Conversaciones comunes.
Sobre las conversaciones triviales que se tienen en sociedad.

Conversaciones comunes.
Hay una multitud de individuos que no dicen una palabra de más ni de menos un día que otro, y en quienes la conversación se ha hecho estereotípica en su memoria.
Entran en un corrillo números, y después de haber saludado con poca gracia a la señora de la casa, se van a sentar en la primera silla vacante; allí entablan con su vecino una conversación que sería muy interesante, si no la repitiesen tan a menudo.
- Hoy ha hecho un tiempo primoroso.
- Sí señor. No obstante, el cielo está un poco cubierto; puede ser que llueva esta noche y bastante; hoy habrá mucha gente en el coliseo; el frío empieza a apretar; a las cinco señalaba el termómetro tres grados bajo cero; el domingo parece que se estrena una pieza nueva; ¿cree Vd. que salga con lucimiento? ... Pero Vd. no dice nada; ¿está Vd. malo?
- No señor, es que ...
El pobre oyente procura no manifestar el entorpecimiento que se va apoderando de él. Confesemos que la vida es demasiado corta para gastarla en estas tonterías.
Pero también hay conversaciones preparadas para aquellos que uno encuentra por la calle.
- Muy buenos días, caballero. ¿Cómo lo pasa Vd? Con que ¿Vd. por aquí? ¿No iba Vd. a Italia? ¡Qué viaje tan precioso será!
- Sí.
- ¿Y cómo va de salud? ¿Y sus negocios de Vd.? ... ¿Se divierte Vd. mucho? ...
- Pero perdone Vd., tengo que dejar a Vd., voy a comer, porque es ya muy tarde; y echa a correr sin aguardar respuesta a aquel diluvio de necias preguntas.
¡Necio! ¿Por qué no se contentaba con quitarse solamente el sombrero?
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Todos los principios son informes, y queda después la imaginación de aquella deformidad: la memoria de haberlo visto imperfecto no lo deja lograr acabado.
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