De no gastar el favor a ... Nunca regirse por lo que el enemigo habría de hacer.
Los amigos grandes son para las grandes ocasiones. No se ha de emplear la confianza mucha en cosas pocas, que sería desperdicio de la gracia.
171. No gastar el favor. Los amigos grandes son para las grandes ocasiones. No se ha de emplear la confianza mucha en cosas pocas, que sería desperdicio de la gracia. La sagrada áncora se reserva siempre para el último riesgo. Si en lo poco se abusa de lo mucho, )qué quedará para después? No hay cosa que más valga que los valedores, ni más preciosa hoy que el favor: hace y deshace en el mundo hasta dar ingenio o quitarlo. A los sabios lo que les favorecieron naturaleza y fama les envidió la fortuna. Más es saber conservar las personas y tenerlas que los haberes.
172. No empeñarse con quien no tiene qué perder. Es reñir con desigualdad. Entra el otro con desembarazo porque trae hasta la vergüenza perdida; remató con todo, no tiene más que perder, y así se arroja a toda impertinencia. Nunca se ha de exponer a tan cruel riesgo la inestimable reputación; costó muchos años de ganar, y viene a perderse en un punto de un puntillo: hiela un desaire mucho lucido sudor. Al hombre de obligaciones hácele reparar el tener mucho que perder. Mirando por su crédito, mira por el contrario, y como se empeña con atención, procede con tal detención, que da tiempo a la prudencia para retirarse con tiempo y poner en cobro el crédito. Ni con el vencimiento se llegará a ganar lo que se perdió ya con el exponerse a perder.
173. No ser de vidrio en el trato. Y menos en la amistad. Quiebran algunos con gran facilidad, descubriendo la poca consistencia; llénanse a sí mismos de ofensión, a los demás de enfado. Muestran tener la condición más niña que las de los ojos, pues no permite ser tocada, ni de burlas ni de veras. Oféndenla las motas, que no son menester ya notas. Han de ir con grande tiento los que los tratan, atendiendo siempre a sus delicadezas; guárdanles los aires, porque el más leve desaire les desazona. Son estos ordinariamente muy suyos, esclavos de su gusto, que por él atropellarán con todo, idólatras de su honrilla. La condición del amante tiene la mitad de diamante en el durar y en el resistir.
174. No vivir a prisa. El saber repartir las cosas es saberlas gozar. A muchos les sobra la vida y se les acaba la felicidad. Malogran los contentos, que no los gozan, y querrían después volver atrás, cuando se hallan tan adelante. Postillones del vivir, que a más del común correr del tiempo, añaden ellos su atropellamiento genial. Querrían devorar en un día lo que apenas podrán digerir en toda la vida. Viven adelantados en las felicidades, cómense los años por venir y, como van con tanta prisa, acaban presto con todo. Aun en el querer saber ha de haber modo para no saber las cosas mal sabidas. Son más los días que las dichas: en el gozar, a espacio; en el obrar, a prisa. Las hazañas bien están, hechas; los contentos, mal, acabados.
175. Hombre sustancial. Y el que lo es no se paga de los que no lo son. Infeliz es la eminencia que no se funda en la sustancia. No todos los que lo parecen son hombres: haylos de embuste, que conciben de quimera y paren embelecos; y hay otros sus semejantes que los apoyan y gustan más de lo incierto que promete un embuste, por ser mucho, que de lo cierto que asegura una verdad, por ser poco. Al cabo, sus caprichos salen mal, porque no tienen fundamento de entereza. Sola la verdad puede dar reputación verdadera, y la sustancia entra en provecho. Un embeleco ha menester otros muchos, y así toda la fábrica es quimera, y como se funda en el aire es preciso venir a tierra: nunca llega a viejo un desconcierto; el ver lo mucho que promete basta hacerlo sospechoso, así como lo que prueba demasiado es imposible.
176. Saber, o escuchar a quien sabe. Sin entendimiento no se puede vivir, o propio, o prestado; pero hay muchos que ignoran que no saben y otros que piensan que saben, no sabiendo. Achaques de necedad son irremediables, que como los ignorantes no se conocen, tampoco buscan lo que les falta. Serían sabios algunos si no creyesen que lo son. Con esto, aunque son raros los oráculos de cordura, viven ociosos, porque nadie los consulta. No disminuye la grandeza ni contradice a la capacidad el aconsejarse. Antes, el aconsejarse bien la acredita. Debata en la razón para que no le combata la desdicha.
177. Excusar llanezas en el trato. Ni se han de usar, ni se han de permitir. El que se allana pierde luego la superioridad que le daba su entereza, y tras ella la estimación. Los astros, no rozándose con nosotros, se conservan en su esplendor. La divinidad solicita decoro; toda humanidad facilita el desprecio. Las cosas humanas, cuanto se tienen más, se tienen en menos, porque con la comunicación se comunican las imperfecciones que se encubrían con el recato. Con nadie es conveniente el allanarse: no con los mayores, por el peligro, ni con los inferiores, por la indecencia; menos con la villanía, que es atrevida por lo necio, y no reconociendo el favor que se le hace, presume obligación. La facilidad es ramo de vulgaridad.
178. Creer al corazón. Y más cuando es de prueba. Nunca le desmienta, que suele ser pronóstico de lo que más importa: oráculo casero. Perecieron muchos de lo que se temían; mas )de qué sirvió el temerlo sin el remediarlo? Tienen algunos muy leal el corazón, ventaja del superior natural, que siempre los previene, y toca a infelicidad para el remedio. No es cordura salir a recibir los males, pero sí el salirles al encuentro para vencerlos.
179. La retentiva es el sello de la capacidad. Pecho sin secreto es carta abierta. Donde hay fondo están los secretos profundos, que hay grandes espacios y ensenadas donde se hundenlas cosas de monta. Procede de un gran señorío de sí, y el vencerse en esto es el verdadero triunfar. A tantos pagan pecho a cuantos se descubre. En la templanza interior consiste la salud de la prudencia. Los riesgos de la retentiva son la ajena tentativa: el contradecir para torcer; el tirar varillas para hacer saltar aquí el atento más cerrado. Las cosas que se han de hacer no se han de decir, y las que se han de decir no se han de hacer.
180. Nunca regirse por lo que el enemigo había de hacer. El necio nunca hará lo que el cuerdo juzga, porque no alcanza lo que conviene; si es discreto, tampoco, porque querrá desmentirle el intento penetrado, y aun prevenido. Hanse de discurrir las materias por entrambas partes, y revolverse por el uno y otro lado, disponiéndolas a dos vertientes. Son varios los dictámenes: esté atenta la indiferencia, no tanto para lo que será cuanto para lo que puede ser.
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