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Origen de las reuniones y conversaciones. VI

Si una parte de la cortesía consiste en decir a cada uno lo que le conviene, está claro que a fin de que no falte asunto a la conversación debes hablar a cada uno de las cosas que más le ocupan o más le agradan

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida
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El origen de las reuniones y conversaciones. Reuniones en los castillos feudales
Origen de las conversaciones. El origen de las reuniones y conversaciones. Reuniones en los castillos feudales

El origen de las reuniones y conversaciones

Aquella urbanidad

Sería una locura pretender que no se sintieran los males de la vida, pero es mayor locura no olvidarlos; sería imprudente caminar hacia el porvenir con la espalda vuelta, pero es mayor imprudencia mirar los males venideros como si estuvieran encima. La novedad de la cosa puede hacer algunas veces que no parezca descortés el anuncio de un suceso triste; pero reproducir a cada paso la idea de los males que todos conocen, es el exceso de la inurbanidad, porque este recuerdo además de ser doloroso en sí mismo, conturba y melancoliza los sentimientos de los que escuchan. En tal sitúacion del ánimo la sonrisa no osa asomar a los labios, los dichos agudos dispuestos a dar vida a la conversación vuelven atrás, de modo que es preciso renunciar a cien placeres a fin de procurarnos un dolor, lo cual es un verdadero cálculo de loco. Se pueden procurar al ánimo momentos de distracción, fijándolo en objetos diferentes de los acostumbrados, y se puede rechazar la idea del dolor mirando las cosas por el lado ridículo (Nota 1).

(Nota 1). Mientras en el sitio de Génova los soldados que se caían de hambre hacían la guardia sentados, uno de ellos dijo: Massena no querrá rendirse hasta que nos haya hecho comer sus botas. Esta chulada movió a los demás a decir otras, y entre tanto todos olvidaron el hambre.

Un general francés herido en la batalla estaba a punto de hacerse amputar una pierna, cuando vio que un criado lloraba en un ángulo de la estancia. Mejor para tí, le dijo el general, ¿no ves que cuando tenga una pierna menos no tendrás que limpiarme sino una bota? Esta ocurrencia le comunicó fuerza para sufrir la operación.

Admiro a aquella mujer espartana que dice al hijo que vuelve cojo de la guerra: a cada paso recordarás tu valor y tu gloria.

Las palabras de consuelo

Todos podemos hallar razones de consuelo comparándonos con aquellos que se encuentran en peor estado. Se puede levantar el ánimo a la esperanza míentras el vulgo se abandona al temor, considerando la extension de todas las eventualidades posibles. Una imaginación risueña sabe crear rosas en medio del desierto. Aunque sea un don de la naturaleza, puede aumentarse con el hábito y mejorarlo con el arte.

Obligar al espíritu a que haga grandes esfuerzos sobre las palabras, sobre las cosas o sobre las ideas sin sacar de ello ningún provecho, y mover en los presentes el sentimiento de la fatiga, es indisponer su amor propio con la idea de la presunción y hacerse ridículo. El hombre que se propone saltar mas allá de su sombra, representa el defecto que censura. Las cuestiones metafísicas que muchas veces se agitaban acerca de cosas que la razón no comprendió nunca, por lo general debían fastidiar a cuantos las oían si el amor propio no les hacía interesarse en ellas. Crece el motivo de censurar las insípidas sutilezas, cuando siendo del todo triviales se repiten con pretensiones de decir una cosa nueva, lo cual indica ignorancia, y se hacen ofensivas a uno u otro de los oyentes. No por lo dicho debe condenarse el uso de proponer cuestiones ingeniosas las cuales por las ideas que cada uno emite se convierten en ejercicio agradable por las salidas prontas y agudas que sugieren.

El carácter de las personas que componen una reunión es un límite especialísimo, pues por más generales que sean, por ejemplo, vuestras alabanzas a una virtud y vuestra censura de un vicio es posible que os atribuyan la intención de vituperar a aquel de entre los circunstantes que carece de la primera o que esté contaminada con el segundo.

Si una parte de la cortesía consiste en decir a cada uno lo que le conviene, está claro que a fin de que no falte asunto a la conversación debes hablar a cada uno de las cosas que más le ocupan o más le agradan; de su arte o profesión, de sus gustos o de sus aventuras, de sus hijos, de su esposa, etcétera. Al anciano preguntarás acerca de los usos civiles, políticos o religiosos que estaban en boga durante su juventud, con lo cual te proporcionarás el gusto de compararlos con los actuales. Prepárate, no obstante, a oír excesivos elogios del tiempo pasado; así es que tendrás cuidado de separar los hechos del juicio que de ellos forma quien los expone.

Con las mujeres bien educadas que al mismo tiempo que finas son instruidas, hablarás de bellas artes, y según su carácter propondrás alguna dificultad, a fin de que al placer de discurrir junten el gusto de satisfacer su curiosidad.

Las distintas clases de reuniones y conversaciones

Al astrónomo le preguntarás que son aquellos puntos que brillan en la azul bóveda del cielo, por qué razón algunos han desaparecido y otros cambiado de color, de donde procede que algunos planetas se muevan en el mismo sentido de occidente a oriente, por qué verifican su revolución en una zona angosta, mientras que los cometas van errantes libremente por todas las regiones del espacio. A donde van y de donde vienen esos astros que con su barba y su cola tienen espantado al vulgo.

Cuando estés en una reunión de necios, no muestres distracción ni desprecio por más que lo merezcan. Deja a la fatuidad campo libre para que haga gala de sus necedades, sin que nunca le des motivo de recelar que va a ser reprendida ni aun juzgada. Ciertamente dirás que tu objeto al ir a una reunión no es ejercitar la paciencia sino procurarte gustos inocentes, y que quisieras encontrarlos, o bien entre las flores del discurso, o en los modales de las personas, o entre los amenos sentimientos de los circunstantes. Para esto te recordaré la máxima recomendada anteriormente, esto es, acostumbrarte a mirar las cosas por el lado ridículo. Así te presentarán un espectáculo agradable los cambios de las pasiones, en virtud de las cuales el mismo hombre es devoto y mundano por trimestres. Las repugnancias afectadas, pues cuanto más un gusto o un sentimiento son comunes, tanto más suponen algunos que son extraños a ellos, porque se les figura que de este modo se separan de la masa vulgar, y que colocándose más altos se hacen más visibles.

Los esfuerzos de la vanidad en cuya virtud cada uno procura asociar la idea de su persona a la idea de las cosas de estima o de las personas ilustres. Si alguno pondera un buen libro, luego hallarás un literato que lo tiene aunque quizás no lo ha visto ni aun por la cubierta; si se habla de un grande hombre, hay quien quiere ser pariente suyo, mientras otro lo vio en París o en Londres, o viajó con él en el mismo buque, y se jacta de ello como el asno de la fábula que porque llevaba reliquias se le figuró que era adorado. Horacio se vanagloriaba de topar descortesmente con cuantos encontraba por las calles con tal de llegar pronto a casa de Mecenas, en lo cual podéis notar la astucia del amor propio; que por un lado prescinde de una parte de su reputación, puesto que conviene en que era descortés, a fin de que le creáis en íntimas relaciones con el ministro de Augusto. A cada instante se echa de ver que los hombres son en sus pretensiones más desrazonables que aquellos faquines que oyendo elogiar las hermosas tocatas de un organista se glorian de haber conducido los fuelles. Para que los jóvenes no se equivoquen les haré notar que el jactarse de ser amigo de alguna persona virtuosa, o bajo otro aspecto estimable, no es una jactancia desrazonable como las anteriores, pues las personas virtuosas o apreciables no conceden su amistad sino a los que ellas estiman.

Los esfuerzos para parecer rico son una ridiculez que va en aumento en razón de la diferencia que hay entre la realidad y la apariencia, de suerte que la ridiculez máxima sería la de aquel que imitase a los cómicos de la legua, los cuales, después de haber representado a César y a Pompeyo se mueren de hambre. Si te es lícito reírte de las necedades de los hombres, como los otros se ríen de las tuyas, la cortesía exige que sus ojos no sorprendan tu sonrisa.

 

 

Nota
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