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H. EL NUEVO RÉGIMEN Y LA SOCIEDAD DE CLASES: Cambios en el marco de referencia de las buenas maneras. V.

Cambios en el marco de referencia de las buenas maneras.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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Tras la Guerra Civil, el Estado adquiere una nueva dimensión. Al frente del mismo, Franco acentuará la autoridad total del mismo, su centralidad, su militarización y su carácter nacional-católico. Colaboradores y soportes básicos de la acción estatal franquista fueron la Falange, la Iglesia y el ejército (García Nieto y Donézar, 1975: 17). De la Iglesia recibió el Estado la legitimidad moral que precisaba; del ejército, una adhesión fiel que alcanzó su punto álgido entre 1939 y 1945 y que vió como altos cargos del ejército se hacían con la alta administración del Estado, y de Falange, la posibilidad de incorporar pasivamente a la población en movilizaciones públicas. El Estado franquista también fue respaldado por grupos sociales que habían apoyado la sublevación militar y que continuaron ofreciendo cobertura a este modelo fuerte de Estado. Grupos sociales de apoyo fueron los grandes terratenientes, empresarios industriales y financieros, pequeñas burguesías de provincia y el campesinado católico del norte.

En España se impone un modelo de Estado autoritario de difícil definición que entrevera rasgos de dictadura militar, régimen fascista y monarquía absoluta sin monarca. El Estado desmantela todas las instituciones republicanas y se articula jurídicamente a partir de las denominadas Leyes Fundamentales que verían su culminación en 1967 con la promulgación de la Ley Orgánica del Estado. Leyes Fundamentales fueron el Fuero del Trabajo (1938), el Fuero de los Españoles (1945), la Ley Constitutiva de las Cortes (1942), la Ley de Referéndum Nacional (1945), la Ley de Sucesión (1947) y la Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958) (García Nieto y Donézar, 1975:18). La cabeza del Estado es Franco, al tiempo Jefe del Gobierno, presidente del Consejo Nacional y dotado de poderes excepcionales para crear leyes en casos especiales o de urgencia. El Estado afianza su autoridad y presencia mediante sindicatos verticales, la elección de procuradores como miembros de las Cortes y la representación del gobierno central en los diferentes puntos del territorio a través de Gobernadores Civiles y Capitanías Generales.

Fue notable su capacidad a la hora de controlar de forma efectiva los mecanismos de propaganda y educación. También se arrogó el control de la economía, haciendo de la autarquía el objetivo fundamental de su política económica. Creó un fuerte sector público para conseguir la industrialización del país -iniciativa que le corresponde tras su fundación en septiembre de 1941 al Instituto Nacional de Industria y estatalizó sectores como el ferrocarril, la minería, el suministro de gasolina, las comunicaciones telefónicas o el transporte aéreo. Restringe las importaciones, establece cupos de producción y limita salarios y precios. El modelo autárquico fue sustituido por el Plan de Estabilización de 1959 que introdujo patrones liberales en el funcionamiento y disposición del entramado económico. Al calor del Plan, el Estado profundiza su carácter burocrático y tecnocrático. El aparato estatal se adapta a las exigencias de la acumulación de capital, moderniza sus estructuras administrativas y sigue depositando en manos del ejército las garantías del orden público: "El régimen había conseguido un cierto equilibrio interior, la paz y el orden, no sólo a base de una política económica dirigista y de su institucionalización, sino también a base de una política represiva y de una política educativa y de control, cuyo principal eje fue dotar al Régimen de un sólido aparato ideológico, cuyos pilares eran el sentimiento nacional y la hispanidad, unidos estrechamente al catolicismo" (Fusi y Palafox, 1997: 301).

La faz del Estado muda con la muerte de Franco y el advenimiento de la democracia. En lo substancial, sus atribuciones no experimentan variaciones en lo tocante a la asunción de funciones militares, económicas, políticas, culturales y jurídicas. Desde 1978 y en virtud de la Constitución entonces promulgada, el Estado adquiere definitivamente la denominación de Estado social y democrático de derecho. Ahora bien, su estructuración varía al organizarse con arreglo a comunidades autónomas que asumen progresivamente funciones antaño únicamente reservadas al Estado central. Esto es, se acentúan niveles de descentralización que llegan hasta la actualidad (Tusell, 1998: 817-818).

3. Individuo, mérito e igualdad: los principios del nuevo orden y su repercusión en el ámbito de las buenas maneras.

Del mismo modo que identifiqué el honor como principio articulador de la sociedad estamental del Antiguo Régimen, quisiera en este epígrafe destacar los que a mi juicio son principios articuladores de la sociedad del Nuevo Régimen y analizar su incidencia en el ámbito de las buenas maneras. Estos principios articuladores son tres: el reconocimiento del individuo, el mérito y la igualdad.

El principio de reconocimiento del individuo se opone frontalmente a la situación observada durante la preeminencia del Antiguo Régimen. En este periodo, la persona es concebida en términos comunales. Su identidad y funciones son configuradas de acuerdo con lo establecido para su estamento de adscripción. De esta manera, no existe un reconocimiento pleno de la entidad individual como entidad digna de consideración en sí misma ya que ésta tiende a subsumirse en el grupo social de pertenencia. Estamos, pues, ante una concepción comunal del ser humano (Nota: Romero (1987:89) caracteriza esta situación con las siguientes palabras: "[En el Antiguo Régimen] primero está el todo y después la parte. El todo es el cuerpo social, con su ordenamiento jurídico y el individuo sólo vale dentro de su dependencia"). Sin embargo, el desmantelamiento del Antiguo Régimen conlleva la pérdida de vigencia de esta concepción que vendrá a ser reemplazada por otra de corte individual. Esta pérdida de vigencia se traduce en la menor relevancia de los criterios adscriptivos -el nacimiento- en la determinación de la posición social de la persona. Una vez disminuido el criterio adscriptivo del nacimiento comienzan a cobrar fuerza criterios adquiridos -la instrucción, el esfuerzo individual, la ocupación...- fundamentados en la capacidad del individuo. De esta manera, se crean las condiciones de posibilidad para el reconocimiento del individuo como entidad valorable por sí misma y por extensión, la sociedad está en condiciones de ser concebida como el todo resultante de la suma total de los individuos que la integran (Nota: Continúa Romero (1987:98) caracterizando esta situación con las siguientes palabras: "[...] primero está el individuo, que es un universo completo en sí mismo [...] y luego la sociedad, constituida por una suma de individuos").

Relaciono, pues, el principio de reconocimiento del individuo con los cambios en el sistema de estratificación social. Mas este reconocimiento del individuo no tiene que ver únicamente con mudanzas estratificadoras sino también con el avance del proceso de racionalización económica, con el afianzamiento del aparato estatal, con la consistencia adquirida por el pensamiento liberal, con el crecimiento del mundo urbano, con el avance del constitucionalismo y la democracia; en definitiva, por una sucesión de factores que en esta investigación únicamente pueden quedar apuntados (Corbin, 2001:394; Perrot, 2001:315) (Nota: Al respecto de estas cuestiones, la bibliografía que puede citarse resulta poco menos que inabarcable. Sin embargo, existen tratamientos del tema recomendables por su calidad, capacidad analítica y espíritu de síntesis. Una muestra de ellos son Béjar (1988) y Sennet (2002)). Más allá de las publicitadas declaraciones de derechos individuales o las obras de intelectuales y pensadores, la preocupación progresiva por el individuo como entidad valiosa en sí misma puede observarse en hechos cotidianos y concretos que, aunque pudieran parecer irrelevantes, entiendo poseen un considerable valor ilustrativo. La emergencia del individuo se concreta, por ejemplo, en la cada vez más extendida tendencia a la libre elección del nombre de la persona. Los padres ya no recurrirán indefectiblemente a fórmulas familiares de apelación -poner el nombre del padre o del abuelo- sino que el nombre a partir de ahora distingue e individualiza antes que transmitir un patrimonio generacional. La utilización progresiva del espejo contribuirá a conformar la identidad corporal del individuo así como la difusión del retrato, prueba irrefutable de la existencia individual. El retrato ya no se circunscribe a la figura del hombre socialmente sobresaliente -el monarca o el aristócrata- sino que se extiende al ámbito de la burguesía, al padre de familia, a la esposa o a los hijos; ya no tiene como objetivo la integración de la persona en una estirpe generacional distinguida sino que su cometido será revelar la existencia individualizada de un ser humano concreto, con independencia de su nacimiento o pertenencia a un linaje exclusivo. En este mismo sentido cabe entender la difusión de la tumba individual, el epitafio personalizado, el lecho particular y la alcoba propia de cada cual. Muestras visibles de este reconocimiento del individuo son las técnicas de identificación policial para combatir la suplantación de personalidades; técnicas atentas al aspecto físico o a la información que proporcionan las huellas digitales originales de cada individuo (Nota: Indicios del principio de reconocimiento del individuo como los que aquí se apuntan pueden verse en Corbin (2001:398-415)).

 

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