Necesidad de la diplomacia. Su historia y su misión. Parte 1.
“Fundamentum strtuemus hanc juris gentium, quod primarium vocant, regulam certissimam, cujus perspicua atque inmutabilis est ratio licet cuivis genti quamvis alteram adire cumque ea negotiari.” (H. GROCIO, Mare liberum, cap. I)
Necesidad de la diplomacia. Su historia y su misión.
Como los Príncipes y las Naciones no pueden comunicarse entre sí personalmente, la necesidad de los Enviados diplomáticos se ha impuesto de tal modo en la vida política de todos los pueblos civilizados que, desde la paz de Westfalia, las Misiones permanentes forman parte de la vida pública de los Estados.
Estas relaciones internacionales son lo que se llama Diplomacia, que, según Hellmuth Winter, es el arte de dirigir y seguir las negociaciones pendientes y entablar las necesarias entre dos o más Estados; porque así como las ciencias políticas se fundan en la vida interior de cada nación, la Diplomacia tiene por base su vida exterior.
En tres períodos puede dividirse la historia de la Diplomacia:
- desde los primeros tiempos hasta la caída del Imperio romano (año 476 después de Jesucristo);
- el segundo desde esta fecha hasta la paz de Westfalia (año 1648),
- y el tercero desde entonces hasta nuestros días.
En la antigüedad, el Derecho de gentes no existía: el débil se quejaba de la opresión y de las violencias del fuerte, pero no podía fundar sus quejas; los romanos mismos, los maestros del Derecho, no reconocieron éste, respondiendo al lamento del enemigo vencido con el "Adversus hostem aeterna auctoritas esto", de sus Doce tablas. Sólo Cicerón, en su "De finibus", hablaba ya de la unión de los hombres y de los intereses de la humanidad.
Sin embargo, la costumbre de enviar Embajadas y hasta la inviolabilidad del Embajador estaban consagradas en la máxima "Sancti habentur legati": Los legados se consideran sagrados.
Los Egipcios, los Persas, los Indios, los Griegos y los Romanos tenían costumbre de enviar Embajadas.
Salomón recibió Embajadores de Etiopía y envió los suyos a Tiro. Pericles los envió a los Persas, y Roma a Grecia.
Pero estas Embajadas eran más bien de pura cortesía, cuando no revestían los Enviados el carácter de Comisarios que iban a imponer la voluntad del vencedor.
"Diplomacia es el arte de dirigir y seguir las negociaciones pendientes y entablar las necesarias entre dos o más Estados"
El Cristianismo, predicando la paz y la concordia, trató también de fundar el Derecho de gentes, y durante la invasión de los bárbaros la Diplomacia quedó casi reducida a las predicaciones del Evangelio, pudiendo decirse que no empezó a predominar hasta después de la paz de Westfalia, elevándose a verdadera ciencia cuando las obras de Oldendorf, Hemming y Gentili empezaron a destruir el pernicioso efecto de las teorías de Machiavelli; cuando Francisco Suárez, en su libro "De legibus et Deo legislatore", vino a preparar la lucha que Grocio, con su "Mare liberum" y con su "De jure belli ac pacis", proclamando la libertad del mar y la distinción entre el Derecho de gentes natural y el positivo, abrió, entre los que siguieron su doctrina sentando como base del derecho natural, no sólo los preceptos de la razón universal, sino también los usos de los pueblos y los tratados que hacían entre ellos doctrina, que Wattel apoyó propagando las teorías de Wolff en este sentido, y los que consideraban el Derecho internacional como una aplicación del derecho natural a las relaciones de los pueblos, teoría que sostenían Puffendorf, Thomasio y otros, cuyas ideas no han podido subsistir; discusión que, ilustrando la opinión pública, ha dado por resultado el poner fuera de duda que los principios del Derecho de gentes deben ser el fundamento de las relaciones que existen entre los Gobiernos de los pueblos civilizados.
Las teorías de la vieja escuela, el maquiavelismo, la traición, el espionaje, la violación de la correspondencia y la sustracción de documentos, toda la tenebrosa historia de los famosos gabinetes negros, ocupados en sorprender secretos, sobornar agentes y funcionarios y falsificar despachos, han desaparecido casi por completo; y si algo existe aún de todo esto, se oculta cuidadosamente, como se oculta un delito vergonzoso. Hoy no hay un sólo Ministro que sea capaz de hacer alarde de semejantes amaños, y mucho menos de añadir a ellos el escarnio, como se cuenta del célebre diplomático y hábil Ministro de María Teresa de Austria, Príncipe Kaunitz, a quien habiéndose presentado un Embajador acreditado en la corte de Viena para quejarse de que hubieran abierto un despacho de su Gobierno, y presentando en apoyo de su reclamación la copia del contenido del mismo sacada por el Gabinete austriaco, cuya copia, sin duda por la precipitación con que se debió cernir el pliego, había sido puesta en él en vez de los papeles originales, dícese que le escuchó atentamente, y sin inmutarse, llamó al funcionario encargado de este servicio y le dijo en alta voz: "Devolved al Sr. Embajador los papeles que le pertenecen, y para otra vez que no vuelvan a ocurrir tales descuidos", siendo esta la única explicación y disculpa que obtuvo el sorprendido Plenipotenciario. Hoy, por débil que sea un país, ningún representante sufre semejante insulto, que no se atrevería a lanzar la nación más poderosa.
Necesidad de la diplomacia. Su historia y su misión.
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