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F. LA CORTESÍA MODERNA: Los modales en el inicio de la Edad Moderna. VII.

Los modales en el inicio de la Edad Moderna. Cortesía Moderna.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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La desnudez es un ejemplo claro de este confinamiento. Los manuales recomiendan con insistencia que el desnudarse no tenga lugar nunca delante de los demás ya que éstos, en caso de ver el cuerpo desnudo, podrían avergonzar a la persona con su risa o resultar ellos mismos avergonzados ante la visión de la desnudez. De nuevo son los demás quienes emergen como justificación central de la conducta. Francisco de Ledesma alude a este hecho de esta forma:

"Quando hora, ó tiempo sea
que te acuestes, o te mudes,
en carnes no te desnudes
ante alguno que te vea.
Porque es deshonestidad
y podrá causarte risa
ponte y quita la camisa
donde hubiere soledad"
(Ledesma, 1599:14).

Mas el desnudarse a solas tampoco puede tener lugar de cualquier manera. Recuérdese que la presencia evocada de los demás tiene como misión ahormar la conducta cuando ésta no es contemplada por el prójimo. Al prójimo imaginario como observador se le unen, como apunta Erasmo, observadores como los ángeles o la propia divinidad, para la que ningún tipo de comportamiento pasa desapercibido (Erasmo, 1985:35). La soledad es el momento que suele aprovechar Satán para tentar a los hombres. Por eso no debe desvestirse uno delante de nadie y lo que es más importante, al desnudarse a solas es preciso tapar el cuerpo y mirarse lo menos posible (Dibie, 1989:63-78).

El argumento social -respeto, no-ofensa y trato a los demás de acuerdo con su adscripción social- sirve para justificar un comportamiento cortés moderno. La presencia del prójimo, ora real, ora imaginada, se erige como barrera de contención y ordenamiento de la conducta. Esta misma presencia crea las condiciones de posibilidad para que ciertas actividades, formas y maneras comiencen a ser desarrolladas exclusivamente al margen de miradas ajenas. Se apunta de este modo una separación creciente entre las personas; una separación tanto física como simbólica.

La separación física se apunta explícitamente en las maneras que han de guardarse en la mesa. En los Diálogos de Vives, el maestro enseña cuál debe ser la conducta apropiada en el instante de la comida y les dice a sus pupilos: "Sentáos separados los unos de los otros para que no estéis apretados, puesto que hay sitio" (Vives, 1959:35). Erasmo aconseja que "no se den molestias ni con el codo ni con el pie" (Erasmo, 1985:47). También en la conversación se impone una cierta distancia entre quienes hablan. Así lo señala Francisco de Ledesma:

"Quando hubieres de hablar
con alguno que se ofrezca,
no te llegues, que parezca;
que le quisieres besar"
(Ledesma, 1599:8).

Empieza a esbozarse una suerte de muro invisible que separa a las personas; muro invisible que se levanta gracias al progresivo control que es preciso tener sobre el propio cuerpo. Éste debe ser objeto de disciplinamiento ya que su descontrol habla negativamente de la persona. Erasmo hace de la moderación corporal un imperativo cuando afirma que " no es de biennacidos hacer aspavientos con los brazos, gesticular con los dedos, oscilar sobre los pies, en una palabra, hablar no con la lengua, sino con el cuerpo entero " (Erasmo, 1985:69) (Nota: Este control del cuerpo se encuadra dentro de lo que Georges Vigarello (1991a:153) denomina Mística de la proporción. Con esta expresión se alude a la preocupación existente en la época por el mantenimiento de una actitud corporal proporcionada, equilibrada y mesurada. Era habitual que esta mística de la proporción se apoyase en consideraciones geométricas y matemáticas si bien los manuales de buenas maneras no las incluyen. Remiten a estas consideraciones de modo simple y superficial limitándose a advertir las obvias diferencias entre el deforme y el agraciado).

La separación simbólica pasa por el dominio de la mirada, la risa y la palabra. Los ojos transparentan el interior de la persona. Por eso el mirar debe ser apacible y quieto, nunca altivo ni tampoco inconstante. El alma habla por los ojos y en consecuencia, una mirada mal compuesta denotará ferocidad, desvergüenza, maquinación de trampas o estupidez. La risa también ha de ser domeñada. Una risa excesiva puede molestar a quien tenemos al lado o puede dar que pensar a los demás que nos estamos riendo de ellos. Esta ultima impresión suele generarse cuando uno se ríe solo. Para enmendarla es preciso manifestar el motivo de la risa o en su defecto, inventárnoslo para que nadie albergue la sospecha de que es objeto de mofa.

Por encima de la mirada y la risa será el control de la palabra quien mejor evidencie la distancia simbólica que postula la cortesía moderna. Quien habla no debe ensalzarse a sí mismo, ni censurar conductas ajenas, ni divulgar secretos, ni esparcir rumores ni denigrar a nadie. Quien habla lo hará valiéndose de algunas dosis de retórica; de retrúecanos verbales que demuestran la importancia que va adquiriendo el tacto y la distancia en el trato entre las personas. Gracián Dantisco reitera que el hablar debe estar presidido por el cuidado, la discreción y el comedimiento:

"Digo que debe cada uno callar en cosas de su loor lo más que pudiere, pero si acaso la ocasión y oportunidad nos forçasse dezir de nosotros alguna cosa, es apazible costumbre dezir la verdad blanda y remissamente; o con cierto descuido, sin hazer en ello mucho estrivo. Y por esto los que se deleitan de buena cortesanía, se deven abstener desto, porque hay algunos que tienen costumbre de dezir su opinión tan resolutamente, sobre qualquiera cosa de éstas, dando sentencia definitiva, ques enfado el oíllos y más tormento el esperallos" (Gracián Dantisco, 1968:130).

La distancia, ya sea física o simbólica, empieza a pergeñar alrededor del cuerpo de las personas barreras que los separan de otros cuerpos. Estas barreras separadoras se alzan en virtud del respeto al otro y a su adscripción social y no tanto por temor y ansiedad ante los demás. El miedo y la ansiedad ante los demás contribuirán a que esas barreras se alcen con mayor celeridad. La distancia aumenta y la reserva ante el prójimo crece. De todo esto se encuentran ya dentro del código de la cortesía moderna mínimas muestras anticipatorias de lo que vendrá después. Erasmo ya advierte que la información comprometida y valiosa no debe depositarse jamás en manos de nadie: " A ninguno, con todo, le confíe lo que quiera que callado quede, pues es ridículo esperar de otro fidelidad en el silencio que tú mismo no guardas " (Erasmo, 1985:73). Mas para que el temor y la ansiedad ante el prójimo aparezcan en plenitud hay que esperar la llegada del siguiente código; el de la prudencia.

 

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