
Defectos en la reuniones y conversaciones. V.
Querer que nuestra conducta merezca la aprobación de todos, es pretender que los mismos manjares agraden también a todos.
Los defectos en la reuniones y conversaciones.
El espíritu quisquilloso es el azote de la sociedad como el dulce es su bálsamo. La irritabilidad centuplica el dolor de la ofensa, y muchas veces proviene de la íntima convicción de no merecer consideraciones de ninguna clase. Por esto las personas más irritables son las de cabeza más pequeña, más vacía, más privadas de cualidades buenas. Convencidas de su nulidad se inclinan a creerse objeto del desprecio y se confirman en esta idea a la más mínima ceremonia de que con ellos se preciada. Una palabra escapada en un momento de calor, o de alegría, es examinada por ellas con todo rigorismo y separada de aquella circunstancias que si no la justifican del todo, demuestran que es hija de la irreflexión más bien que de la malicia.
La natural rudeza del hombre, la falta de educación, una ruindad necia, la poquedad de talento, ya resentimientos amargos, ya la imposibilidad de participar de los placeres sociales, bastan para explicar en general todos los defectos que dejo indicados. Era en lo antiguo una causa especial de irritabilidad y de rudeza el necio orgullo de familia, en virtud del cual algunos, estando persuadidos de ser vasos de oro y creyendo a todos los demás vasos de barro, huían de todo contacto con ellos, se mostraban ajenos a toda confianza, y se acostumbraban a un habitual desprecio. También hay una irritabilidad y rudeza hija de temores imaginarios.
Cuando un asno está comiendo el pienso y pasas por su lado sin pensar en él, el se vuelve y muestra los dientes temiendo que vas a quitarle la comida. En semejante estado de alarma se muestran algunos y creen tener siempre enemigos delante, y así es que están continuamente a la defensiva, y prontos para atacar a quien nunca ha pensado en ellos. Una mirada incierta, una palabra dudosa, una acción que no saben explicar despiertan al punto su mal humor y de aquí provienen disgustos, se rompen amistades, nacen enemigos, y desaparece la alegría de las reuniones.
Contra tales defectos valen las siguientes reflexiones.
1ª. La sociedad es una plaza de comercio en donde se da amor por amor, estimación por estimación, odio por odio, por desprecio, desprecio. En este cambio de afectos cada uno procura no ser engañado y se niega a dar más de lo que recibe. El orgulloso quisiera quebrantar estas dos reglas: da desprecios y quisiera admiración, da poco o nada, y querría mucho, y por esto se irrita no recibiendo en proporción de sus pretenciones; es desrazonable como quien con poco dinero quisiera comprar muchas joyas.
El tiempo que perdéis en quejaros inútilmente, en prepararos para la defensa, en pensar contra quien no se ocupa de vosotros, ocupadlo en haceros estimables en alguna cosa y alcanzaréis respeto y contento, mientras ahora recogéis desprecio y desazones.
2ª. Muy buena es la sensibilidad a la opinión pública, porque es un estímulo para la virtud y un freno para el vicio; pero es una locura hacer que la felicidad propia dependa de la opinión eventual de este y de estotro. Querer que nuestra conducta merezca la aprobación de todos, es pretender que los mismos manjares agraden también a todos. Los falsos juicios del vulgo no quitan mérito a nuestras acciones, como las nubes no quitan valor a la luz del sol. Hay personas cuya alabanza sería una infamia, y cuyo desprecio es una señal de mérito. Sed, pues, sensibles a la opinión pública, y sordos a las voces particulares que están con ella en desacuerdo; buscad la aprobación de las personas sesudas y virtuosas y reíros de las chanzas de los tontos y viciosos.
Un viajero cansado del canto de las cigarras quiso matarlas y para ello se alejó del camino, cuando lo más sencillo era continuar tranquilamente su viaje; y dentro de poco las cigarras no le habrían molestado.
Si tenéis algún defecto físico, comenzad por reíros de él vosotros mismos, y de este modo evitaréis que los demás os motejen, pues haciendo otra cosa, y mostrándoos sensible por este lado, todos disfrutarán en mortificaros. Un mal poeta había impreso una sátira contra Benedicto XIV, y cuando éste lo supo, examinó la poesía, la corrigió y devolvióla al autor asegurándole que de aquel modo la vendería mejor. Mientrasse trata, pues, de injurias leves, la mejor contestación es la sonrisa del desprecio, mas cuando son graves y ofenden el honor, quien las sufre las merece, pues en estos casos el resentimiento es justo, como es justa la ley que lo castiga.
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