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F. LA CORTESÍA MODERNA: Los modales en el inicio de la Edad Moderna. IV.

Los modales en el inicio de la Edad Moderna. Cortesía Moderna.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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En El Cortesano se afirma que la gracia se transmite a través del linaje. Se trata de un don que se adquiere con el nacimiento y que viene avalado por generaciones de antepasados que unieron la gracia a unas maneras pulidas; antepasados por ello merecedores de elevados niveles de estimación social. La transmisión de la gracia mediante el linaje impide que ésta pueda ser aprendida o enseñada. Puede contemplarse, eso sí, materializada en la persona que la posee mas es de imposible aprendizaje. Desde esta óptica, la gracia sólo puede ser innata y patrimonio de personas pertenecientes a linajes distinguidos.

En cambio, Erasmo maneja implícitamente una noción de gracia que ignora lo innato y el buen linaje. Sus recomendaciones no observan distinción entre los hombres con o sin linaje distinguido; son recomendaciones que se extienden a todo el mundo, que cualquier persona, ya sea de alta o baja cuna puede satisfacer (Nota: Señala Erasmo (1985:77): "A quienes les tocó en suerte ser de buena cuna, deshonroso les es no responder a su linaje con sus maneras; aquellos que Fortuna quiso que fueran plebeyos, de condición humilde y aun campesina, con más empeño aún les toca afanarse en que aquello que la suerte les rehusó lo compensen con la elegancia de sus maneras. Nadie puede para sí elegir padres o patria; pero puede cada cual hacerse su carácter y modales". (Énfasis mío)). De esta guisa se aproxima indirectamente a la noción de gracia al recomendar un aparente descuido en la conducta. Así, dice: "que admiren otros: tú mismo no sepas que vas bien vestido" (Erasmo, 1985:41). La contemplación vigilante que uno mismo puede ejercer sobre sí en el vestir elegante podría revelar que para la persona no es algo natural vestir así. La gracia es el elemento que permite eludir esa autovigilancia sospechosa sobre la conducta y consigue que ésta devenga en natural, no forzada y "graciosa".

Independientemente de que se atienda a Castiglione o a Erasmo, en ambos autores la gracia se erige en elemento de naturalización de la conducta e instrumento capaz de entretejer los rasgos físicos y morales de una persona. Como elemento de naturalización de la conducta permite huir de la afectación. La afectación es, según el Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Sebastián de Covarrubias, "el cuydado extraordinario y demasiada diligencia que uno tiene o en palabras o en atavío o otra qualquier cosa. Y afectado, el notado deste vicio, especialmente en el hablar y pronunciar lo que dize, si se escucha" (Covarrubias, 1979:46). La gracia posibilita que las maneras de las personas no sean afectadas cultivando el desprecio, ese "cuidadoso descuido" en la conducta que indica que tras las buenas formas de alguien no se esconde un esfuerzo realizado para adquirirlas. Un esfuerzo evidente o un cuidado excesivo por comportarse decorosamente mutila la gracia que ha de impregnar las buenas maneras:

"Por eso tengo por determinado que esta facha de afetación o desordenado deseo de parecer bien no está menos en el descuido que en el cuidado, si entrambas cosas ecceden y pasan el medio" (Castiglione, 1984:104).

La autovigilancia constante sobre las maneras es un indicio evidente de que éstas no resultan ejecutadas con naturalidad y lo que no es ejecutado naturalmente comporta algún tipo de esfuerzo. El esfuerzo también revela inseguridad en quien actúa por cuanto no sabe nunca en última instancia si obra o no correctamente. Aquel cuyo comportamiento es "gracioso" en momento alguno deja traslucir inseguridad en sus maneras.

Como instrumento capaz de entreverar los rasgos morales y físicos de una persona, en definitiva, capaz de entreverar la interioridad y la exterioridad, la gracia permite que las personas no incurran en la mentira. Unas maneras aparentemente adecuadas desprovistas de gracia transmiten a los demás que la persona está actuando en el sentido literal de la palabra. Es decir, que sus maneras no revelan su auténtica interioridad; que se está disfrazando de apariencias a la vez que engañando: "Los ademanes y costumbres y otras cosas que apenas tienen nombre dan señal de la calidad de aquél en quien se ven" (Castiglione, 1984:166).

El sentido moral de la cortesía no sólo se avista en la fusión que pretende entre la ética y la estética del comportamiento. También puede rastrearse ese sentido atendiendo al que es, teóricamente, destinatario principal de las enseñanzas de los tratadistas: el infante, el niño de edad comprendida entre los siete y los doce años (Nota: Revel (2001:171-172) identifica al infante como receptor principal del código). El destinatario de los preceptos de buenas maneras queda en este caso mejor identificado que durante el bajomedievo, donde los preceptos se dirigen indistintamente a jóvenes y a adultos. Para la cortesía moderna, el receptor principal de sus consignas ha de ser el infante y para él se confeccionan tratados de buena conducta. Los textos bajomedievales se dirigían a un receptor difuso. Igual podían estar escritos para jóvenes que para adultos. Ahora ese receptor tiende a concretarse y no será otro que el niño, aún no maleado y en consecuencia terreno virgen en el que sembrar con mayores visos de éxito los preceptos de las buenas maneras.

El niño cobra a partir del siglo XVI una importancia que jamás tuvo durante el bajomedievo. Aries señala que desde este tiempo puede comenzar a hablarse del sentimiento de la infancia. El sentimiento de la infancia se refiere a la toma de conciencia de la particularidad infantil; a la preocupación por el niño como preocupación moral. Por tanto, este sentimiento excede el simple afecto por el niño. Se trata de una preocupación por su formación integral, por todos y cada uno de los aspectos que resultarán decisivos en el desarrollo de su vida (Aries, 1987:57-77) (Nota: Flandrin (1984:123-152; 157-166) relaciona este sentimiento de la infancia con la procreación y la sexualidad en el matrimonio y el ámbito familiar). Juan de Mariana (1536-1623), en el manual que escribió destinado a la educación del futuro Felipe III y que fue publicado en 1599, ratifica con estas palabras la ambición educativa presente en el arranque de la Edad Moderna: "En la semilla está la esperanza de la mies; en la educación de la niñez, la felicidad de toda la vida" (Mariana, 1981:134) (Nota: Acerca de este tipo de publicaciones destinados a la educación del príncipe véase Galino Carrillo (1948)).

El niño nace sin defensas y eso justifica su instrucción (Nota: En la instrucción de los niños, ante todo la de los pertenecientes al estamento noble, es fundamental la figura del ayo como preceptor y tutor del infante. Antonio de Guevara en su obra Relox de Príncipes, publicada en el año 1529, fija su atención en esta figura. Es el ayo quien se preocupa de la adquisición por parte del discípulo de las formas correctas así como de que éste erradique sus vicios. Debe actuar desde la más tierna infancia "porque los árboles, quando son pequeños y tiernos, más necesidad tienen de podaderas que corten las ramas superfluaas, que no de muchas cestas para coger sus fructas". Guevara (1994:602). Varela (1983:28-49 y 83-104) consigna este notable interés presente en la época por la educación del niño). Es maleable y en consecuencia, capaz de asumir cualquier contenido que se le enseñe. La literatura de la época lo denomina metafóricamente "cera blanda", "arcilla húmeda", "odre nuevo", "campo baldío", "agua que va donde la llevan" poniendo el acento en esa maleabilidad. Tal maleabilidad hace posible que tengan en él fácil arraigo enseñanzas conducentes a convertirlo en mejor persona, tanto en su fuero interno como en la manifestación externa de este fuero vía conducta. Del mismo modo que estas enseñanzas benignas tienen cabida en él, pueden tenerla otras muchas moral y estéticamente menos saludables: "Tan es verdad que son los cuerpecillos tiernos semejantes a las plantas, que, a cualquier forma que la horquilla o cordel las doblegare, así crecen y en ella se endurecen" (Erasmo, 1985:33). Ser conscientes de la maleabilidad del niño torna un poco más urgente la necesidad de instruirlo adecuadamente atendiendo a sus propias capacidades. La cortesía moderna tiene en mente esa urgencia educativa con la intención de procurar una persona ética y estéticamente bien dispuesta.

El interés por la educación del infante revela la vocación moral de la cortesía moderna, esto es, su pretensión de formación, mediante preceptos sobre buenas maneras, tanto de la exterioridad como de la interioridad. La consecuencia directa de esta pretensión es el logro de una sociabilidad dulcificada. Las buenas formas traducen un ánimo bien dispuesto y así, los hombres pueden conseguir la benevolencia de sus congéneres gracias a las cualidades interiores que se vislumbran a través de una conducta cuidada. De esta manera, los contactos entre las personas quedan mediados por la cortesía como factor capaz de dulcificar y armonizar la convivencia. La cortesía moderna, en su intento por lograr una sociabilidad amable y pacificada, propone un lenguaje gestual que a las personas resulte reconocible y aceptable. Se evita así que se desarrolle una sociabilidad opaca que limite la libre circulación de signos corporales o que favorezca el ocultamiento, la distancia o el resquemor entre los hombres. La sociabilidad que propugna la cortesía moderna se basa en el aprendizaje de un código de buenas maneras no centrado en la particularidad o 'intimidad' de cada cual sino en el desarrollo de aptitudes sociales que, aunque requieran esfuerzo y trabajo sobre uno mismo, siempre se orienten al desarrollo de un vínculo saludable y fructífero con el prójimo (Nota: Comparto esta interpretación moral en el ámbito de la sociabilidad con Revel (2001:173)). Los encuentros entre las personas, y sobre todo aquellos que se producen con ocasión de actos sociales, son el mejor exponente de este tipo de sociabilidad que predica la cortesía moderna.

 

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