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Las visitas. Tercera parte.

Una persona nunca puede ir sola a visitar a un hombre soltero, a no ser éste de edad y respetable posición.

Arte de Saber Vivir - Prácticas Sociales. Ed. Prometeo
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Devolver una visita. Compartir una visita.

En cuanto a devolver las visitas, una señora que recibe con frecuencia está dispensada, y las amigas van a verla a ella; pero de vez en cuando ha de ir a visitarlas o dejarles tarjeta.

Los que se conocen en sociedad pueden empezar a visitarse después de haber cambiado sus tarjetas, y a partir de la autorización de la persona más respetable.

Una persona nunca puede ir sola a visitar a un hombre soltero, a no ser éste de edad y respetable posición. Si le es necesario verlo, se necesita ir acompañada de personas serias.

La costumbre de saludarse las señoras besándose está ya pasada de moda. Nada tan incómodo como estos besos, para los que estorban el sombrero y el velito, y nada tampoco tan antihigiénico como esto y besar a los niños.

Este saludo, que en algunos países se hace extensivo a los hombres, recuerda los frotes de nariz con que se saludan los salvajes. Ahora ya se trata de evitar, en lo posible, dar la mano , y como hemos visto, se observan muchas reglas para ofrecerla, no haciéndolo en ningún caso sin tener los guantes puestos.

Hace algún tiempo empezó a introducirse la costumbre de obsequiar con refrescos y dulces a los visitantes; hoy la elegancia consiste en ofrecerles un té.

Para este objeto se dispone una mesita cubierta con artístico mantel en uno de los ángulos del salón, y sobre ella se pone el servicio, las servilletas y los dulces y pastas.

Aproximadamente a las cinco, una criada trae la tetera tapada con la cubretetera y el recipiente de agua hirviendo, que ha de servir para ir añadiendo al té.

Después de haber dado tiempo para saludar y sentarse a los últimos llegados, la dueña de la casa o sus hijas se levantan y ofrecen a cada uno su correspondiente taza de la aromática bebida.

"Se sirve el té empezando por la persona de mayor respeto"

Las amigas jóvenes les ayudan en esta tarea, o en su defecto algún caballero. Se da a cada invitado, empezando por la señora de mayor respeto y continuando por los que se tengan más cerca, las tazas de té con la servilleta, y se les presenta el azucarero, preguntándoles al mismo tiempo si desean servirse leche o qué dulce prefieren: "¿Brioche? ¿Plum cake?"

Es preciso escoger uno u otro, no el uno y el otro.

Cada persona debe conservar su taza en la mano e ir a dejarla en su sitio cuando esté vacía; la etiqueta permite repetir, tomando solo una vez pastas. Las modernas mesas de té se desdoblan en pequeñas mesitas, que se llevan a todos los ángulos del salón y permiten mayor comodidad y facilitan el que se formen animados grupos.

Todo esto se refiere al té familiar ofrecido a los visitantes. Cuando se trata de un té de ceremonia, tiene las mismas leyes de etiqueta que una comida o un lunch.

En cuanto a los llamados juegos de sociedad, ya han pasado de moda entre los elegantes. La dama que recibe, para agradar a sus contertulios puede tener recitado, cantado, etc., pero nada de juegos y entretenimientos, que resultan ridículos.

Las prácticas sociales varían con las costumbres; un manual de urbanidad de hace algunos años exigirá no fumar jamás delante de las señoras, y a los postres de una comida, los hombres sujetos por esta afición tendrán que dejar la compañía de las damas para fumar su cigarrillo.

Pero ahora que las damas fuman, en su gran mayoría, y que es de buen tono en salones aristocráticos encender los cigarrillos, ¿qué leyes han de observarse? No es posible dar ninguna fija, y el visitante debe guiarse por lo que las costumbres de la casa le permitan. Así, cuando en un salón la dueña fume o permita que lo hagan los contertulios, éstos podrán aprovechar el permiso, y abstenerse de demandarlo en caso contrario.

La pregunta de si se permite fumar no debe hacerse nunca, pues en caso de consentirlo la dueña de la casa lo anuncia discretamente, después de informarse de si molesta a sus amigas.

 

Nota
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