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Moral, virtud y urbanidad. Dedicatoria.

Los antiguos tenían la costumbre de dedicar sus obras a aquellos amigos a cuyas instancias debían sus diversos ensayos.

Manual de Moral, Virtud y urbanidad
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Carta a Don Joaquín Escarjo.

Mi más apreciable amigo:

Los antiguos tenían la costumbre de dedicar sus obras a aquellos amigos a cuyas instancias debían sus diversos ensayos: yo, siguiendo su ejemplo, dedico a V. la presente obrita intitulada: "Lecciones de Moral, Virtud y Urbanidad", que espero se servirá V. admitir, aunque no sea mas que como una pequeña prueba de mi sincera amistad.

Digo esto ultimo, porque hace cuatro o cinco años, cuando nuestras relaciones amistosas no eran tan estrechas, y cuando la suerte de V. era tan diversa de la que es hoy, se hubiera podido creer que la adulación movia mi pluma; pero la adulación, que tan diestramente sabe emponzoñar el oido, siempre va en pos de la Fortuna para respirar el mismo aire que el poder y las riquezas; nunca se la ve quemar su incienso en las aras de la Desgracia. Como ésta nos persigue a entrambos, bien puedo creer que nadie interpretará siniestramente mis acentos.

Sí, amigo mio; una es la desgracia que nos persigue, una la tormenta y naufragio que hemos padecido, y hasta los desengaños que hemos experimentado, y que experimentaremos en tanto que la voluble diosa no nos lance una mirada risueña, son y serán muy semejantes, por proceder de un mismo origen. Ambos, huyendo de los furores del despotismo, nos lamentamos en pais extranjero de los males que desgarran el seno de nuestra patria, de aquella patria por cuyo bien se desveló V. tanto algún dia.

Retirado V. ahora en esa isla de Jersey, entregado al cuidado de su familia y consagrando las más preciosas horas al estudio y a la educación de sus cariñosos hijos, me complazco en creer que no le será indiferente una obrita que podrá contribuir a darles ideas sanas, y un conocimiento exacto de los deberes del hombre comprendidos en el titulo de ella.

Justamente las dos mayores, Jacobito y Emilio, han llegado ya a aquella edad en que conviene imprimir en sus ánimos los principios que ha de desarrollar el tiempo, y de los cuales depende, en gran parte, su felicidad o su desgracia futuras. Deben considerarse como una tierra dispuesta a recibir toda suerte de semillas, entre las cuales puede haber unas que den a su tiempo espinas, y otras flores.

"La educación es al alma, según dice Séneca, lo que la limpieza es al cuerpo; pide el mayor esmero, porque su influencia dura toda la vida, nada hay más fácil que amoldar el alma tierna de una criatura; nada más difícil que desarraigar los vicios que han crecido con nosotros."

Un autor contemporáneo nuestro, hablando de la educación, dice que "debería mirarse como una parte principal de la legislación. Los pueblos modernos se ocupan bastante de la instrucción que despeja el entendimiento, y demasiado poco de la educación que forma el carácter. Los antiguos pensaban acerca de esto más que nosotros; así es que cada pueblo tenia entonces un carácter nacional, que no tenemos nosotros."

En prueba de esto habrá observado V. que todos los esfuerzos de nuestros maestros y profesores se dirigen mas a sacar discípulos hábiles, que a formar hombres de bien. Señalan premios, que raras veces reparten con equidad, para recompensar al que ha nacido con más memoria que los otros, o si se quiere, al que es más estudioso; mas nunca para estimular a los jóvenes a ser justos y virtuosos. ¿Recita bien un muchacho un trozo de Virgilio? ¿acierta a componer entre dos docenas de versos latinos dos o tres tal cual buenos?

Ya es todo lo que hay que ser, ya es en concepto del maestro un ingenio peregrino, no halla palabras con que elogiarlo; al paso que una acción virtuosa del mismo no llamó su atención, para hacer que sus compañeros imitasen tan bello ejemplo.

He aquí la razón por qué los padres de familias deben tomar a su cargo la instrucción moral de sus hijos, considerándola como una planta delicada que raras veces progresa en manos mercenarias. Pero como no todos los padres tienen tiempo, ni disposición de enseñar a sus hijos los útiles principios de la moral, los divinos preceptos de la virtud, y las agradables reglas de la urbanidad, es muy conveniente reunir todo esto en un pequeño volumen, para que de este modo sin ningún trabajo puedan communicarles lo que de otra manera seria una tarea larga, penosa y tal vez incompleta.

Hace un año, poco mas o menos, publicó el Sr. Ackermann unas Cartas sobre la Educación del Bello Sexo, escritas con excelente estilo, y llenas de ideas conducentes a la mejora moral e intelectual de las mujeres. Desde entonces me ocurrió la idea de componer la obrita que hoy dedico a V. con tanto gusto. Felizmente hallé una gran parte del trabajo hecho, tal como yo lo habia concebido, en una obra francesa de Blanchard. Otro autor francés y el lord Chesterlield me han suministrado los demás materiales que yo necesitaba.

He seguido enteramente el plan del primero, porque me pareció muy bueno; pero he animado mucho más el diálogo; he introducido dos interlocutores más; he dado a algunos cuadros un colorido más vivo y risueño; he acortado lo que me parecia difuso; he ensanchado lo que creí demasiado reducido; he añadido lo que en mi opinión hacia falta; y en fin he suprimido lo que no se avenia bien con nuestras costumbres. También he procurado amenizar la instrucción con anécdotas, hechos históricos y algunas fábulas, teniendo presente aquella lindísima comparación del Taso al principio de su poema épico, y que voy a traducírsela a V. lo mejor que pueda, por venir muy bien en este lugar.

Así al doliente niño es presentado,
el labio de la copa cristalina
con dulce miel Hiblea barnizado;
entre tanto la amarga medicina
el inocente bebe, y no percibe
que envuelta en ella la salud recibe.

En la parte que trata de la urbanidad he insertado algunas cosas que ciertamente no pertenecen a ella; pero en la suposición que hago de que el padre de familia va recorriendo las diversas circunstancias en que pueden hallarse sus hijos en el periodo de veinticuatro horas, no me ha parecido fuera de propósito hablar del modo de emplear el tiempo, de la economía, de las amistades peligrosas, de la vanidad, y de alguna otra cosa más de la cual pueda resultar utilidad.

No me he olvidado de las niñas, antes bien he puesto muy buenos consejos para el bello sexo en boca de la madre, introduciendo además varias excelentes máximas del filósofo griego Pitágoras, que merecen ser leidas de cuando en cuando para no echar en olvido la sana doctrina que encierran.

Para que los escrupulosos no tengan que decir que va uno a buscarlo todo en autores profanos, he escogido en el libro de los Proverbios de Salomón unas cuantas sagradas máximas, dictadas a aquel sabio rey por el mismo que le dio la sabiduría, esto es, por el supremo Hacedor de todo lo criado.

Por último hallará V. una oda, que he traducido del francés, sobre los deberes de la sociedad; y un examen curioso de los medios empleados en la educación en un nuevo establecimiento en Suiza por un discípulo de Pestalozzi.

Aunque la obra tiene por objeto principal la instrucción de los jóvenes de ambos sexos, me parece que no perderán el tiempo en leerla muchos hombres formados, particularmente aquellos cuya educación no haya sido la mas esmerada, o cuya falta de memoria y poco trato con gentes finas les haga olvidar las reglas de la cortesanía.

Haga V., amigo mio, que sus hijos se entretengan a ratos con este librito, o bien léaselo V. de vez en cuando; por poco que lean, aprenderán alguna cosa, y en la satisfacción que V. halle al ver que no han malogrado el tiempo en su lectura, tendrá la mas dulce recompensa su sincero y afectísimo amigo.

José de Urcullu.

Londres, 30 de Noviembre de 1825.

 

Nota
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