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E. Los modales en la Baja Edad Media española. V.

El código de buenas maneras de la cortesía: Los modales en la Baja Edad Media española.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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La moralización de las buenas maneras, dentro del código de la cortesía, requiere una maestría sobre el comportamiento y una mínima reflexión acerca de las actuaciones propias. La persona vuelve la mirada hacia sí misma para escrutar su conducta. De este modo, comienza a esbozarse una preparación personal y meditada del comportamiento en una suerte de espacio "moral" o "sentimental" al que los demás parecen no tener acceso: el secreto; espacio que preconiza un cierto autodominio personal del comportamiento. Es importante apuntar esta circunstancia como más que tímido inicio de una de las tendencias dominantes que caracterizan el proceso de la civilización tal y como lo teoriza Norbert Elias: es la tendencia que marca la transición progresiva desde un comportamiento heterocontrolado a otro autocontrolado. Se trata de una discreta referencia a un ámbito en el que, a salvo de la mirada de los demás, se prepara y medita la conducta a fin de que pueda ser posteriormente exhibida ante el resto conforme a los requerimientos de la cortesía.

En este ámbito, la persona se autoimpone determinadas restricciones y patrones de comportamiento que determinarán la presentación pública de su conducta (Nota: A mi entender, esta referencia al secreto es muestra de una de las consecuencias más evidentes que trae consigo el proceso civilizatorio: la distinción entre una esfera pública, en la que se desarrollan actividades y conductas que libremente pueden ser contempladas por quienes rodean a la persona y una esfera privada, en la que comportamientos y quehaceres quedan al margen de la mirada de los demás. Elias señala con claridad que la distinción entre conductas públicas y conductas secretas es uno de los resultados palpables a los que aboca el proceso de la civilización. Esta distinción se materializa física y espacialmente en la constitución de una esfera privada que tendrá tanto un correlato físico como una sanción legal. También se concreta psíquicamente en la mente de las personas con la aparición de nociones como la de intimidad. Cfr. Elias (1987:228-229 y 177-178).

Al respecto de la emergencia de estas dos esferas, pública y privada, véase en el terreno del pensamiento, la historia de las ideas y la teoría social Béjar (1988) y en concreto Béjar (1988:173-180) donde se alude específicamente a la aportación de Elias). No obstante, se trata de tímidas referencias a un autocontrol del comportamiento ya que lo que prima y, a la postre, condiciona el comportamiento y las buenas maneras bajomedievales es el otro, los demás, sobre todo los superiores en la jerarquía social, quienes merecen consideración y respeto acordes a su elevada posición social.

Porque si bien esa referencia al secreto pudiera ser afín al autocontrol, al autodominio de la conducta y a un cierto conocimiento de sí mismo que pudiera poseer la persona como pre-condición para un comportamiento pulido y refinado, lo cierto es que en el contexto estamental del bajomedievo español -y en general a lo largo de todo el periodo estamental- el conocimiento de sí mismo no tiene el sentido individualista y de autointrospección que podemos otorgarle hoy en día. El conocimiento de sí mismo no es un conocimiento psicologista, íntimo o autocentrado al uso actual. Es, ante todo, conocimiento del propio estado social, conciencia de la posición que se ocupa en el entramado de la sociedad y del conjunto de derechos, deberes y privilegios que uno disfruta en función del rango social que ostenta (Maravall, 1973:491). Conocerse a sí mismo en este sentido es imprescindible para que en el ordenamiento estamental cada cual pueda cumplir con las funciones que le son asignadas en virtud de su estamento de adscripción así como con el comportamiento que tal estamento prescribe. El conocimiento de sí mismo, que es al tiempo conocimiento de la posición social ocupada, lleva a la persona a tener muy presente cuál es la posición social de los demás y a ajustar su comportamiento a lo prescrito para cada rango social. Los demás y su posición social se erigen en límite y referencia de la conducta personal.

Paralelamente a esta concepción del conocimiento de sí mismo entendido como conocimiento de la posición social, existe una concepción de la virtud también permeada socialmente de la cual es depositario, en sentido pleno, el estamento nobiliario. Recuérdese que, en última instancia, es la voluntad divina la responsable del ordenamiento social. Dios ha situado en la cúspide de la sociedad a la nobleza y en contraprestación por tan elevada posición social le exige también una intachable disposición moral. Podría decirse que según se incrementa el rango social mayor es la dosis de virtud exigida al individuo. Diferente será el nivel de exigencia, por ejemplo, para el noble que para el campesino. Existe, por tanto, una "redistribución" social de la virtud con distintos requerimientos de la misma dependiendo del estamento que se considere. A unos se les presupone, teniendo en cuenta su rango social, más virtud que a otros. Mas la virtud no es tanto una dádiva que se disfrute despreocupadamente como un esfuerzo por mantener la reputación social ante los demás. En estos términos se expresa Al-wassa en El Libro del Brocado: "Si no fuera porque la virtud es un áspero esfuerzo y una pesada carga, los hombres viles no dejarían nada de ella para los nobles, pero como su carga es pesada y el esfuerzo que requiere es arduo, los viles desisten de ella y los nobles la soportan" (Al-wassa, 1990:51). Con estas consideraciones relativas al conocimiento de sí mismo y la virtud quiero poner de manifiesto la impronta social que ambas cuestiones poseen y cómo en el periodo bajomedieval español la referencia a la posición social es constante así como la presencia y alusión, de un modo u otro, a los demás en el conjunto de aspectos relacionados con el comportamiento.

Durante el bajomedievo español, pese a esta alusión al secreto, el referente fundamental del comportamiento y las buenas maneras no es la propia persona interiorizando para sí una serie de coacciones y preceptos. Coacciones y preceptos no se hallan aún interiorizados, por lo cual, no puede hablarse con propiedad de autocontrol. La referencia fundamental en la conducta y las buenas maneras son los demás, principalmente los situados en posiciones elevadas y privilegiadas del escalafón social. Las coacciones que operan sobre el comportamiento remiten al 'otro' y son, en último término, responsables del embridamiento cortés de la conducta. Adelanto aquí una cuestión que va a ser tratada con más detenimiento en el siguiente epígrafe.

Regreso a la cortesía y su dimensión moral para ofrecer muestras concretas de unas buenas maneras corteses como aplicación práctica de su pretensión moralizadora. Las buenas maneras trabajan en pos tanto del pulimento de la conducta como de la mejora moral de la persona. El sustrato moral de la cortesía hace de ella el disolvente natural de la cobdicia (Madero, 1992:143-146). La cobdicia se identifica con la persecución desordenada de los apetitos siendo la conducta cortés el arma con la cual se combate. Signos de cobdicia son la acumulación de alimentos en la boca, el masticar indecentemente, tomar la comida con las manos mientras la grasa resbala por ellas, comer ansiosamente o escupir en la mesa. La cortesía se enfrenta al mal gesto y dota de orden y contención al proceso de satisfacción de los apetitos. El orden y contención que preconiza el código de la cortesía se concreta en reglas formuladas de manera sencilla y accesible. Obsérvese la batería de consejos que acerca del buen comer ofrece El Libro de las Siete Partidas de Alfonso X El Sabio (1221-1284), consejos que ambicionan el destierro del comer cobdicioso:

"[Los ayos deben enseñar a los hijos de los reyes a comer] apuestamente, non metiendo en la boca otro bocado fasta que obiesen comido el primero... non les debe consentir que tomen el bocado con todos los cinco dedos de la mano... los deben acostumbrar a comer de vagar et non apriesa porque quien de otra guisa lo usa non puede bien mascar lo que come, et por ende non puede bien moler. devénles lavar las manos antes de comer. e después de comer se las deven facer lavar. e alimpiarlas deben a las tobaias. ca non las deben alimpiar en los vestidos, así como facen algunas gentes que non saben de limpieza nin apostura. E non deben mucho fablar mientras que comieren. e non deben cantar quando comieren. e otrosí dixeron que non los dexasen mucho baxar sobre la escudiella mientras comieren" (Nota: Alfonso X El Sabio, Libro de las Siete Partidas. (El fragmento pertenece a la Partida II, Título VII, Ley V). Citado en Menéndez Pidal (1986:129)).

El uso adecuado de las manos, la gestión apropiada del silencio, la correcta limpieza de la boca y el mantenimiento de la compostura son regulaciones del comportamiento que, con la cortesía como estandarte, apuestan por el orden y la contención frente a la cobdicia. Veamos con más detenimiento cada uno de estos puntos.

La eliminación de la cobdicia en el comer pasa por restringir el uso de las manos en la mesa. Se recomienda trocear los alimentos de tal manera que el tamaño sea siempre el adecuado con relación a la boca. Utensilios como el cuchillo o la cuchara se usan individualmente. Cada comensal habrá de tener los suyos, al igual que todos utilizan el pan como sustituto de los platos depositando sobre él la carne que va a engullirse. Los platos brillan por su ausencia, lo cual no obsta para que en caso de haber alguno pueda compartirse en lo que es tenido por una muestra de fraternidad:

"En primer lugar, si es posible y la vianda es suficiente, haz que cada uno coma por sí mismo, a no ser que para demostrar amor a alguna persona quieras comer con ella del mismo platel" (Eiximenis, 1983a:153).

 

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