
Una agradable conversación entre jóvenes.
Sea cual fuere el objeto de la conversación, exponed con modestia vuestra opinión, defendedla con moderación y serenidad
Circunstancias que hacen agradable la conversación.
Los jóvenes, que empiezan a figurar en el mundo, no deben hacer gala de una vana erudición de colegio, ni aspirar a la fama de doctos valiéndose de voces tomadas de idiomas extranjeros o empleando términos técnicos de ciencias desconocidas de los circunstantes.
Sea cual fuere el objeto de la conversación, exponed con modestia vuestra opinión, defendedla con moderación y serenidad. Si os la impugnaren y conocéis que vais errados, ceded inmediatamente, y ceded también aunque tengáis razón, si la cosa que se discute es de poca importancia, y sobre todo si vuestro contradictor es una señora o un anciano.
¿Queréis que sea agradable vuestra conversación? Manifestad vuestras ideas con elegancia y claridad, valeos sin afectación de las frases más puras y castizas, y empleadlas con oportunidad. Tocad superficialmente los objetos, no los profundicéis. Hablar mucho tiempo sobre un mismo asunto, fatiga la atención; por lo común se aprecia la variedad. Procurad que vuestra pronunciación sea clara y distinta, variad las inflexiones de la voz, según la materia de que se trate y las diversas circunstancias que la acompañen. Un tono uniforme promueve luego el disgusto o el fastidio.
Las faltas que se notan en el lenguaje indican poco talento o una educación desaliñada. Es menester, pues, poner mucho cuidado en este punto el más interesante para el lucimiento de la conversación.
Guardémonos de fastidiar a los demás con preguntas secas y directas, con proposiciones indiscretas. Es impropio gesticular mucho cuando se habla, y aplicar continuamente la mano a la persona a quien se dirige la palabra.
"El hombre verdaderamente urbano se guarda bien de pronunciar una palabra agravatoria"
El hombre orgulloso mira y trata con desprecio a los que frecuentan su casa, y apenas se digna hablarles o contestarles. El vanidoso lo envuelve todo en una inflexible crítica o en una amarga ironía, ataca todas las opiniones y desatiende con insultante fatuidad a los que se hallan en su compañía. Ambos son la peste de la sociedad.
El hombre verdaderamente urbano se guarda bien de pronunciar una palabra agravatoria. Sabe que una invectiva fuera de tiempo no puede ser contenida ni reparada. Procura hablar de modo que los circunstantes tengan la facilidad de responder a la vez. No levanta ni baja demasiado la voz, porque sabe que hablamos para que nos comprendan, y no, para atolondrar a los que nos escuchan. Nunca interrumpa a los que están hablando, pues fuera la más grosera falta de cortesía; procura mostrar facilidad y soltura en sus razonamientos, y no despliega los labios hasta que esté bien seguro de lo que tiene que decir. No hay cosa más incómoda que oír a una persona balbucear de continuo o verla vacilante o perpleja.
Se faltaría también a la Urbanidad y a la atención, hablando con otro en idioma extranjero que no fuese comprendido de los que se hallen presentes, cuchicheando con los que estén inmediatos a nosotros, o haciendo señas a los colocados a alguna distancia.
Jamás debemos soltar expresión alguna que tienda a hacer burla de la religión ni de cuanto tenga relación con ella. Faltando a la moral pública, se ofenden los oídos de las personas timoratas.
La conversación de una señora debe ser suave y modesta, esmerándose más pronto en hacer brillar el talento de los demás que el suyo. Una señora delicada debe abstenerse de la murmuración, que solo es propio de los necios o de los malvados. Al murmurador se le desprecia, se le teme, se Ie evita. La lisonja y los insípidos cumplimientos parecen también muy mal en boca de una señora, que debe medir siempre sus expresiones para que no sean mal interpretadas. No faltan a la que tiene talentos medios suficientes para dar pábulo a la conversación.
Si se hace uso del chiste, ha de ser con mucha sobriedad. Cuando uno se aparta de su gravedad natural, no debe perder de vista los lugares, los tiempos y las personas. Gastar chanzas pesadas, espetar agudezas malignas y hacer gala de sonsonetes y juegos de vocábulos sosos o de antigua fecha, es dar prueba de poco talento o manifestar que se ha formado pésimo juicio de él de los demás.
-
6381
Aviso Los artículos "históricos" se publican a modo de referencia
Pueden contener conceptos y comportamientos anacrónicos con respecto a la sociedad actual. Protocolo.org no comparte necesariamente este contenido, que se publica, únicamente, a título informativo
Su opinión es importante.
Participe y aporte su visión sobre este artículo, o ayude a otros usuarios con su conocimiento.
-
La urbanidad en todas partes es amable, y distintivo de una persona bien criada.
-
Una persona nunca puede ir sola a visitar a un hombre soltero, a no ser éste de edad y respetable posición.
-
Hablar con otras personas requiere tener algunos conocimientos sobre cómo manejarse de forma correcta en una conversación
-
En el paseo, muchas elegantes hacen tertulias animadas, pero hay que guardar en ellas gran compostura y evitar las conversaciones en voz alta y las risas extemporáneas
-
Comportamiento de las niñas cuando juegan con amigas o compañeras.
-
Encontramos belleza en el cuerpo humano cuando vemos reunidas en él las cualidades más propias para ejecutar sus movimientos.
-
Los secretos, la discreción y los halagos. Las acciones de las personas en sociedad.
-
La murmuración había de ser evitada, por principio, entre otras razones porque era augurio de malos presagios en las relaciones cívicas
-
No toméis pues tabaco; pero si este gusto se os ha hecho una necesidad indispensable, ocultaos cuando debáis satisfacerle.
-
No andéis de puntillas, como si estuvieseis bailando, a no ser para pasar un charco; no corráis de una acera a la otra de la calle, porque os tendrían por locos.
-
Todo lo más principal que tenga que deciros acerca de la urbanidad se comprenderá en veinticuatro horas, al fin de las cuales vuelve a repetirse la misma tarea de trabajo y descanso.
-
Cualquiera acción o dicho que voluntaria e ilegítimamente nos roba la estimación ajena o nos expone al desprecio, se llama injuria.