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El aburrimiento. El arte de agradar
Cuando el aburrimiento ha invadido a una persona, es perfectamente inútil tratar de ahuyentarlo con viajes, con diversiones, banquetes o lecturas
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La falta de interés, actividad o diversión: el aburrimiento
Aquella urbanidad
Poco importa que sea enfermedad del alma o afección del entendimiento; basta con saber que es un estado anormal y nada conveniente para la persona atacada y para las que la rodean.
Un enfermo, sea cualquiera la dolencia que sufra, es un desgraciado que mueve la piedad y excita la compasión.
Un aburrido, siendo un enfermo, es un egoísta que inspira indiferencia cuando no desdén.
Muchas y muy distintas son las causas que al juntarse dan origen a este mal.
Dejando a un lado una de las principales, que es la ociosidad, fijemos la atención por modo casi exclusivo en una de sus más caracterizadas determinantes.
El egoísmo, el pensar, sentir, querer y luchar únicamente por sí y para sí, sin interesarse más que en la existencia propia, es simiente pronta a desarrollarse y a dar vida a esta mala hierba.
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Cuando el aburrimiento ha invadido a una persona, es perfectamente inútil tratar de ahuyentarlo con viajes, con diversiones, banquetes o lecturas.
En el vagón del ferrocarril, en la butaca del teatro y al lado de la mesa espléndidamente servida, el fastidio tomará asiento, viajará con el aburrido, será telón que le prive del espectáculo teatral, salsa desagradable que le haga rechazar los más sabrosos manjares y párrafo enojoso que le quite interés a la más interesante lectura.
Como la sombra al cuerpo, van el hastío y el cansancio de vivir estrechamente unidos al ser ocioso y egoísta, que en la hartura propia encuentra el principio de sus aspiraciones, satisfechas siempre y siempre insaciables.
Vosotras, mis buenas lectoras, las que os agitáis en la sana atmósfera del hogar; las que tenéis padres ancianos, esposos e hijos en que emplear la actividad fecunda de vuestras nobles almas, es seguro que nunca os aburrís.
Tampoco os aburriréis vosotras las que descansáis de los cuidados domésticos consolando a los infelices, visitando a los enfermos, socorriendo a los menesterosos y poniendo en ejercicio vuestras facultades para la realización de las sublimes empresas de la cristiana caridad.
Para llenar el vacío de alguna hora, sabéis educar la inteligencia, ya cultivando la música, ya la pintura o ya el bordado.
Pero el vacío moral, el vacío del corazón, no se llena con las artes, por bellas que sean.
Cuando una amiga os cuente que se aburre, excitadla a que se preocupe por los desdichados, a que remedie miserias, a que por sí misma practique actos benéficos, y veréis, sin duda alguna, cómo al pensar algo en los males ajenos y no tanto en la ociosidad propia, empieza a gustar entretenimiento grato, a interesarse en otras vidas y a no sentir la abrumadora jaqueca del fastidio.
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La madre amante, la Hermana de la Caridad -modelo de abnegación-, no se aburren porque no tienen tiempo para aburrirse, porque en sus existencias no hay resquicio para que la holganza se deslice, porque en sus pechos no cabe el más pequeño átomo de egoísmo.
Enseñad con estos ejemplos a la aburrida, curad a esa enferma con la santa medicina de la caridad, y si vuestros consejos no bastan, dejadla... ¡que se aburra!
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