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Doble vista. Ver todas las cosas con claridad perfecta. El arte de agradar
Ver todas las cosas con claridad perfecta, descubrir los móviles reales que se ocultan tras apariencias engañosas, encontrar el odio bajo la lisonja, la ruindad bajo mentida nobleza...
foto base Free-Photos - Pixabay
Sagacidad, perspicacia, penetración o doble vista
Aquella urbanidad
Indudablemente constituye una superioridad el hecho de poseer penetración bastante para distinguir lo que hay de falso y de real en un acto, en una frase o en cualquier manifestación del sentimiento.
Tampoco parece discutible la conveniencia de gozar de una tan aguda percepción que nos permita no aceptar como oro de ley la moneda dorada por la envidia, por la adulación o por la hipocresía.
Pero una vez reconocidos estos relativos beneficios de lo que puede ser llamado "doble vista", es fuerza declarar que sus inconvenientes son infinitamente mayores que sus ventajas, y que las ventajas no se consiguen sin que el alma se llene de la amargura y de la tristeza, hijas del desengaño.
Ver todas las cosas con claridad perfecta, descubrir los móviles reales que se ocultan tras apariencias engañosas, encontrar el odio bajo la lisonja, la ruindad bajo mentida nobleza y la insensatez cubierta con antifaz de cordura, vale tanto como recorrer el camino de la existencia convirtiéndolo en estepa árida y desolada, sin azules de cielo radiante, sin fulguraciones de astros brilladores, sin fragancias de esas florecillas que, para embellecer las fealdades humanas, siembra pródiga la inmortal ilusión.
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Existen dos especies de sagacidad, perspicacia, penetración o doble vista: una se limita a observar, guardando para uso propio el resultado de las observaciones; la otra, disimulando, con pretexto de caridad, lo que es sólo vanidoso alarde, necesita hacer público el juicio de su fina observación, buscando así que el mundo reconozca que "se pasa de lista".
Ambas especies, aunque en distinta medida, ofrecen sus peligros. Escrutar en los repliegues de las almas y sondear las flaquezas ajenas, aun sin revelar lo que se ve en tales exploraciones, es tarea que conduce a escepticismo ingrato y a desconfianza constante; es algo que nos impulsa a mirar con recelo al prójimo, que a su vez se aleja desconfiado de aquel que tiene la llave del arca sellada de sus íntimos pensamientos.
El aislamiento y el desencanto son las consecuencias que toca el espíritu sagaz más discreto.
Y si esto ocurre al observador prudente y moderado, no es difícil calcular lo que ocurrirá al que se jacta y envanece de su penetración. Su clarividencia, exaltada por el afán del elogio, no se limita a poner de relieve los defectos que nota; desbocada, ciega, exagera lo que ve, supone e inventa lo que no ve, y no advierte las buenas cualidades que en todas las almas existen como compensación de las defectuosidades. Insensiblemente encuentra un goce en señalar los lunares de las almas, y este goce engendra un gran desprecio hacia todo el mundo, y engendra también en el observador un erróneo concepto de su personalidad, suponiéndola más elevada, más noble y más digna que las del resto de los mortales. Y paso a paso, sintiendo ruinmente por pensar ruinmente, acaba confirmando en todas sus partes el conocido adagio de que "siempre cree el ladrón que todos son de su condición".
No se crea por esto que el ideal en la tierra es carecer de perspicacia; ni se debe ni se puede fiar de las apariencias, ni aceptar como buenas las palabras sin fijarse en si los hechos responden a los dichos.
La bondad y la credulidad de un alma son dones excelentes, pero que exigen la colaboración de la inteligencia para no dejarse engañar y para que las gentes no incluyan al bueno en el número de los tontos.
La falta y el exceso de penetración son extremos, y por serlo, no pueden aceptarse.
"Es conveniente aprender a distinguir lo que hay de falso y de real en un acto"
Gran cosa es la doble vista cuando se carece de vanidad, cuando no se pretende pasar por infalible y cuando hay honradez suficiente para pensar y para decir, después de realizar una observación: "Supongo esto o aquello, pero... acaso me equivoque y sea lo contrario".
Inquirir todo, escudriñar en todo y buscar despiadadamente la razón de todas las cosas es convertir la vida en una operación aritmética: es consagrarse a una resta antipática en vez de dedicarse a vivir la vida, que es amar y perdonar.
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