
Cortesía relativamente a la mesa. VI.
Cuando en Roma era todavía desconocido el uso de los tenedores se podía causar asco de muchas maneras, y por esto Ovidio fijó las reglas para tomar delicadamente los manjares con dos dedos.
Los buenos modales en la mesa.
En Roma, cuando se presentaba en la mesa un pescado o ave rara los precedía el sonido de las flautas, y los comensales las recibían con aplausos y palmadas. Por tanto aunque es lícito aplaudir la habilidad del cocinero y el buen gusto del amo, hacer que desaparezcan los manjares apenas han llegado a tu presencia, alargar las manos a todos los platos sin nunca decir bastante, no escuchar las conversaciones para no distraerse de comer, mirar alrededor para ver si los criados traen otros manjares, colocarte siempre en el sitio menos visible para comer como un lobo sin causar escándalo, es adquirirse con justo título el dictado de tragón o de hambriento.
Con mucha más razón debe ser censurado el excesivo uso de los licores, pues si el exceso en la comida resulta molesto a tu estómago, el de la bebida calentando la cabeza te hace incurrir en mil sandeces y descortesías. Únicamente el vulgo a quien parece que el juicio estorba, puede vanagloriarse de perderlo por un vaso de vino, y medir su mérito en razón de las botellas que diariamente vacía.
Si la urbanidad quiere que no abuséis de la generosidad del dueño de la casa y ordena que se le corresponda con muestras de gratitud, reclama al mismo tiempo que os prestéis con facilidad y secundéis un poco sus debilidades. No parece necesario recomendar la alegría pues nadie ignora que ni en las fiestas ni en la mesa deben contarse cosas melancólicas, por tanto ni ha de hacerse mención de difuntos, ni de epidemias, ni de llagas, ni de enfermedades, ni de otra materia alguna dolorosa; antes al contrario, si alguno viniese a tratar de tales cosas debe procurarse distraerle de ellas con dulzura, y traer a colación algún asunto más agradable. Tampoco convienen en la mesa serias discusiones de metafísica, política y teología.
De lo dicho se infiere que sería impolítico censurar en la mesa cualquiera dicho algo indiscreto, cualquier frivolidad, cualquier discurso no sobradamente sensato que se hubiese escapado a la irreflexión de la común alegría. El temor de ser agriamente criticador puede cerrar la boca a muchos comensales, por lo cual si se quisiera cerrar la boca a todo dicho insípido, lo quedaría igualmente para las frases y ocurrencias de chispa. Catón, aunque censor, asistía con la risa en los labios a los convites joviales, y al calor de la alegría juvenil su provecta edad se reanimaba. Por tanto sería inurbanidad imperdonable hacer objeto de conversación o de sátira las cosas poco sensatas oídas en un banquete. En Esparta, al entrar en la casa de las comidas comunes un viejo señalaba la puerta advirtiendo que ninguna de las cosas que allí se oyesen debían salir fuera de aquel sitio. En efecto, la persuasión del secreto recíproco ofrece más ancho campo a la alegría.
Las reglas comunes relativas al hombre que come delante de otros son una aplicación de los principios generales anteriormente expuestos, y concurren a demostrar su racionalidad.
Cuando en Roma era todavía desconocido el uso de los tenedores se podía causar asco de muchas maneras, y por esto Ovidio fijó las reglas para tomar delicadamente los manjares con dos dedos. En todos tiempos y países el modo de comer y beber debe alejarse del de los brutos, la idea de los cuales se asocia a la mente del hombre y se aplica a las personas que imitan sus acciones. Las siguientes reglas servirán de termómetro a los jóvenes para medir los grados que se aleja de la urbanidad común aquel que las quebranta.
No rompas el pan con los dientes como hacen los hombres ordinarios, sino con las manos y con el cuchillo.
No soples el manjar, porque el contacto del aliento hace mal efecto en la imaginación de los demás.
No toques manjar ninguno sino con el cuchillo o con el tenedor, porque el uso de las uñas es un derecho exclusivo de las bestias.
No huelas el bocado ensartado en el tenedor, pues además de que es una cosa nauseabunda parece que vitupera al dueño el haberte puesto delante manjares insalubres o repugnantes.
No hagas los bocados tan grandes que para mascarlos se te hinchen los carrillos y parezca que soples el fuego. Si esta acción que desfigura el rostro la ejecutares delante de mujeres, la descortesía sería mas notable.
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