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J. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN REFLEXIVA: Autoavuda y cuidado del Yo. I.

Autoayuda y cuidado del yo. La civilizaciópn del conocimiento.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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IX. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN REFLEXIVA: Autoavuda y cuidado del Yo.

1. Introducción.

El capítulo que a continuación se presenta pretende ser, simultáneamente, una continuación y una ampliación de las líneas maestras definidas por Norbert Elias en su teoría del proceso civilizatorio occidental. Lo continúa en la medida en que no se abandonan los postulados centrales de dicha teoría -postulados que sigo tomando como punto de referencia- y lo amplía tomando como objeto de análisis un nuevo tipo de literatura que viene a desempeñar una función análoga a la desempeñada por los manuales tradicionales de buenas maneras: me refiero a la literatura de autoayuda.

Hasta llegar a aquí, he mostrado cómo transcurre el proceso civilizatorio español en su nivel micro sirviéndome para ello del material empírico que conforman la literatura sobre buenas maneras o la literatura cortesana. A partir de diferentes publicaciones y arrancando desde el periodo cronológico bajomedieval he desglosado preceptos y recomendaciones acerca de una conducta pulida y decorosa asentada sobre argumentos y justificaciones que le otorgan su razón de ser. En este sentido, lo que a continuación presento respeta el espíritu de los capítulos precedentes -análisis de los preceptos que teóricamente han de regir el comportamiento y explicitación de los argumentos justificadores- aunque sin tomar como elementos de análisis los manuales de buenas maneras sino las publicaciones de autoayuda.

Los manuales de buenas maneras no ambicionan ya la elaboración de un programa completo de ser humano -como ocurría con los manuales bajomedievales, modernos o cortesanos- sino que se limitan a ofrecer un repertorio de conductas prácticas adecuadas a los diferentes escenarios sociales en los que se desenvuelve la persona. Sus contenidos son eminentemente prácticos y dejan de lado consideraciones psicológicas, anímicas o morales tal y como sucedía con los manuales de antaño. En este sentido, el testigo ha sido recogido por las publicaciones de autoayuda, en las que queda patente su intención de configurar de un modo u otro la estructura anímica y conductual de sus lectores. Así pues, sin perder de vista a Elias, quisiera caracterizar este fase del proceso civilizatorio valiéndome del material empírico que brindan estas obras de autoayuda.

2. El ocaso de las buenas maneras: igualdad, informalización e individualización.

En contraste con los siglos anteriores, las buenas maneras ya no son enarboladas como instrumento al servicio de una formación integral de la persona que abarque tanto la dimensión moral como la dimensión práctica del comportamiento. Ya apunté en mi análisis del código de la prudencia cómo esa vocación de formación integral se difuminaba a partir de la progresiva desmoralización de las buenas maneras. En la actualidad, tal vocación ha desaparecido de los manuales, convertidos en un repertorio de conductas prácticas aplicables a las diferentes situaciones y escenarios sociales en los que se localiza y mueve la persona. Cada persona recurre a ellos en función de sus necesidades y los marcos en los que tienen lugar sus encuentros e interacciones con otras personas (Nota: Desde esta perspectiva, las buenas maneras constituyen un inventario de procedimientos a los que de modo fragmentario recurre el individuo en su presentación ante los otros. Al respecto puede verse Goffman (1979) y Goffman (1987)).

La reducción de las buenas maneras a su dimensión práctica ha venido acompañada de una desvalorización de las mismas, negándoseles el contenido moral que poseyeron anteriormente. Tal reducción y desvalorización entiendo que guardan una estrecha conexión, por un lado, con el avance del ideal democrático de igualdad y por otro, con el avance de lo que Cas Wouters denomina proceso de informalización (Wouters, 1986, 1998). Explicaré de seguido con más detalle ambas ideas.

El avance del ideal democrático de igualdad socava las bases de la concepción moral de las buenas maneras fundadas en el respeto al rango social de las personas y en la aceptación y asunción del rango propio. Como he señalado, dicha concepción es la que domina el periodo cronológico del Antiguo Régimen; se trata de una concepción ligada a un universo social desigualitario y estamental. La disolución del Antiguo Régimen trae consigo una idea de igualdad democrática contraria a distingos estamentales y divisiones sociales legitimadas por un supuesto orden social natural basado en la desigualdad por nacimiento de las personas. Alexis de Tocqueville advierte este avance y observa las consecuencias que tiene sobre al ámbito de las buenas maneras anticipando de modo clarividente el destino de unos modales distinguidos en un estado social presidido por la idea de igualdad (Tocqueville, 1994) (Nota: Véase ante todo el capítulo XIV en la parte tercera del segundo volumen de La democracia en América).

Con el advenimiento de la democracia, la nobleza desaparece como horizonte de las buenas maneras. Éstas, durante el Antiguo Régimen, servían para desplegar en público el honor en sentido pleno que ostenta la aristocracia y para recalcar la dignidad y el mérito de cada persona que, mediante su comportamiento, mostraba cuál era su lugar en el entramado social. La democracia como estado social y la idea de igualdad subvierten el orden estamental. Escudándose en esto, el hombre democrático ya no encuentra límites a su movilidad entre todos los estratos sociales y en tanto el papel preponderante de la nobleza se desvanece, tiende a elaborar reglas de comportamiento propias reformulando a su gusto el canon aristocrático de los modales. Estas reglas, progresivamente individualizadas carecen ya de la fuerza simbólica que poseían las reglas aristocráticas y no logran imponerse o difundirse como reglas generales aceptadas por el conjunto de la sociedad: "Los hombres que viven en el seno de las democracias son demasiado móviles para que cierto número de ellos consiga establecer un código de etiqueta y sea bastante fuerte para hacerlo observar" (Tocqueville, 1994:559).

Pese a que la sensibilidad de Tocqueville es declaradamente aristocrática (Jardin, 1988:245), acepta el signo de los nuevos tiempos que dibujan la democracia y la igualdad señalando los aspectos positivos que democracia e igualdad introducen en el campo de los modales. Al desvanecerse la impronta social de la aristocracia no habrá razón para copias burdas y ridículas de sus maneras; copias que habitualmente llevaban a cabo quienes procedían de estratos sociales medios o bajos e intentaban emparentarse estéticamente con la nobleza. (Nota: Dice Tocqueville (1994:560): "Si los pueblos democráticos no poseen el modelo de las grandes y nobles maneras, tampoco están obligados a ver diariamente copias mezquinas".)

Además, apunta Tocqueville, sucedía que mucho de los modales aristocráticos no eran ya más que apariencia de virtud. Esto se aplicaba, sobre todo, a la situación que se vivía en la Corte, donde bajo distinguidos comportamientos se ocultaban intenciones malsanas y deplorables: "[...] bajo una gran apariencia, se escondían a veces corazones muy bajos" (Tocqueville, 1994:561). Con todo, al final Tocqueville no puede ocultar, en consonancia con su sensibilidad aristocrática, una tímida inclinación por aquellos modales nobiliarios que se extinguen con la democracia. Al menos, proporcionaban la ilusión de estar ante personas virtuosas y eso, inevitablemente, traía consigo un agradable disfrute para el observador; los modales transmitían una imagen optimista e ilusionante de la naturaleza humana.

La igualdad y el espíritu democrático alumbran una situación en la cual las buenas maneras no gozan ya del tradicional respaldo de dos puntales básicos que habían contribuido a su realce durante el Antiguo Régimen. Por un lado, una suerte de consenso social general acerca de la deseabilidad e idoneidad de las maneras aristocráticas. Por otro, un sistema de sanciones legalmente estipulado y reconocido que se aplicaba a quien con sus maneras y conducta deshonraba a otra persona (Naval, Iriarte y Laspalas, 2001:88). En cuanto al consenso social general, éste se sostenía en una concepción organicista y desigualitaria de la sociedad que, por ende, contaba con una legitimación teológica. De este modo, todo cuanto tuviese relación con la nobleza -como estrato superior- se convertía en modelo de referencia para el resto del conjunto social; modelo sustentado en la preeminencia social, política, económica y moral de la aristocracia. Como ya señalé, apoyándose en esta preeminencia, la nobleza hizo de su comportamiento y valores el arquetipo de conducta al que miran el resto de los grupos sociales con vistas a su emulación o imitación. Es cierto que tal consenso no era resultado de un acuerdo consciente y voluntario por parte de todas las personas tal y como puede entenderse actualmente el consenso; esto es, consenso al uso democrático.

En parte, se trata de un consenso impuesto por parte de los grupos sociales superiores -nobleza y clero- pero también se trata de un consenso enraizado en la mentalidad del Antiguo Régimen, vigente a lo largo de siglos y únicamente cuestionado con seriedad y visos de éxito en el siglo dieciocho. En cuanto al sistema de sanciones, recuérdese el conjunto de leyes promulgadas durante el Antiguo Régimen relativas al vestido, la suntuosidad de las comidas, el lujo o el duelo. El duelo quizá sea el ejemplo más significativo de sanción ante una conducta que amenace el honor de la persona. Fue regulado legalmente estableciendo las condiciones y los porqués que justificaban el recurso a esta vía de desagravio. Incluso cuando el Estado fue asumiendo el monopolio legítimo de la violencia y el duelo resultó prohibido; éste continuó presente como método reconocido para dirimir cuitas personales.

 

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