¿Qué es la urbanidad? Parte tercera
La urbanidad que no está basada en la virtud y en la bondad, es solo un falso oropel que solo puede ofuscar al necio y al ignorante
¿Qué es la urbanidad? Cómo comportarse acorde a los buenos modales
Aquella urbanidad
Ved mas allá ese rico, ataviado con todo el esplendor de la opulencia. Baja de un elegante carruaje para dirigirse a una casa, y tropieza con un infeliz mendigo, anciano y cubierto de andrajos.
El anciano, quizás hambriento y enfermizo, se tambalea y cae; multitud de curiosos se agrupan a su alrededor.
El rico, aunque tal vez con interior repugnancia, sabe lo que exige de él la urbanidad, y no faltará a sus leyes. Levanta con respetuoso interés al anciano, se deshace en excusas y protestas, sostiene su vacilante paso hasta el carruaje, pone en sus manos un bolsillo, y da orden al cochero para que conduzca al triste mendigo hasta su casa.
El mundo edificado aplaude, la miseria queda aliviada y la virtud triunfante.
La urbanidad: una cuestión de cortesía y amabilidad
Ved, por último, a ese sabio encanecido en el estudio. Ha abandonado por un instante su gabinete, atestado de libros, para acompañar a su esposa a una reunión de familia.
A su lado está un joven que cuenta ya veinte y cinco años y no ha saludado ningún estadio. Ha sido enfermizo, y ha crecido entre los besos y caricias de su familia; tiene veinte y cinco años y no sabe nada.
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Entra en conversación con el sabio, y aunque éste se fastidia con su ignorancia y se aburre con sus preguntas, tiene mucho cuidado de no abrumarle con su desprecio, y le contesta con amabilidad y dulzura, refutando con moderación sus errores, y procurando ponerse a su nivel para mostrarle la verdad, oculta a sus ojos bajo el velo de la ignorancia.
Como el contacto del fuego enciende la seca retama, así se exalta la imaginación del joven con las afables observaciones del sabio; pero no se atreve a dejar entrever la nueva dirección de sus ideas, porque teme el ridículo. El sabio se sonríe bondadosamente, y le estimula a dedicarse al estudio, demostrándole con modesta sencillez, que adonde llega un hombre puede llegar otro con perseverante constancia.
La velada se concluye, el sabio se retira a su casa aburrido, pero la buena semilla está esparcida y germinará a su tiempo.
Han transcurrido diez años; el teatro está lleno de espectadores; todas las mejillas están inundadas de lágrimas; resuenan frenéticos aplausos, y mil voces a un tiempo claman porque salga el autor del drama que acaba de conmoverlos.
Este se presenta, y ciñe sus sienes con los lauros debidos a su talento.
"Observar en sociedad, siempre, una conducta digna y decorosa"
"Yo he encendido la primera chispa de esa hoguera, dice el sabio en el rincón de un palco; le respondí y le estimulé por urbanidad, y nunca hubiera creído que mi noche de fastidio hubiese podido producir tal resultado".
Pero se me dirá que esto no es la virtud: ¿qué importa, si alcanza a producir sus beneficios?
Lejos de mí, sin embargo, la absurda idea de que el hombre urbano pueda prescindir de la moral y de la religión para obrar siempre el bien, y observar en sociedad una conducta digna y decorosa.
Nada de esto. El hombre necesita por el contrario educar su alma en tan sagrados principios para poder sacar de la urbanidad todas sus ventajas, porque la urbanidad que no está basada en la virtud y en la bondad, es solo un falso oropel que solo puede ofuscar al necio y al ignorante.
- ¿Qué es la urbanidad? Parte primera.
- ¿Qué es la urbanidad? Parte segunda.
- ¿Qué es la urbanidad? Parte tercera.
- ¿Qué es la urbanidad? Parte cuarta.
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