De la hospitalidad. El trato a los invitados y huéspedes que se alojan en nuestra casa
Nada es más bello ni más noble que el ejercicio de la hospitalidad cuando es nuestro mismo enemigo el que busca en nuestro hogar un amparo contra el peligro que le amenaza
El ejercicio de la hospitalidad según el manual de Carreño
Reglas de urbanidad y cortesía para tratar de forma apropiada a las personas que se alojan en casa
Seguir unas reglas básicas de urbanidad y cortesía son fundamentales para tratar con las personas que se alojan en nuestra casa. Lo primero que debemos hacer es recibirlos como se merecen. Con toda clase de atenciones y cordialidad. Es importante tener claro que debemos respetar su privacidad y su espacio personal, aun cuando sea nuestra casa. Procuraremos ofrecerles toda clase de comodidades, dentro de nuestras posibilidades.
Un buen anfitrión está atento a las necesidades que puedan tener los huéspedes. Si tienen alguna necesidad especial, como una alergia alimentaria o un problema de salud, hay que asegurarse de tener toda la información necesaria para atenderlos adecuadamente. También, es apropiado informarles sobre horarios y otras costumbres de la casa que deberían respetar. La mejor forma de solventar cualquier incidencia es hablando. La comunicación abierta y sincera es fundamental para saber en todo momento si algo no va bien.
1. Desde el momento en que una persona cualquiera se dirige a nuestra casa se supone que ha contado con recibir de nosotros una acogida cortés y benévola; pues claro es que se abstendría de penetrar en el recinto donde ejercemos un dominio absoluto, si temiera de nuestra parte ser desatendida o de cualquier otra manera mortificada.
2. Nada es más bello ni más noble que el ejercicio de la hospitalidad cuando es nuestro mismo enemigo el que busca en nuestro hogar un amparo contra el peligro que le amenaza; y es entonces cuando se pone a la más decisiva prueba el temple de nuestra alma, la elevación de nuestro carácter, la solidez de nuestros principios y la grandeza de nuestros sentimientos.
3. Debemos recibir siempre con atención y afabilidad a aquel que, sin merecer la calificación de enemigo nuestro, nos haya hecho, o creamos habernos hecho alguna ofensa. La urbanidad nos prohíbe absolutamente mostrar a ninguna persona en nuestra casa, ya sea por medio de palabras, o por señales exteriores de disgusto, la queja que de ella tenemos; a menos que se trate de una explicación pacífica y cortés, la cual, presidida como debe estar por la amistad y por el sincero deseo de cortar una desavenencia, excluirá desde luego toda manifestación que pueda ser desagradable y mortificante.
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4. Jamás recibamos con displicencia, ni menos contestemos con palabras destempladas, al infeliz que llega a nuestras puertas a implorar nuestro socorro. Aquel a quien la desgracia ha condenado a vivir de la beneficencia de sus semejantes, no merece por cierto que le humillemos; y ya que no podamos remediar sus necesidades, ofrezcámosle el consuelo de una acogida afable y benévola. Cuando no podamos dar limosnas, demos siquiera buenas palabras, que para el desvalido son también obras de caridad.
5. Aunque podría bastar lo dicho para comprender todo lo que debemos a nuestros amigos siempre que se encuentren en nuestra casa, bueno será indicar aquí algunas reglas especiales que tenemos que observar cuando en ella les damos hospedaje, y han de vivir, por lo tanto, en familia con nosotros.
6. Desde que un amigo nos anuncia que va a hospedarse en nuestra casa, nos dispondremos a recibirle dignamente, preparándole la habitación que consideremos más cómoda, en la cual pondremos todos los muebles que pueda necesitar; y si tenemos noticia oportuna del día y la hora de su llegada, saldremos a encontrarle al sitio de su arribo para acompañarle a nuestra casa.
7. No permitiremos que nuestro huésped haga ningún gasto para su manutención.
8. Procuraremos estudiar las costumbres domésticas de nuestro huésped a fin de impedir que las altere en nada para acomodarse a las nuestras; sometiéndonos con este objeto a las privaciones que sean necesarias, y procediendo de manera que no lleguen a su conocimiento.
9. Durante la residencia de un amigo en nuestra casa evitemos el invitar a nuestra mesa a personas que le sean enteramente desconocidas, con los cuales no sea oportuno ponerle en relación, y sobre todo a aquellas que con él se encuentren desacordadas; a menos que respecto a estas últimas, y según las reglas que expondremos más adelante, nos sea lícito aprovechar esta coyuntura para promover una decorosa reconciliación.
10. Es nuestro deber informarnos de los manjares que nuestro huésped prefiere, a fin de presentárselos siempre en la mesa; si además de las comidas que hacemos ordinariamente en el día, acostumbra algunas otras, para que no las eche de menos en nuestra casa; finalmente, si gusta de tomar frutas, dulces, y otras golosinas, para que del mismo modo procuremos proporcionárselas.
11. Hagamos de manera que nuestro huésped tenga en nuestra casa toda la libertad y desahogo de que debe gozarse en el seno de la vida doméstica; y no manifestemos nunca disgusto cuando por ignorancia o defecto de educación llegue a traspasar en este punto los límites que la etiqueta le demarca.
12. Aunque nuestro huésped haya traído consigo los criados suficientes para el servicio de su persona, pongamos siempre los nuestros a su disposición, y procuremos que sean estos los que con frecuencia le visiten.
13. Los criados de nuestro huésped habrán de encontrar también en nuestra casa una benévola acogida; serán servidos por los nuestros en todo lo que necesiten; excusaremos ocuparlos en los quehaceres domésticos; y si alguno de ellos cometiere alguna pequeña falta, evitaremos cuidadosamente que llegue a oídos de su señor.
14. Si nuestro huésped enfermare, consideremos que nada aumenta más los sufrimientos de una enfermedad que la ausencia de la propia familia; y procuraremos, por tanto, atenuar esta pena con cuidados de tal manera exquisitos y afectuosos que no le permita echar de menos los que recibiría de sus mismos deudos.
15. Al separarse un huésped de nosotros le manifestaremos nuestra pena por su partida y le excitaremos afectuosamente a que vuelva a usar de nuestra casa; acompañándole hasta el punto de partida de nuestra ciudad: aeródromo o puerto, según el caso.
16. Si pasado el tiempo necesario para recibir una carta de nuestro huésped no llegáramos a recibirla, entonces le escribiremos nosotros, pues debemos suponer que él no ha podido hacerlo, o que si lo ha hecho, su carta se ha extraviado.
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