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Urbanidad de las distintas maneras distintas de hablar.

Urbanidad de las distintas maneras distintas de hablar.
Existen muchas maneras distintas de hablar, que expresan diversas pasiones e inclinaciones en nosotros. Estas maneras de hablar son: alabar, adular, preguntar, responder, contradecir, dar su parecer, disputar, interrumpir y reprender.
Lo que prescribe la urbanidad en lo tocante a las alabanzas y a la adulación.
Siempre resulta de muy mal gusto en una persona alabarse a sí misma y vanagloriarse. Esto no es educado en un cristiano, que sólo debe darse a conocer por su proceder; por ello, es preciso que en él sólo sean sus acciones las que hablen. Pero en cuanto a la boca, no debe hablar nunca de sí mismo, ni en bien ni en mal.
Cuando uno es alabado, no hay que manifestar alegría, pues es señal de que a uno le gusta ser adulado. Más bien, hay que excusarse educadamente, diciendo, por ejemplo: usted me confunde; no he hecho más que mi deber, etc. Aún sería mejor y más prudente no decir nada e interrumpir la conversación, lo cual no sería descortesía.
Y si es persona muy superior quien te alaba, hay que saludarla educadamente, como en agradecimiento, y mantenerse recatado, sin responderle, pues la respuesta sería falta de respeto.
Cuando se oye alabar a alguien, es de cortesía añadir algo a lo que se oye, o al menos, dar muestras de aprobación. En tal ocasión hay que guardarse mucho de comparar a esa persona con otra.
Nunca hay que alabar a nadie de forma extraordinaria, sino que la cortesía pide que se haga siempre sin exageración y sin ninguna comparación. También hay que tener la precaución de no alabar a alguien en presencia de sus enemigos.
Si cuando se halla uno en compañía de otros se tiene la oportunidad de alabar a sus parientes, puede hacerse, con tal que sea con sobriedad y moderación. Cuando se alaba a alguien delante de nosotros, no hay que aplaudir demasiado las alabanzas que se le dan, pero la urbanidad exige que se manifieste gratitud a quien haya expresado la alabanza.
Cuando se está en presencia de alguien, es descortés alabarlo y expresarle grandes elogios, como para mover a la persona a quien se tributan a mostrar mayor reconocimiento.
Sin embargo, si otros la alaban, hay que manifestar que se quisiera que la alabanza fuera aún más bella y más digna del mérito de la persona a quien se dirige; pero es totalmente descortés recordar a alguien algún favor que se le hizo, pues parece que eso sería para hacerle un reproche.
Por el contrario, es educado apreciar un regalo que se recibe; y es descortés ocultarlo en seguida. Sería gran falta encontrar en él motivo de crítica, particularmente delante de quien lo hace; una persona que procede así, merece que no se le vuelvan a hacer más regalos.
Cuando se muestra a alguien o a un grupo de personas alguna cosa que merece ser estimada, no es educado expresar gran admiración y dedicarle alabanzas extraordinarias, como hacen algunos. Eso sería manifestar que tiene uno cierta complacencia rastrera por la persona a quien pertenece la cosa, o que no se ha visto nunca nada, o que no se sabe valorar las cosas.
Sin embargo no hay que ser totalmente indiferente cuando la cosa es de valor inestimable, pues en esto hay que ser al mismo tiempo moderado y justo. Si es a un grupo al que se presenta alguna cosa, no es conveniente apresurarse a ser el primero en alabarla, sino que hay que esperar a que la persona más calificada del grupo exprese su opinión, y después aprobarla de manera cortés y deferente, a menos que la persona nos pida antes nuestro parecer; pues en ese caso la cortesía exige decirlo, sencillamente, sin exagerar en nada.
De la misma forma hay que proceder en todas las ocasiones en que se ve uno forzado a valorar alguna cosa o acción; pero sin dedicar grandes expresiones, exclamando ante todo lo que se ve: ¡Oh, qué hermoso es!, ¡oh, qué admirable!, particularmente si se está en presencia de una persona a quien se debe mucho respeto y antes de que dicha persona haya juzgado. Eso sería presumir demasiado y faltar al respeto.
Adular es decir bien de alguien cuando no hay motivo para ello, o decir mucho más de lo que es, por pura complacencia o por interés propio. Es una bajeza proceder de ese modo, y permitirlo es siempre perjudicial para el adulado, pues da a entender que tiene poca inteligencia y mucha presunción al consentir que lo alaben por cosas que no puede atribuirse ni cristiana ni razonablemente.
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