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De sin mentir, no decir todas las verdades a ... Hallar el consuelo en todo.

No hay cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del corazón. Tanto es menester para saberla decir como para saberla callar.

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181. Sin mentir, no decir todas las verdades. No hay cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del corazón. Tanto es menester para saberla decir como para saberla callar. Piérdese con sola una mentira todo el crédito de la entereza. Es tenido el engañado por falto y el engañador por falso, que es peor. No todas las verdades se pueden decir: unas porque me importan a mí, otras porque al otro.

182. Un grano de audacia con todos es importante cordura. Hase de moderar el concepto de los otros para no concebir tan altamente de ellos que les tema; nunca rinda la imaginación al corazón. Parecen mucho algunos hasta que se tratan, pero el comunicarlos más sirvió de desengaño que de estimación. Ninguno excede los cortos límites de hombre. Todos tienen su si no, unos en el ingenio, otros en el genio. La dignidad da autoridad aparente, pocas veces la acompaña la personal, que suele vengar la suerte la superioridad del cargo en la inferioridad de los méritos.

La imaginación se adelanta siempre y pinta las cosas mucho más de lo que son. No sólo concibe lo que hay, sino lo que pudiera haber. Corríjala la razón, tan desengañada a experiencias. Pero ni la necedad ha de ser atrevida ni la virtud temerosa. Y si a la simplicidad le valió la confianza, cuánto más al valer y al saber.

183. No aprender fuertemente. Todo necio es persuadido, y todo persuadido necio; y cuanto más erróneo su dictamen, es mayor su tenacidad. Aun en caso de evidencia, es ingenuidad el ceder, que no se ignora la razón que tuvo y se conoce la galantería que tiene. Más se pierde con el arrimamiento que se puede ganar con el vencimiento; no es defender la verdad, sino la grosería. Hay cabezas de hierro dificultosas de convencer, con extremo irremediable; cuando se junta lo caprichoso con lo persuadido, cásanse indisolublemente con la necedad. El tesón ha de estar en la voluntad, no en el juicio. Aunque hay casos de excepción, para no dejarse perder y ser vencido dos veces: una en el dictamen, otra en la ejecución.

184. No ser ceremonial, que aun en un rey la afectación en esto fue solemnizada por singularidad. Es enfadoso el puntoso, y hay naciones tocadas de esta delicadeza. El vestido de la necedad se cose de estos puntos, idólatras de su honra, y que muestran que se funda sobre poco, pues se temen que todo la pueda ofender. Bueno es mirar por el respeto, pero no sea tenido por gran maestro de cumplimientos. Bien es verdad que el hombre sin ceremonias necesita de excelentes virtudes. Ni se ha de afectar ni se ha de despreciar la cortesía. No muestra ser grande el que repara en puntillos.

185. Nunca exponer el crédito a prueba de sola una vez, que, si no sale bien aquella, es irreparable el daño. Es muy contingente errar una, y más la primera. No siempre está uno de ocasión, que por eso se dijo "estar de día". Afiance, pues, la segunda a la primera, si se errare; y si se acertare, será la primera desempeño de la segunda. Siempre ha de haber recurso a la mejoría, y apelación a más. Dependen las cosas de contingencias, y de muchas, y así es rara la felicidad del salir bien.

186. Conocer los defectos, por más autorizados que estén. No desconozca la entereza el vicio, aunque se revista de brocado; corónase tal vez de oro, pero no por eso puede disimular el yerro. No pierde la esclavitud de su vileza aunque se desmienta con la nobleza del sujeto; bien pueden estar los vicios realzados, pero no son realces. Ven algunos que aquel héroe tuvo aquel accidente, pero no ven que no fue héroe por aquello. Es tan retórico el ejemplo superior, que aun las fealdades persuade; hasta las del rostro afectó tal vez la lisonja, no advirtiendo que, si en la grandeza se disimulan, en la bajeza se abominan.

187. Todo lo favorable obrarlo por sí; todo lo odioso, por terceros. Con lo uno se concilia la afición, con lo otro se declina la malevolencia. Mayor gusto es hacer bien que recibirlo para grandes hombres, que es felicidad de su generosidad. Pocas veces se da disgusto a otro sin tomarlo, o por compasión o por repasión. Las causas superiores no obran sin el premio o el apremio. Influya inmediatamente el bien y mediatamente el mal. Tenga donde den los golpes del descontento, que son el odio y la murmuración. Suele ser la rabia vulgar como la canina, que, desconociendo la causa de su daño, revuelve contra el instrumento, y aunque este no tenga la culpa principal, padece la pena de inmediato.

188. Traer que alabar. Es crédito del gusto, que indica tenerlo hecho a lo muy bueno, y que se le debe la estimación de lo de acá. Quien supo conocer antes la perfección, sabrá estimarla después. Da materia a la conversación y a la imitación, adelantando las plausibles noticias. Es un político modo de vender la cortesía a las perfecciones presentes. Otros, al contrario, traen siempre que vituperar, haciendo lisonja a lo presente con el desprecio de lo ausente. Sáleles bien con los superficiales, que no advierten la treta del decir mucho mal de unos con otros. Hacen política algunos de estimar más las medianías de hoy que los extremos de ayer. Conozca el atento estas sutilezas del llegar, y no le cause desmayo la exageración del uno ni engreimiento la lisonja del otro; y entienda que del mismo modo proceden en las unas partes que en las otras: truecan los sentidos y ajustánse siempre al lugar en que se hallan.

189. Valerse de la privación ajena. Que si llega a deseo, es el más eficaz torcedor. Dijeron ser nada los filósofos, y ser el todo los políticos: estos la conocieron mejor. Hacen grada unos, para alcanzar sus fines, del deseo de los otros. Válense de la ocasión, y con la dificultad de la consecución irrítanle el apetito. Prométense más del conato de la pasión que de la tibieza de la posesión; y al paso que crece la repugnancia, se apasiona más el deseo. Gran sutileza del conseguir el intento: conservar las dependencias.

190. Hallar el consuelo en todo. Hasta de inútiles lo es el ser eternos. No hay afán sin conorte: los necios le tienen en ser venturosos, y también se dijo "Ventura de fea". Para vivir mucho es arbitrio valer poco; la vasija quebrantada es la que nunca se acaba de romper, que enfada con su durar. Parece que tiene envidia la fortuna a las personas más importantes, pues iguala la duración con la inutilidad de las unas y la importancia con la brevedad de las otras: faltarán cuantos importaren y permanecerá eterno el que es de ningún provecho, ya porque lo parece, ya porque realmente es así. Al desdichado parece que se conciertan en olvidarle la suerte y la muerte.

 

Nota
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