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Urbanidad para nuestros días. Generalidades

El principio de la urbanidad es captarse la estimación general por medio de las impresiones agradables que produce nuestro trato

Código de urbanidad para el uso de las escuelas de la República. 1874
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Principios de urbanidad para relacionarnos con los demás
Cortesía y urbanidad. Principios de urbanidad para relacionarnos con los demás

Reglas que tenemos que observar para relacionarnos con los demás

Aquella urbanidad. Conducirnos bien en la sociedad

La ilustración y adelanto del tiempo en que vivimos, exigen de nosotros, mil actos de miramientos y cortesía hacia nuestros semejantes; actos que la sociedad se ha encargado de ordenar y convertir en reglas casi fijas.

El ceremonial de cumplidos que usamos en sociedad; el conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras; las atenciones, afabilidad, condescendencia, aseo, y los actos todos que son necesarios para complacer a las personas con quienes tratamos, dejándolas satisfechas de nosotros y de ellas mismas, es lo que se llama urbanidad.

¿Qué es la urbanidad?

La urbanidad es el principio de la educación, porque desde la más tierna infancia se nos enseña a tener armonía con nuestros compañeros, y respeto a nuestros mayores; y es, al mismo tiempo, el complemento de una educación esmerada, pues no basta haber adquirido un caudal de conocimientos en las ciencias para ser bien recibido en sociedad, porque el trato de una persona ilustrada, aunque nos honre, no es siempre apetecible, si no está acompañado del ejercicio de la urbanidad.

El principio de la urbanidad es captarse la estimación general por medio de las impresiones agradables que produce nuestro trato; adquirir la ventaja de ser bien recibido en todas partes; estrechar más los vínculos que nos unen con cada uno de los miembros de la sociedad, y conseguir que nuestra presencia cause una verdadera satisfacción a las personas de nuestro círculo.

Una de las cualidades indispensables para llevar a cabo el espíritu de la urbanidad, es la tolerancia; sin ella no podríamos sobrellevar los defectos de que adolece la humanidad entera, ni tratar a todos con la benevolencia y atenciones propias de una persona bien educada. Siendo tolerantes adquiriremos también el disimulo de los demás, respecto de nuestras faltas.

Para cumplir con los preceptos de urbanidad necesitamos también de la paciencia y la exactitud.

Con la primera conseguirémos sufrir las disidencias, flaquezas y caprichos de nuestros, amigos; sobrellevar con dignidad y disimulo cualquiera desatención, invectiva, molestia o mortificación que nos dijeren o causaren; y con la segunda lograremos adquirir la buena reputación que goza una persona cumplida, tanto en sus deberes sociales como en sus citas y compromisos.

Bien puede decirse que la urbanidad está, basada en este sabio mandamiento del Decálogo: No hagas a otro lo que tú no quieras que hagan contigo; y he aquí cómo hasta la conveniencia misma nos aconseja ser moderados, prudentes y afectuosos con nuestros semejantes.

La urbanidad tiene su escala

No todas las personas son acreedoras a iguales miramientos de nuestra parte, debemos atenderlas y distinguirlas según su clase, sexo, edad, autoridad pública o privada que ejercen, el carácter de que se hallan investidas y el estado civil que guardan. Importa mucho no confundir la urbanidad con la etiqueta. La segunda requiere más decoro y circunspección, maneras más graves, lenguaje mas escogido, y porte más severo.

Debe practicarse únicamente en las reuniones de alto carácter y en las visitas que hagamos a personas desconocidas, haciendo, en ambos casos, abstracción completa de toda confianza y familiaridad, aun con aquellas personas con quienes siempre la hemos usado.

Tampoco debemos confundir la confianza y familiaridad con la llaneza. Esta última trae consigo el rebajo de la dignidad personal, y la falta de respeto y decoro, lo que ocasiona generalmente el desagrado de nuestros amigos.

Necesitamos mucha práctica y estudio para llegar a adquirir el tacto que nos haga conocer el grado de confianza que podemos usar con cada persona, principalmente siendo de diferente sexo o diverso estado, para no traspasar, aunque sea ligeramente, los límites de la confianza y la prudencia, y ocasionar desagrado a otra persona, o un bochorno a nosotros mismos.

Ser naturales no impostados

Advertiremos, por último, que la exageración en los actos de urbanidad, la flojedad y torpeza con que se ejecutan, los vuelven ridículos, y nada hay más repugnante que una persona que finge o afecta sus posturas, insta con necedad o abruma con cumplimientos. Suma y fácil condecendencia, posturas naturales y circunspectas, cumplidos cortos y oportunos, aire de dignidad en nuestras maneras, y cierto tinte de afabilidad en la conversación, harán de nosotros una persona bien recibida. No debemos atenernos solamente a lo que hayamos aprendido para conducirnos bien, sino que es necesario practicar los usos de los países en que nos encontramos, y los usos y costumbres que innove la sociedad en que vivimos.

La aplicación en las lecciones subsecuentes; el deseo de adelantar, y sobre todo, el trato frecuente con las personas bien educadas, nos proporcionarán progresos rápidos en el difícil arte de conducirnos bien en la sociedad.

 

Nota
  • 20071

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