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Tarde veinte. De las amistades.

No creáis que las buenas amistades se hacen de repente.

Lecciones de moral, virtud y urbanidad
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El Padre. - Los jóvenes suelen ser regularmente muy francos, y de aquí viene que sean engañados con facilidad por los truanes y camastrones. Se les figura que cualquiera pícaro que les dice que es su amigo, lo es realmente; y a esta profesión de simulada amistad corresponden con ilimitada confianza, en cuyo cambio pierden siempre. Guardaos de amistades hechas prontamente. A los que os vengan con muchos ofrecimientos, recibidlos con urbanidad, pero desconfiad mucho de ellos, pagadles con cumplimientos, no con confianza. No creáis que las buenas amistades se hacen de repente; la verdadera amistad camina a paso lento, y no medra como no haya sido injertada en un tronco de mérito recíproco y conocido.

Hay otra clase de amistad nominal entre los jóvenes, que parece muy ardiente, pero que por fortuna suelo ser de corta duración. Es la que se forma presto, y por la casualidad de haberse encontrado en el mismo camino del libertinaje. ¡Admirable amistad por cierto, cimentada en la borrachera y en la lascivia! Mejor fuera llamarla conspiración contra la moral y buena crianza, y que la castigaran los magistrados civiles. Sin embargo, tienen la desvergüenza y la necedad de dar a esta confederación el nombre de amistad. Se prestan dinero mutuamente para malos fines; se empeñan en riñas ofensivas y defensivas en favor de sus cómplices; se cuentan unos a otros lo que saben, y lo que no saben; hasta que por algún accidente, que siempre acontece, se dispersan y no piensan más unos en otros, como no sea para hacerse daño, o burlarse de su imprudente confianza.

Cuando se valga alguno de protestas y juramentos para haceros creer una cosa, que sea tan probable, que pueda creerse sin necesidad de tales aserciones, estad seguros que trata de engañaros, que tiene mucho interés en hacérosla creer, pues de otro modo no se tomaría tanto trabajo.

Debéis distinguir los compañeros de los amigos; un compañero complaciente y agradable suele ser muchas veces un amigo peligroso. No olvidéis jamas aquel refrán tan cierto como sabido: "Díme con quién andas, y te diré quién eres." El que anda siempre con pícaros es muy difícil que sea hombre de bien. ¿Te acuerdas, Luisita, de aquella fabulita que te enseñé la semana pasada?

Luisita. - ¿La de las Manzanas, papá?

El Padre. - Sí, hija mia; y si no se te ha olvidado, dinosla ahora.

Luisita, recitando la fábula intitulada:

Las manzanas.

Junté yo buenas manzanas,
con otras ya enmohecidas.
No mejoré las podridas,
Y pudriéronse las sanas.

Que a un bueno le pasa asi
si se une a un malo, sé yo:
¡Mejórase el malo? - No:
Y el bueno ¿se empeora? - Sí.

El Padre. - Esta fabulita, que Luisita ha recitado muy bien, os hace ver, hijos míos, lo que podéis esperar asociándoos a malas compañías.

Al rehusar la amistad de algún tunante, si es que puede llamarse amistad, no lo hagáis de un modo tan grosero, que se os convierta en enemigo; pues si los perversos son malos para amigos, aun son peores para enemigos. Sed realmente reservados casi con todos, y mostraos francos en la apariencia; es desagradable parecer reservado, y muy peligroso no serlo. Pocos saben hallar el medio; muchos son ridiculamente misteriosos y reservados en bagatelas; y otros comunican imprudentemente todo cuanto saben.

 

Nota
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