Los deberes hacia la Patria.
El amor de la patria es también instintivo en el hombre, y todos nos sentimos irresistiblemente adheridos al lugar de nuestro nacimiento.
Deberes hacia la patria.
"La urbanidad no es una cosa frívola; en todo tiempo ha contribuido a la celebridad de los pueblos que la han perfeccionado. La urbanidad de los atenienses, después de tantos siglos como han transcurrido, nos parece todavía un título de gloria, y el aticismo será siempre un epíteto lisonjero en un elogio". Mme. de Genlis..
Si observásemos atentamente la naturaleza, veríamos que es un libro provechoso en el cual están grabadas las máximas de todas las virtudes. Las fuentes y las aves, que nos han enseñado antes a tributar un respetuoso culto al Arbitro divino, nos pueden enseñar también a amar y reverenciar a nuestra patria. Las fuentes siempre fecundan la misma alfombra de flores, las aves siempre escogen el mismo tronco de un árbol para depositar en él sus nidos, las fieras hacen resonar las mismas selvas con sus salvajes rugidos.
El amor de la patria es también instintivo en el hombre, y todos nos sentimos irresistiblemente adheridos al lugar de nuestro nacimiento, a nuestra casa, a nuestro pueblo, a los árboles que cobijaron con su sombra nuestros juegos infantiles, a la brisa que recogió nuestros primeros suspiros, a los paisajes que cautivaron nuestras primeras miradas. Allí cuanto nos rodea está íntimamente unido con nosotros, porque nos recuerda la historia de nuestros antepasados, de nuestros padres, de nuestros amigos, y la sencilla historia de nuestra infancia, tan llena de suaves emociones, de cándida inocencia.
En vano, el infatigable viajero recorrerá todos los confines de la tierra; en vano, visitará deliciosos climas, soberbios monumentos, populosas ciudades; nada encontrará más bello que el escondido valle en donde saludó la luz del día, en ninguna parte hallará flores más olorosas, brisas más perfumadas, cielo más azul; y los más hermosos edificios no cautivarán tan dulcemente sus miradas como la severa iglesia de su pueblo y el alto campanario que se pierde entre las nubes.
Cuando esté más fascinado con los brillantes espectáculos del mundo, hacedle oír una palabra en su lengua nativa, entonad una sencilla melodía de sus montañas, y veréis cual se estremece de placer y cual se llenan sus ojos de melancólicas lágrimas.
Este amor sublime e infinito que nos liga al suelo que recogió nuestros primeros vagidos, se extiende a toda la comarca en donde rigen las mismas leyes, y que son gobernadas con las mismas instituciones, formando con nuestros conciudadanos una gran sociedad de intereses y sentimientos nacionales. Las ciudades, los pueblos, los edificios, los campos cultivados y todos los demás signos de la vida social, están llenos para nosotros de patéticos recuerdos y de estímulos a la virtud y al heroísmo. Los talentos de nuestras celebridades en las ciencias y en las artes, los magnánimos sacrificios y las proezas de nuestros grandes hombres, de nuestros príncipes, de nuestros generales, nos representan los sufrimientos de las pasadas generaciones que nos legaron en herencia sus hogares, sus riquezas y el ejemplo de sus virtudes.
La patria simboliza nuestra familia, nuestros parientes, nuestros amigos, todas las personas a quienes amamos y forman con nosotros una comunidad de afectos, goces, penas y esperanzas.
Si el instinto, pues, no nos mandase amar a la patria, deberíamos considerar como uno de nuestros principales deberes concurrir a su engrandecimiento, y procurar por todos los medios imaginables que pase a las generaciones futuras con el mismo lustre y esplendor con que nos la legaron nuestros padres.
Para esto, en el estado normal, basta con respetar fielmente sus leyes, obedecer a los magistrados, y guardar un profundo respeto al gobierno constituido, sea este el que quiera, pues aunque no esté conforme con nuestras opiniones, debemos esperar a mostrar nuestro desagrado que el voto de toda la nación lo sancione. Debemos prestarnos a servir los destinos públicos, siempre que creamos que nuestras luces puedan coadyuvar al buen éxito de los negocios; y si ansiamos su prosperidad , preciso es que contribuyamos con una parte de nuestros bienes, haciendo los sacrificios que el gobierno crea necesarios, para al sostén de los cargos públicos, indispensables en una recta y sabia administración.
Pero en los momentos de conflicto, cuando la seguridad pública está amenazada, la patria reclama el auxilio de todos sus hijos, y deber de todos es armarse y defenderla, porque el nombre del cobarde que abandona a su patria en el momento del peligro queda eternamente mancillado, y sus hijos se avergonzarán de pronunciarlo.
No olvidemos, pues, los sublimes hechos de patriotismo y abnegación que guarda la historia de los pueblos en sus sagradas páginas, y en los instantes de angustia y de conflicto procuremos imitarlos y cumplir dignamente nuestro deber de ciudadanos.
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