Actos inconvenientes o degradantes para nosotros mismos. I.
Encontramos belleza en el cuerpo humano cuando vemos reunidas en él las cualidades más propias para ejecutar sus movimientos.

Actos inconvenientes o degradantes.
Así como un mismo cuerpo parece tener diferente peso, según son perfectas e imperfectas las balanzas en que lo pesamos, de la propia manera las mismas personas parecen bellísimas a uno, menos bellas a otro y casi deformes a un tercero, según es diferente el modelo ideal según el cual se aprecian la deformidad a la belleza.
Encontramos belleza en el cuerpo humano cuando vemos reunidas en él las cualidades más propias para ejecutar sus movimientos, y cuando cada parte está dotada de las proporciones necesarias al fin a que está destinada y todas conspiran entre sí de una manera armónica. Cuando a estas cualidades se reune la elegancia en las proporciones, la suavidad en las formas, la viveza y la frescura en el colorido, la finura y la delicadeza en la piel, y la gracia en las actitudes y movimientos, entonces el cuerpo humano se acerca a la más excelsa imagen de la belleza.
Si cierta timidez nos da un aire embarazado y nos ocasiona importuno rubor, el deseo exageradamente vivo de mostrar gallardía degenera en afectación.
Hay quien anda sin tocar en el suelo más que con la punta de los pies, no mueve las manos sino a compás, adelantando la barba, torciendo el cuello hacia la izquierda y haciendo asomar a los labios una sonrisa forzada. Esto es afectación, la cual en suma es la caricatura de la belleza, unida a la apariencia del esfuerzo. La afectación nos disgusta porque a cada movimiento y a cada actitud de la persona afectada experimentamos una sensación penosa, y parece que nuestra imaginación anda sobre espinas; porque la exageración unida al esfuerzo nos hace suponer una mentira y un engaño y quizás una asechanza, y finalmente porque en el hombre afectado vemos un juez severo pronto a condenar la más mínima de nuestras acciones y a burlarse de ellas. La afectación, lejos de procurarnos el aprecio ajeno, nos hace dignos del escarnio.
Por el contrario, nos gustan y admiramos las actitudes naturales y garbosas, los modales graciosos, las acciones galantes ejecutadas con facilidad, porque el hombre que las ejecuta manifiesta que piensa en cosa muy diferente de ellos, y parece que ni sabe, ni puede errar. De lo dicho se infiere la verdad de lo que demuestra la experiencia, a saber, que desagrada menos la negligencia que la afectación. A ésta pertenecen el continuo esfuerzo de los carrillos, de los labios y de las manos, cuyo objeto es ocultar un defecto físico, lo cual es como decir a los presentes: "No quiero que veáis lo que estáis viendo". Se dice que Alcíbiades hizo cortar la cola a su perro para que los atenienses ocupándose de esta tontería se distrajeran de los vicios del amo. Por el contrario, el esfuerzo que hacen las mujeres para ocultar cualquier defecto atrae las miradas y concentra más la atención en el mismo. En estos casos el recurso es suplir con alguna cualidad amable la falta de belleza exterior, pues si la hermosura es una e independiente de nosotros, la gracia es multiforme y depende de nosotros.
Hay actitudes y movimientos que lejos de desagradar a los presentes les sirven de diversión, pero es a nuestra costa. La cabeza metida entre los hombros indica maldad, pendiente hacia un lado hipocresía, móvil sin necesidad ligereza de ánimo, demasiado alta, si la persona que la lleva así camina a paso lento y pone los ojos torvos, indica altanería y orgullo. Por tanto la cabeza debe llevarse derecha más no excesivamente elevada, cual corresponde al hombre que no quiere despreciar a los otros, pero que está persuadido de que no es digno de desprecio y sabe que puede mostrar el rostro a todo el mundo sin tener porque correrse.
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