador en la Península. Allí, mientras que la corte se hallaba en Valladolid, un testigo ocular relató que el 15 de agosto de 1547, el príncipe Felipe era por primera vez servido "a la borgoñona" (RODRÍGUEZ VILLA, Antonio (1981). Etiquetas de la Casa de Austria, Madrid, p. 8. Elliott, en The Court of the Spanish Habsburgs, p. 152, aporta evidencias para una fecha algo posterior a enero de 1548 para la orden de Carlos I al duque de Alba). A partir de entonces, el estilo borgoñón se convertirá en la columna vertebral característica de la estructura, ceremonia y etiqueta de la Casa Real.
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Como J. H. Elliot ha subrayado, hubo sonadas razones políticas para el cumplimiento de la orden que Carlos dio al duque de Alba. El emperador intentaba hacer de su hijo un heredero borgoñón convencido, particularmente de sus posesiones en los Países Bajos. El viaje triunfal de Carlos y Felipe por aquellos estados, que tuvo lugar finalmente en 1549, ya había sido planeado. La imposición del estilo borgoñón en casa de Felipe fue intencionada para inculcar a los futuros súbditos de Felipe la continuidad de la autoridad de los Valois y para asociar a su nombre el esplendor y el éxito de sus ancestros ducales (ELLITOTT. The Court of the Spanish Habsburgs, p. 152-53. Alguna idea sobre la naturaleza y la magnitud del viaje triunfal de 1549 quedan indicadas en LANDWEHR, John (1971). Splendid Ceremonies. State Entries and Royal Funerals in the Low Countries. 1515-1791. A Bibliography, Leiden, p. 52-59 y 65-74).
Además, Carlos, nacido en Gante y educado en la Corte Holandesa borgoñona, se sentía fuertemente ligado a la etiqueta con la que había crecido y naturalmente deseaba ver como la gloria de Borgoña se reflejaba en su corte española. Era adecuado que los españoles, destinados a gobernar los Países Bajos, compartieran su cultura cortesana. Además, los españoles compartían plenamente los ideales cortesanos de caballería típicamente borgoñones, la cruzada católica y la agresiva construcción de un imperio. Por lo tanto, al imponer la etiqueta borgoñona a su hijo en la corte de Valladolid, el emperador estaba realmente intentando manipular a la opinión política tanto como satisfacer su inclinación personal y prescribir sus gustos.
¿Pero qué decir sobre Carlos de Austria y sus sucesores Borbones? ¿Por qué continuaron aplicando la etiqueta borgoñona a pesar de sus inconvenientes y desventajas? No sólo era un estilo incómodo y rígido; tendía a la vez a aislar al monarca y a su familia entre un pequeño e íntimo círculo de grandes y sirvientes palaciegos; a veces, a finales del siglo XVI, iba muy en contra de los españoles que lo veían como una innovación innecesaria. Para estos hombres, la nueva etiqueta socavaba la tradicional simplicidad de las casas de los monarcas medievales de la Península. Monarcas mallorquines, aragoneses, castellanos y portugueses habían emitido ordenanzas que, aunque personificaban la dignidad real, permitían un cierto grado de informalidad que contradecía las costumbres borgoñonas. Por encima de todo, el nuevo protocolo era enormemente caro de mantener, con su vasto elenco de especialistas, clérigos, artesanos y trabajadores, así como sus generosamente asalariados contables, secretarios y sirvientes aristocráticos.
De este modo, en 1558, las Cortes, tradicional delegación de los pueblos y ciudades castellanos, se quejaban a Felipe II que las cantidades empleadas para mantener el sistema borgoñón "serían suficientes para conquistar y ocupar un reino" y recomendaban al rey que se volviera a la acostumbrada organización doméstica castellana, "lo apropiado y muy antiguo de estos reinos" (Citado en DALMIRO DE LA VÁLGOMA y DÍAZ-VARELA (1958). Norma y Ceremonia de las Reinas de la Casa de Austria, Madrid, p. 26. Ver también p. 13-14; y RODRÍGUEZ VILLA. Etiquetas, p. 7). Sin embargo, ni Felipe II ni sus sucesores anularon lo que Carlos V había decretado. Felipe tenía demasiado respeto a su padre como para hacer tal cosa, mientras que los últimos Habsburgo aceptaron el estilo borgoñón como característica inevitable y como un recuerdo de las glorias políticas y militares del poder español. Felipe IV, de entre todos los reyes del antiguo régimen español, fue el más resuelto a mantener la etiqueta en la corte en todo su rigor, entendió la etiqueta como un pilar del poder Habsburgo, una fuente de orden y fortaleza moral. Dentro de su Instrucción Secreta de 1631, dirigida a su hermana María, antes de ponerse en camino hacia Viena donde se casó con el futuro emperador, Fernando III, Felipe advirtió a la princesa "procurad con vigilancia y particular atención mantener en vuestro servicio el estilo de la Casa de Borgoña que nosotros tanto estimamos aquí". También le dijo a la infanta cuán profundamente lamentaba que la corte francesa hubiera olvidado dicha etiqueta (DE LA VÁLGOMA, Norma y Ceremonia, p. 130).
Los reyes Borbones del siglo XVIII, ansiosos a menudo por enfatizar la continuidad con el pasado Habsburgo, también conservaron el sistema borgoñón. Por entonces, además, hombres y mujeres con intereses creados -cortesanos aristócratas, oficiales, sirvientes, artistas y artesanos, oportunistas y traficantes de influencias y mecenazgos- se beneficiaron del extravagante estilo borgoñón y se resistieron a los pocos intentos serios hechos para una reforma indispensable. No sorprende, por tanto, ver que el intento hecho por Felipe V para reestructurar la Casa Real fallara.
Presionado, aparentemente, por el cardenal Alberoni, Felipe V, en 1718, impuso una reforma de la estructura y de la contabilidad financiera de la corte. Él y Alberoni se propusieron el recorte de costes y la mejora de rendimientos. Los departamentos tradicionales borgoñones de la Casa Real -cada uno de ellos encabezado por un aristócrata eminente o por un prelado influyente- habrían perdido su independencia con respecto a la nueva figura del intendente general de la Casa Real de España. Por eso, la denominación oficial de la Casa Real como la Casa de Borgoña se extinguiría. Un contable -que de ninguna manera era aristócrata- era nombrado intendente general y encargado de recortar costes tanto como pudiera. Los encargados de los departamentos se resistieron. El rey insistió y muchos de los ocupantes de los puestos de la corte se sintieron amenazados. Pero unos días después de que Alberoni perdiera el poder en 1719, Felipe revocó su reforma, la Intendencia General fue abolida y la estructura departamental borgoñona totalmente restaurada (Ver la descripción de estos acontecimientos en Gabriel Benito de Alonso López, carta al Marqués de la Ensenada, 12 de septiembre de 1747, Archivo Histórico Nacional, Madrid, Estado, leg. 4825). Por lo tanto, una vez más, el estilo borgoñón triunfó sobre sus detractores.
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