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Obsoletos manuales de buenas maneras.

El hombre tiene siempre una gran resistencia a todo lo que sea atarse y coartar su vida y su libertad.

El Comercio Digital
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Obsoletos manuales de buenas maneras.

Cuando el erudito búlgaro playu Orutra Saira aparece por esta esquina tertuliana con un libro bajo el brazo, significa ello que el hombre viene dispuesto a hacer algún comentario sobre el mismo:

-Se trata de un manual de educación y buenas maneras escrito en plena dictadura franquista, cuando las autoridades civiles y eclesiásticas se hallaban en amistosa connivencia para lavar los cerebros al personal, en especial, los más tiernos de los jóvenes. Así se explica que en la nueva Edad de Piedra vivida hace bien pocos años, pretendieran inculcarnos valores morales como los que traigo señalados y os leo:

«Sin ofender la supremacía masculina, la mujer no tiene porqué estar siempre supeditada a los anhelos del varón».

«El hombre tiene siempre una gran resistencia a todo lo que sea atarse y coartar su vida y su libertad. Las mujeres están hechas, ya desde niñas, para la casa, las labores y la maternidad. Tienen, por así decirlo, un instinto especial que las mueve hacia el matrimonio».

«Cuidemos mucho de nuestra compostura por la calle (nada de arrumacos y abrazos, pases por la cintura, etcétera) y en otros lugares públicos, sobre todo en el cine, donde la oscuridad ampara sólo a medias. Seamos en nuestro trato sanos y correctos, especialmente las chicas, que han de ser honestas y no dejarse besar tan fácilmente como en las películas. Y vosotros, caballeretes, haced gala de vuestra educación, respetad a la que queréis como esposa y no la pongáis en situaciones difíciles...».

-No es de extrañar que quienes por aquel entonces éramos jóvenes buscáramos un algo de oxígeno sexual allende los Pirineos -interrumpió un contertulio. Otro, el taoísta playu Ya-Lo-Tsé, aprovechó para contar una de sus clásicas anécdotas:

Se sabe que en la China de la dinastía Ming una cordillera separaba dos pueblos de costumbres muy diferentes, puesto que lo que para los habitantes de uno era inmoral, idéntica conducta gozaba de alta estima entre los habitantes del otro. Tal circunstancia era harto provechosa para los que habitaben en las mismas montañas fronterizas, ya que así podíen bajar hacia el lado de la cordillera que escogieran libremente y proceder según su conveniencia y sin daño alguno en su reputación.

 

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