Deberes en reuniones y conversaciones. V.
La alabanza es razonable con tal que fundándose en la verdad o en la verosimilitud, sirva de estímulo o de recompensa al talento, a la virtud o a la industria.
Los deberes en reuniones y conversaciones.
Ocultar el lado ofensivo de una verdad. Interrogado Despreaux por el mismo Luís XIV acerca del mérito de
unos versos que éste había compuesto, respondió: " Señor, nada es imposible para V.M.; ha querido hacer versos malos y lo ha logrado ".
La alabanza es razonable con tal que fundándose en la verdad o en la verosimilitud, sirva de estímulo o de recompensa al talento, a la virtud o a la industria; pero es reprensible cuando se funda en una falsedad o va mucho más allá del mérito ensalzado, en cuyo caso se llama adulación. Hay elogiadores eternos que no os dirigen una alabanza fugaz y delicada, sino que os ahogan y os oprimen de elogios, por cualquiera tontería, a cada instante, en presencia de cualquiera persona, de modo que si no rechazáis sus desmedidas alabanzas pasáis plaza de vanidoso, y si las rechazáis, las repiten con usura, y no os inciensan, sino que os dan con el incensario en las narices.
La adulación se distingue de la alabanza racional y merecida en que transforma los vicios en virtudes, en que pondera las cualidades que no se tienen, y en que ensalza excesivamente las que se poseen. El adulador, pues, es un hipócrita que finge afectos contrarios a los que su ánimo experimenta, es un vil que tiembla al ver el ceño del rico y se hace eco de cuanto dicen los que lo son. Es un defraudador que da mentiras para obtener ventajas positivas; es un ladrón que roba a la virtud los elogios que tributa al vicio, y es un infame, que indiferente al honor no teme el desprecio público.
Son poquísimos los hombres que se esfuerzan para adquirir las dotes que les fallan, cuando se les asegura que las poseen; y no se sienten estimulados a alcanzar gloria, si los que los rodean les dicen a cada paso que han llegado al pináculo. Puede darse por seguro que muchos personajes poderosos no se volvieron tiranos sino porque se les hizo creer que todo les era debido, y que su rango excusaba cualquiera error que cometiesen.
Siendo útil por un lado el caso racional de la alabanza, y no siendo por otro difícil que se nos tache de aduladores, recordaré la regla de Montaigne, quien al alabar las virtudes y los méritos verdaderos de sus amigos, se complacía en exagerar un poco, aunque en su concepto esta exageración debe ser muy moderada. Antes de verter alabanzas hemos de examinar las circunstancias de las personas, y si hemos sido engañados, por bondad o generosidad de ánimo, justo es que nos retractemos desde luego.
Llámase delicada una flor cuando se entristece al soplo de un aire un poco frio, o se agosta si la hiere el sol de mediodía. Se llama ánimo delicado aquel que se resiente a las más pequeñas sensaciones morales, y siempre en provecho de los demás. Puede haber bondad de ánimo sin delicadeza; un hombre bondadoso os hará al punto el favor que le pedís; un hombre delicado os ahorrará la molestia de pedirlo, y sabrá mantener secreto el beneficio.
Puede haber justicia sin delicadeza; un hombre justo defenderá con valor vuestros intereses, un hombre delicado defenderá hasta vuestras conveniencias, y se apresurará a daros noticia del buen éxito que en el negocio habéis conseguido. La delicadeza de ánimo es una mezcla de dotes especiales y se manifiesta con los caracteres de éstas. Los generales atenienses, movidos en Maratón por el ejemplo de Arístides, cedieron a Milcíades el mando que diaria y alternativamente tocaba a cada uno de ellos, pero Milcíades deseando que la victoria que esperaba alcanzar no pudiese ser ocasión de sufrimiento para ninguno de sus compañeros, llevó la delicadeza al punto de no dar la batalla hasta el día en que de derecho le correspondía el mando.
En las cosas de valor positivo y no necesarias, la diferencia entre la cosa ofrecida y la cosa aceptada da la medida de la delicadeza. Cuando los mitilenos ofrecieron a su conciudadano Pítaco como una recompensa el terreno que había conquistado para la república, no aceptó sino el espacio recorrido por una flecha que disparó él mismo. Entre la riqueza de los dones que el cónsul Postumio ofreció a Marzio en recompensa de su valor, este generoso romano no quiso sino un prisionero y un caballo para los días de batalla.
El más hermoso rasgo de noble orgullo (que es una de las cualidades que entran en la delicadeza de ánimo) que nos menciona la historia, es el siguiente. Encontrábase en Constantinopla, de camino para la tierra santa, Roberto duque de Normandía, hijo de Guillermo el Conquistador, el cual era célebre por la viveza de su espíritu, su afabilidad y otras prendas. Deseoso el emperador de poner a prueba sus virtudes, le invitó junto con sus nobles a un banquete en el palacio imperial, y luego dispuso que todos los asientos fuesen ocupados por los demás convidados, antes que llegasen los normandos, de los cuales ordenó que nadie se cuidará. Entrado Robert con sus nobles, ricamente vestidos, y habiendo visto que todos los asientos estaban tomados y que nadie contestaba a sus cortesías, se dirigió sin manifestar sorpresa ni turbación alguna, a un extremo de la sala que estaba vacío, se quitó la capa, la dobló con mucha tranquilidad, la puso en el suelo y se sentó sobre ella, visto lo cual, fue imitado por los caballeros que con él iban. En esta posición comió los manjares que le llevaron, dando señales de la satisfacción más grande; terminada la comida se levantaron el duque y sus nobles, se despidieron de los comensales de la manera más fina, y salieron del salón dejando en el suelo sus riquísimas capas. El emperador que había admirado el modo como se condujeron, admiró más este último rasgo, y envió a uno de sus cortesanos a rogar al duque y a sus caballeros que tomasen las capas; mas el duque contestó: "decid a vuestro amo que los normandos no tienen la costumbre de llevarse los asientos que ocupan durante la comida". Esta negativa era noble, delicada, oportuna y ai mismo tiempo orgullosa.
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