Logo Protocolo y Etiqueta

I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. XIII.

El penúltimo jalón en el camino. La generalización de la educación.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
Se lee en 8 minutos.

Imagen Protocolo y Etiqueta
Imagen Genérica protocolo.org

Por tanto, el aseo general ha de comenzar nada más abandonar la cama y siempre completarlo antes del desayuno. Es preciso lavarse la cara, los ojos, los oídos, el cuello; adecentarse el cabello y limpiarse la boca haciendo gárgaras (Carreño, 1910:36; Escoiquiz, 1900:76; Martínez Aguilo, 1923:23) (Nota: La limpieza de los dientes ha de efectuarse con dentífrico -confeccionado a partir de la mezcla de carbón vegetal pulverizado y polvos de quina- aplicado bien sobre el dedo, bien sobre un pequeño cepillo. Se desaconseja el uso de mondadientes o alfileres de boca para este menester. Cfr. Martínez Aguilo (1923:25)). En general, se recomienda atender a aquellas partes del cuerpo que no sólo pudieran ser contempladas por los demás sino también a aquellas que aún no siendo tan visibles pueden generar mal olor. Es el caso de los pies y las axilas, lugares de sudoración extra. El sudor proporciona flexibilidad a la piel y pese a ser una secreción necesaria para el organismo no por ello han de dejar de corregirse los olores que pudieran generar (Nota: Según Martínez Aguilo (1923:23), los pies deben lavarse como mínimo una vez por semana). En esta misma línea, también se recomienda la muda de la ropa interior (Porcel y Riera, 1924:16). Las uñas no deben morderse pues los dedos se impregnan de la humedad de la boca. Además, a la boca únicamente debe llevarse aquello que sirve para comer (Carreño, 1910:37; Escoiquiz, 1900:89-90). El peligro añadido de "roerse las uñas" es que pone en contacto la suciedad que en ellas se acumula con la propia boca, campo abonado para contraer enfermedades (Martínez Aguilo, 1923:24) (Nota: Las uñas han de cortarse con tijeras y nunca con los dientes de tal modo que queden justo al nivel de la carne. Cfr. Porcel y Riera (1924:21) y Cortés Moreno (1795:58)).

Tres son los argumentos básicos que se esgrimen para justificar la necesidad del aseo: el ya apuntado de que la higiene corporal previene al cuerpo frente a la enfermedad, el respeto que debemos a los demás y el respeto que se debe el individuo a sí mismo. José de Urcullu en su "Moral, Virtud y Urbanidad" se refiere con sus palabras a los dos primeros:

"Los que nunca se lavan los ojos acaban por enfermar de la vista; los que no se limpian jamás la boca, despiden aliento pestífero, insoportable y además de esto ven pudrirse los dientes, que se les caen antes de ser viejos, después de haber sufrido agudos dolores. Sed limpios aunque sea sólo por el respeto que debéis a las gentes con quienes tenéis que tratar" (Urcullu, 1897:119).

El aseo corporal como muestra de respeto hacia los demás abunda en el tradicional empleo de argumentos sociales como justificación para el desarrollo de una determinada conducta. En este terreno, la novedad es poca si se tiene en cuenta que se trata del argumento fundamental en los códigos anteriores, siempre ligado a su vez a la observancia de rangos y dignidades sociales diferenciados. Pese a todo, la necesidad de tal observancia ya no figura con la profusión de antaño como justificación de las coacciones sobre el comportamiento. El respeto a los demás ya no es tanto comportarse con cada cual en función de su rango social y la honorabilidad que se le presupone como no despertar en ellos sensaciones de asco, desagrado, repugnancia o asco; sensaciones que se alimentan en parte de la vulneración de determinadas normas higiénicas que la persona debe cumplir. La lógica de la higiene guarda mayor afinidad con un universo social igualitario en tanto enfermedades y bacilos no entienden de rangos sociales diferenciados ya que cualquier persona es inicialmente susceptible de ser alcanzada por ellos. Por eso mismo, todos los individuos habrán de cumplir por igual con la preceptiva higiénica. La higiene es generalista e igualitaria y en consecuencia parte importante del asco o repugnancia que una conducta pueda provocar entre los individuos pasará porque esa conducta haya infringido las normas higiénicas. En definitiva, el respeto comienza a llenarse de contenido higiénico; de una higiene que posibilita que las personas no despierten sensaciones de asco o repugnancia en sus congéneres; sensaciones que cuando son provocadas tienden a equipararse a una falta de respeto:

"Puede suceder que un hombre que nunca se lava las manos y la cara y que va siempre lleno de jirones sea un dechado de todas las virtudes, pero la verdad es que sentimos contra él cierta prevención que sólo desaparece cuando se le conoce a fondo; siendo de notar que, aun después de conocidas sus buenas prendas, todavía estemos persuadidos de que sería más apreciado desde luego si se presentara de una manera que demostrase más respeto hacia sus semejantes" (Caballero, 1916:25).

De esta manera, el aseo para con los demás, en palabras de Carreño, consiste en evitar toda acción que genere repugnancia y asco en el prójimo (Carreño, 1910:42). Por ello, es preciso tener en cuenta una cierta distancia física con el interlocutor a la hora de la conversación para que a éste no alcance el aliento (Carreño, 1910:41) (Nota: También Codina se suma aquí a la pertinencia de la distancia: "Siempre que a alguna persona/ dirigirte se te ofrezca/ no te arrimes que parezca/ que la tratas de besar/ hablar con ella jadeando/ sería cosa ofensiva/y su rostro con saliva/guárdate de salpicar". Codina (1925:33)) o no ofrecer comida o bebida a otro si ésta ya ha entrado en contacto con nuestra boca -excepto aquellos alimentos que están protegidos con una cáscara (Carreño, 1910:42). Se trata de mantenerse alejados de secreciones, efluvios o restos orgánicos generados por otras personas, al tratarse de elementos que connotan reparo, desagrado y repugnancia. Al respecto, el caso más claro lo constituye el escupir, hábito sobre el que se ciernen las normas higiénicas con el propósito de erradicarlo. En códigos anteriores, el grado de permisividad sobre el esputo era mayor que en el código de la civilización, que marca un umbral de tolerancia ante el mismo más restrictivo. Esto lleva a que las personas experimenten un acuciado grado de repugnancia ante el acto de escupir que, como satisfacción de una necesidad fisiológica, debe confinarse en un espacio que no resulte visible para los demás. Pero, en términos prácticos, ¿qué debe hacerse cuando se presenta esta situación?. Si bien lo aconsejable sería abstenerse de escupir, en caso de que no haya más remedio que hacerlo, debe evitarse que suceda frente a otras personas. Se puede girar la cabeza, escupir y pisar el esputo con el pie para ocultarlo a los demás o también hacerlo en un pañuelo y sin detenerse nunca a observar los restos que en la tela se ha dejado:

"Vuelve a un lado la cabeza
cuando escupir es preciso
y la saliva te aviso,
que al instante pisares;
si te hallas en un estrado
los esputos en el suelo
no arrojes, en el pañuelo
o en la artesilla echarás" (Codina, 1925:23)

(Nota: En términos similares se manifiesta Mr. Blanchard (1864:79), Escoiquiz (1900:90) y Carreño (1910:43), que es quizás el autor que menos permisivo se muestra al respecto. Al igual que uno no escupe en su casa, "[...]) apenas se concibe que haya personas capaces de manchar de tal manera pisos de las casas que visitan, y aun los petates y alfombras con que las encuentran cubiertos. Personas hay que, no limitándose a escupir, pisan luego la saliva de modo que dejan en el suelo una mancha fea. Éste es también un acto contrario al aseo por más que lo hayan recomendado algunos autores como regla de urbanidad".

Junto al respeto 'higiénico' que la persona debe a sus semejantes, se incorpora un nuevo argumento de índole higiénica con un trasfondo tímidamente psicologista a la vez que moral. Digo psicologista porque por primera vez en todos los códigos que hasta ahora he venido analizando va a emplearse un argumento centrado en la individualidad específica de cada persona y en el cuidado de su imagen personal como espejo en el que se reflejan sus cualidades internas. Es la primera vez que aparece la persona como entidad merecedora de estimación y respeto no por parte de los demás sino por parte de sí misma. Se trata de un requisito básico que no tiene por qué ser incompatible con el respeto al prójimo y que coloca en primer plano la figura de la persona. Ésta adoptará determinados patrones de conducta para no faltarse al respeto. Guardarse el debido respeto pasa por la autorregulación y autocoacción del comportamiento. Incluso cuando la persona está a salvo de la mirada de los demás, debe seguir contemplando una serie de normas que, originadas en la vida social, toman forma de autocoacciones que cada cual ha de ejercer sobre sí. Así se pone de manifiesto en la "Enciclopedia para Niños" de S. Calleja Fernández, un compendio de saberes accesibles a la infancia que además cuenta con un método de lectura:

"No solamente debemos respeto a la sociedad; nos lo debemos a nosotros mismos: nunca debemos ser más aseados que cuando estamos solos"

(Nota: Saturnino Calleja Fernández, Enciclopedia para niños. El pensamiento infantil. Método de lectura conforme a la inteligencia de los niños. (Madrid, Saturnino Calleja Editor, s/d, 5ª edición reformada y añadida conforme con el real Decreto del 26 de Octubre de 1901). Citado en Benso Calvo (1997:241)).

 

Su opinión es importante.

Participe y aporte su visión sobre este artículo, o ayude a otros usuarios con su conocimiento.

Contenido Relacionado