El modo de vestir con propiedad.
La persona que se presentase en público vistiendo a su capricho, y no sometiéndose a las exigencias de las costumbres recibidas, no solo mostraría poco aprecio de sí misma, sino que haría alarde de menospreciar a los demás.
De la propiedad en el modo de vestir.
Las formas y demás condiciones del traje están generalmente sujetas a los principios de la moda, y es preciso someternos a ella, sin olvidar cuando hayamos llegado a una edad avanzada, las modificaciones que se hacen imperiosamente necesarias.
La persona que se presentase en público vistiendo a su capricho, y no sometiéndose a las exigencias de las costumbres recibidas, no solo mostraría poco aprecio de sí misma, sino que haría alarde de menospreciar a los demás.
Para vestir bien es necesario que tengamos muy presentes nuestra edad, nuestra figura y nuestra posición social, pues lo que está gracioso en una jovencilla parece ridículo en una señora mayor; lo que realza la hermosura de una mujer bonita, contribuiría al ridículo que cubre a aquella a quien la naturaleza ha negado sus atractivos; y por último, los ricos trajes que convienen a una señora opulenta, serian impropios para la que solo contase con una módica fortuna, pues demostrarían la frivolidad de su alma.
Además, es preciso saber vestirse con oportunidad, y no salir a la calle en el día de una festividad o a las horas de etiqueta, con el traje de por la mañana. Igual desacierto seria presentarse en un luto con un vestido de baile, o en éste con un traje serio.
La oportunidad en el vestir y el gusto, constituyen la elegancia más bien que la riqueza de los tejidos y lo cargado de los adornos.
Toda visita de etiqueta y toda reunión de invitación, exigen siempre un traje serio. Difícil es marcarlo en las señoras, porque esto depende del capricho de la moda; pero en los caballeros el traje serio está generalmente caracterizado por el uso de la casaca, pantalón y sombrero negro, y chaleco blanco.
El traje debe ser todo él negro para hacer visitas de duelo y asistir a los entierros.
Tanto las señoras como los caballeros nunca saldrán sin guantes adaptados al traje que llevan, y cuanto más limpios y nuevos sean, mejor indicio darán de la persona.
Los guantes y el calzado no permiten jamás las medianías. Puede estar el vestido deslucido, pero apenas es reparable cuando se llevan decentes los guantes y el calzado.
Nadie debe vestir con más lujo del que requiere su estado; la joven soltera que se empeñe en llevar blondas y diamantes se hará ridícula; así como su madre si lleva telas ligeras incompatibles con la severidad de su estado.
Por pingüe que sea el dote de una joven soltera, hará bien en desterrar de su tocador los schales de Cachemira, las ricas pieles y otros adornos brillantes.
Las jóvenes que desprecian estos miramientos sensatos, pasan por casquivanas y no por eso se aumenta su hermosura.
Todas las fortunas no son iguales; preciso es circunscribirse dentro del círculo que nos ha marcado la suerte, y procurar sustituir la riqueza con la elegancia, seguros de que aun ganaremos en el cambio.
Además, las que tienen una posición mediana y quieren salirse de su esfera tocan con otro escollo, pues hacen sacrificios por embellecer su modesto traje, y como estos sacrificios son por precisión incompletos, un adorno nuevo y brillante se coloca al lado del vestido mezquino y envejecido, formando un ridículo contraste y patentizando los impotentes esfuerzos de un amor propio chasqueado. El conjunto carece entonces de armonía, y la armonía, como hemos dicho en otra parte, es el alma de la elegancia y la belleza.
Las personas sensatas nunca obrarán así, y recordarán siempre aquel axioma árabe: "ni lo más alto ni lo más bajo".
Es igualmente ridículo pretender ser la más elegante de la reunión, como resignarse a parecer la más mal vestida, porque la que no puede presentarse con decencia obrará mejor quedándose en su casa.
Ya hemos dicho también que era preciso adaptar el traje a la edad. Las señoras ancianas deben abstenerse de colores brillantes, de dibujos exquisitos, modas muy nuevas, flores, etc. Una persona de edad con el pelo rizado, adornada de collares y brazaletes, y llevando un traje escotado con manga corta, ofende tanto al decoro como a su interés y dignidad.
Lo mismo practicarán las que tengan una deformidad física, pues un traje chocante atraerá sobre ellas el ridículo, mientras uno serio y decoroso las pondrá a cubierto de sus tiros, y las hará parecer menos deformes.
Las señoras que hayan encanecido prematuramente, evitarán el adornarse la cabeza con flores; nada choca tanto a la vista como las rosas entre la nieve.
Las amas de casa cuando dan una reunión vestirán siempre con la posible sencillez, para no obligar a las señoras que concurran a presentarse con mucha ostentación.
Las telas ligeras son para verano y para baile; los tejidos fuertes para el invierno y para las visitas y conciertos.
La urbanidad lejos de proscribir los recursos del arte para mejorar nuestras ventajas físicas, los exige, cuando no se adoptan con exageración. Uno de nuestros principales deberes es presentarnos de modo que no ofendamos la vista de los demás, y que excite al contrario su agrado.
El que tenga la desgracia de encanecer o de que se le caiga el pelo, debe ponerse peluca; el que pierda la dentadura hará bien en remplazarla con otra postiza; y así en general, ha de procurar disimular cualquiera defecto físico el que por su desgracia lo tenga. Esto no quiere decir que seamos ridículos o afectados. Pues vivimos en sociedad, consagremos al tocador la preeminencia debida; pero nunca sin ser tan frívolos que circunscribamos a él todas nuestras atenciones.
La severa sencillez del traje de los hombres, establece poca diferencia entre el de los jóvenes y los ancianos; pero sin embargo, éstos deben escoger colores oscuros, seguir la moda de lejos, no gastar trajes muy estrechos ni muy cortos, y sobre todo atender principalmente al aseo y la comodidad.
En fin, para vestir bien se necesita un tacto especial, y no olvidemos nunca que lo constituyen la sensatez y la modestia.
No olvidemos tampoco que es un verdadero deber presentarnos siempre con decencia, por respeto a nosotros mismos y por consideración a la sociedad.
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