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H. EL NUEVO RÉGIMEN Y LA SOCIEDAD DE CLASES: Cambios en el marco de referencia de las buenas maneras. II.

Cambios en el marco de referencia de las buenas maneras.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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La discusión en torno a la organización de la sociedad con arreglo a estamentos y a las prerrogativas y cargas asociados a ellos se inicia con la abolición del conjunto de derechos señoriales que implican privilegios en el año 1811 (Tusell, 1998:419) y se ve refrendada con la promulgación de la Constitución de Cádiz de 1812. La contestación al orden estamental tiene continuidad durante el Trienio Liberal (1820-1823) y aunque tras éste se produce el retorno del absolutismo, y en consecuencia del orden social tradicional en la figura de Fernando VII (1784-1833), se constata ya la imposibilidad de una restauración "arqueológica" y fidedigna del cada vez más cuestionado orden estamental (Artola, 1978:129). A lo largo del siglo XIX ven la luz nuevas constituciones de corte liberal que continúan socavando los cimientos de la organización social por estamentos (Tusell, 1998:419). Se constata, pues, una "ofensiva general" contra los principios, instituciones y leyes que sustentan la sociedad estamental (Nota: Esta ofensiva general se desarrolla también en nombre de la igualdad jurídica. La apuesta por la igualdad se concreta, por ejemplo, en la dignificación de los oficios manuales y mecánicos, denostados anteriormente. Quienes desempeñan este tipo de oficios ven reconocido su derecho a asumir cargos públicos abriéndose un nuevo espacio para su hipotética participación política. La Constitución de 1837 contempla la admisibilidad de cualquier español para un cargo público. Esta iniciativa entronca con la paulatina universalización de la condición de ciudadano que trata de convertir a todos los hombres en sujetos que disfruten de un estatuto igualitario ante la ley (Artola, 1978:129). No obstante, esta pretensión de igualdad legal se resiente mientras se mantienen fórmulas censatarias en el voto. Dichas fórmulas provocan que tan solo un cinco por ciento de la población posea el derecho de acudir a las urnas para expresar su voluntad en cuestiones de interés general (Artola, 1978:164 y Tusell, 1998:527)).

La sociedad española del siglo XIX se presenta escindida entre una oligarquía financiera, comercial y agraria y un numeroso contingente campesino. Entre ambos polos aparece una clase media compuesta de profesionales liberales, funcionarios públicos y elementos del clero, una burguesía con escasa capacidad modernizadora y un proletariado concentrado en ciudades como Madrid, Barcelona y Bilbao (Flaquer, Giner y Moreno, 1990:22). La erosión del sistema estamental y el desmantelamiento del Antiguo Régimen trajeron consigo una mengua del poder político y económico de la clase nobiliaria. Sin embargo, ésta sí que mantuvo los elevados niveles de estimación social y prestigio que había exhibido durante los siglos anteriores (Artola, 1978:135 y Fernández García y Rueda, 1997:104). Las grandes propiedades en forma de tierra y las explotaciones agrícolas continuaron siendo la base fundamental de su sustento aunque puede constatarse su progresiva aceptación de las actividades comerciales y financieras y, por consiguiente, su paulatina participación en las mismas. Así, la nobleza se integrará en los consejos de administración de empresas relacionadas con los ferrocarriles o dentro de compañías de crédito (Morales y Martín, 1997:752). Se torna más permeable y nuevos miembros pasan a engrosar sus filas -miembros de procedencia burguesa- no por su linaje distinguido sino por los servicios sobresalientes que hubiesen prestado al país o por desarrollar brillantes carreras en el ámbito de los negocios (Fernández y Rueda, 1997:106 y Tusell, 1998:476). La nobleza sigue copando el prestigio social pero sus recursos y riquezas comienzan a situarse por debajo de miembros de la pujante clase burguesa. La burguesía ya iguala o supera las fortunas nobiliarias en torno al año 1860 (Tusell, 1998:476). En lo que se advierte una continuidad entre el Antiguo Régimen y el nuevo orden es en el mantenimiento del prestigio social que continúa poseyendo la nobleza.

Aún así, los nuevos tiempos son de la burguesía (Fernández García y Rueda, 1997:148). Se trata de una clase formada por individuos que comienzan a acumular gran cantidad de recursos y que son propietarios de tierras, comerciantes, financieros, industriales, prestamistas, arrendatarios de servicios públicos o simplemente personas que hicieron fortuna en las colonias, hasta su pérdida definitiva en 1898. La burguesía quiso aspirar también al prestigio social y simbólico que ostentaba la nobleza y por tanto, pretendía ennoblecerse consiguiendo títulos nobiliarios. Tales títulos, como ya he señalado, podían ser otorgados como contraprestación a servicios sobresalientes prestados al Estado, como reconocimiento a una trayectoria empresarial destacada o ser obtenidos mediante enlaces matrimoniales con miembros de la nobleza (Morales y Martín, 1997:752) (Nota: Quizá la vía de ennoblecimiento más llamativa sea aquella que pasa por el desarrollo de una carrera empresarial distinguida, sobre todo si se tiene en cuenta que dicha vía es inconcebible durante el Antiguo Régimen dado el desprestigio que pesaba sobre actividades comerciales y mercantiles cuyo fin era siempre la obtención de un lucro económico. Ejemplos de este ennoblecimiento son el comerciante José Lapayese, al que se le concede un título de nobleza por mecanizar una fábrica textil en Vinalesa (Valencia); Manuel del Río Ocaña, por pavimentar y plantar árboles en la carretera a Valencia o Francisco A. del Campo, ennoblecido por su patriotismo industrial y el fomento de las manufacturas. Cfr. Maruri (1998:750)).

No puede hablarse de un choque frontal entre la clase burguesa y la nobiliaria ya que lo que realmente tiene lugar es un proceso de penetración interclasista que conduce a la burguesía a ennoblecerse y a la nobleza a aburguesarse. Recuérdese en este punto la progresiva aceptación por parte de la nobleza de las actividades comerciales y su integración en los consejos de administración de diferentes compañías y empresas. Los matrimonios entre burgueses y nobles mixturan, en un ejercicio de simbiosis aparentemente contradictoria, concepciones anteriormente no susceptibles de mezcla: tierra, linaje, trabajo y rentabilidad (Morales y Martín, 1997:758). Se trata antes que nada de una transacción mutua y, por tanto, no puede hablarse propiamente de una confrontación interclasista.

Por debajo de la burguesía encontramos las clases medias, heterogéneas y de complicada delimitación (Nota: Ya el censo nacional de población de 1860 demostraba esta heterogeneidad de los estratos medios al incluir, por convicción o falta de precisión, en el mismo epígrafe de las clases medias tanto al clero como a los representantes del mundo de los negocios. Cfr. Fernández y Rueda (1997:127)). Se hallan integrados dentro de esta amplia clase social los comerciantes, abogados, médicos, profesores, pequeños propietarios y modestos empresarios agrícolas y funcionarios. Por último, aludir a las clases populares, desprovistas de protagonismo político y propiedad, son los tradicionalmente afectados por las crisis de subsistencia. Engrosando sus filas se cuentan trabajadores fabriles, jornaleros, artesanos e indigentes (Tusell, 1998:479). Con todo, cabría de calificar a la sociedad de clases española del siglo XIX de 'sociedad de clases imperfecta', esto es, una sociedad de clases que no funciona aún a pleno rendimiento. Y no lo hace, según Tezanos (1990:109-110), por el escaso peso político de la burguesía -siempre dubitativa entre el progresismo y el conservadurismo- y el retraso de la dinámica industrializadora en España.

De un modo u otro, la composición de clases que aquí describo se extiende hasta bien entrado el siglo XX. La oligarquía financiera, comercial y agraria se convertirá en la principal valedora del régimen dictatorial franquista (1939-1975). La industrialización y el éxodo rural de los años cincuenta motivan un incremento en el contingente de la clase obrera, siempre neutralizada en lo que se refiere a sus reivindicaciones sociales, políticas y económicas. En los últimos quince años del franquismo tiene lugar la poderosa irrupción de las clases medias. En ellas podía advertirse la presencia de grupos constituidos por profesionales liberales, funcionarios, clérigos, comerciantes de mentalidad conservadora; grupos de clara vocación industrial y políticamente desconfiados habitualmente localizados en Cataluña y nuevos grupos emergentes conformados por peritos, técnicos, gerentes y propietarios de empresas relacionadas con el turismo resultado de la generalización progresiva de la educación media y superior. Su iniciativa provocará el surgimiento de nuevas estructuras ocupacionales y un incremento de la movilidad interclasista (Flaquer, Giner y Moreno, 1990:32-33). Con el arribo de la democracia, se difuminan la iniciativa, la influencia y el peso específico de esa oligarquía financiera, agraria y comercial que vendrá a ser sustituida por nuevos grupos dirigentes reclutados, fundamentalmente, según criterios meritocráticos. Puede hablarse por ello de una España mesocrática y meritocrática como resultado de la extensión de la educación a capas progresivamente amplias de población, el avance de un sistema capitalista de mercado, el progreso tecnológico y la intervención del Estado, nutrido cada vez más por elementos rectores, gestores y administradores procedentes de los estratos medios (Flaquer, Giner y Moreno, 1990:39-40).

 

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