
Saludos, cumplidos y visitas. II.
Lo peor es que algunos niegan el saludo con fingida distracción, con la idea de que se les crea ocupados en muy altos pensamientos.
Los saludos, los cumplidos y las visitas.
El uso general nos manda levantarnos cuando pasa una persona distinguida y detenernos si ejerce autoridad, cuyo uso está fundado en la idea de mostrarnos dispuestos a obtemperar las órdenes de la persona a quien saludamos, y de hacerla con nuestra apostura objeto de las miradas de los demás. Si después de haberla saludado debemos acompañarla, no nos colocaremos a su lado, sino un poquito detrás de ella, lo cual le procura mayor posibilidad de ver y de ser vista, y demuestra que nos reconocemos inferiores a ella. Habiendo visto el emperador Hadriano que un esclavo se paseaba en medio de dos senadores, envió un oficial para que le diera un bofetón.
Los saludos pueden ser defectuosos por parsimonia, por prodigalidad y por afectación.
Es preciso confesar que la distracción es un miserable título de excusa, porque demuestra debilidad de vigor mental y nada más, pues el distraído nos dice en pocas palabras: mi entendimiento, es tan pequeño que cualquier idea ocupa toda su capacidad, y le quita hasta el uso de los sentidos, de lo cual procede que no conozco a las personas que pasan por mi lado. Lo peor es que algunos niegan el saludo con fingida distracción, con la idea de que se les crea ocupados en muy altos pensamientos, en importantísimos negocios o gravísimos cuidados, mientras es cosa sabida que su espíritu es tan ligero como la mariposa o el mosquito.
"No debe negarse el saludo haciéndose el distraído u ocupado en importantes pensamientos"
El orgulloso que para no rebajarse a sí mismo en la opinión de los demás rechaza saludar o devolver el saludo, se rebaja positivamente manifestándose ignorante de la norma por la cual se aprecia el mérito, y de aquí se sigue que con mucha frecuencia se hace ridículo lo mismo cuando niega que cuando concede el saludo.
Algunos os asaltan con una batería de cumplidos, os oprimen con un torrente de palabras insignificantes, os hacen mil ofertas, siempre con la condición tácita de que no aceptéis ninguna.
Algunos abalanzándose a un coche, o entrando en una conversación, hacen mil inclinaciones, ceremonias, besamanos a este, a aquel, al de mas allá y a todos, sin otro objeto que el de recibir otro tanto y de promover una general aclamación de galantería. Se muestran más bien hombres de ánimo bajo que de finos modales aquellos que a todos indistintamente manifiestan los mismos sentimientos de estimación, de respeto, de amistad, como aquella mujer que después de haber encendido una vela a San Miguel encendió otra al demonio que suele pintarse a sus pies y que contestó al cura que le reñía por ello; siempre he oído decir que conviene tener amigos en todas partes, y una nunca sabe a donde ha de ir a parar.
Este proceder hace que perdamos por una parte lo que por otra ganamos, por que las demostraciones de estimación y de amistad que hacemos a los bribones son ofensas para la gente honrada y demuestran en nosotros vileza de ánimo, o falta de juicio, o una y otra cosa.
El inmoderado deseo de parecer cortés introduce la afectación hasta en el modo de saludar, pues siendo el saludo la expresión de un sentimiento agradable, deben proscribirse de él aquellos actos y aquellas voces que pueden amenguar su claridad o su gracia. El hombre cortés debe consultar la costumbre adoptada por los más discretos del país donde se encuentra, evitando el defecto y el exceso, teniendo presente que si es impolítico rehusar el saludo a quien tiene derecho al mismo, es descortesía mucho mayor no devolverlo a quien nos lo dirige.
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