Del hombre de mundo con su familia.
El hombre honrado y amable lo es también en su casa; y entre su esposa y sus hijos es donde debe excederse su dulzura.
Del hombre de mundo con su familia.
¿Qué importa que un hombre sepa hacer los honores de un convite, recibir con gracia y desembarazo, y que en la sociedad se admire su talento, sublimidad y finura; que los demás envidien las cualidades que le distinguen, que las mujeres anhelen por las gracias de su conversación, y que en general se desee ser de aquellos a quienes él se acerca más, si cuando vuelve a casa este hombre deja todas sus máscaras engañadoras, y cesan para él los deberes de urbanidad y de bondad apenas entra en ella, como si no fuera una de las primeras necesidades el hacer felices a aquellos que le rodean, y como si los de su familia no estuviesen a su nivel y no fuesen los seres más queridos de su corazón?
Los deberes de la sociedad no acaban jamás; empiezan a nuestra entrada en el mundo, y prosiguen hasta la salida de él, que es la muerte. El hombre honrado y amable lo es también en su casa; y entre su esposa y sus hijos es donde debe excederse su dulzura. La felicidad de una familia no consiste en saber recibir a los de fuera; todo está hecho con ellos, cuando ya se ha cerrado la puerta; entonces empieza otra función respecto al amo de la casa. Débense alejar para siempre las eternas disputas sobre los gastos de la familia, sobre cuentas, etc., no porque deba autorizarse el desarreglo que exceda a sus facultades, sino porque calculado una vez lo que se necesita diariamente, o debe echarse de menos lo que se gasta. Si por desgracia alguna vez se ha excedido, debe considerarse esto como una lección para lo sucesivo, y no como texto de una recriminación de lo pasado.
Grandes hechizos tiene una conversación al lado del fuego; aquí es donde se disfruta de aquel abandono fácil, de aquel desahogo cordial que endulza las penas de la vida, y cubre con flores sus espinas. Los ingleses aprecian mucho su propia casa. "At home", dicen ellos, y estas palabras lo expresan todo. Le describe el poder de un hombre en su casa porque allí es el rey, es en cierto modo un soberano; sus hogares son sagrados; son un asilo inviolable en que se guarda la fe, en que los desahogos de la amistad entran en el corazón para no salir jamás de él. Así es que un inglés en ninguna parte es más amable que en su casa y rodeado de su mujer y de sus hijos. Allí parece que depone todo su orgullo, y aquella fiera superioridad británica que le hace tan poco accesible a los extranjeros; y si sus conexiones en el mundo son frías, vuelven a encontrar entre su familia la alegría y el más puro gozo.
"Los deberes de la sociedad no acaban jamás; empiezan a nuestra entrada en el mundo, y prosiguen hasta la salida de él"
En su casa es donde cada uno aprovecha el tiempo que tiene; se estudia, procura hacerse mejor reflexionando, pasa la vida sin gastarla, y no es uno verdaderamente feliz, según lo creemos, sino cuando sabe reconcentrarse en los placeres naturales que se encuentran dentro de su casa; pero es preciso saber aprovecharse de la soledad del bufete y de lo interior de una casa como un hombre de gusto y juicio; y no malgastar el tiempo en visitas continuas e inútiles.
Penoso estilo, dice Labruyere, y sujeción incómoda, la de buscarse incesantemente los unos a los otros con la impaciencia de no encontrarse, sino para decirse frivolidades, y comunicarse cosas que cada uno sabe, y que importa muy poco el saberlas; entrar en un gabinete, precisamente para salir de él; no salir de su casa después de comer sino para volver a entrar a la noche, muy contento de haber visto en tres horitas a tres porteros, a una mujer que apenas se conoce y a otra a quien no se ama. Quien considere bien el precio del tiempo, y cuan irreparable es su pérdida, llorará amargamente tan grandes miserias.
Se vive en la corte demasiadamente fuera de sí; se va, se viene, y es la vida semejante al giro de un peón que rodea en el mismo círculo, y que cae por sí debilitado el impulso que le ha dado cuerda. Conviene saber pasar una tarde entera en su casa, hacer compañía a su mujer, a sus hijos y a su hermana; acompañar al abuelo a echar una partida de damas o de ajedrez, y jugar también si es necesario, al toro con los niños. Los bailes, los espectáculos, son cosas que no se deben frecuentar tan de continuo, y que no constituye lo que se llama el fruto de la vida.
Acostumbraos, también, a estar en vuestra casa aseados, aunque sin lujo, porque aunque no conviene continuamente el adorno, pero sí la limpieza, por ser un deber para con las personas a quienes se ve, y aun para consigo mismo. Evitad en vuestra casa las conversaciones libres; nada enseñan y dañan mucho; y si sois padres, será inútil deciros más sobre el particular.
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