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G. LA PRUDENCIA: El código de buenas maneras de la Corte absolutista. VIII.

El código de buenas maneras de la Corte absolutista. La prudencia.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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El autodominio unido a la auto-reserva posibilitan el manejo adecuado de la verdad. La verdad debe decirse aunque con la debida precaución; esto es, ha de gestionarse cuidadosamente el decir la verdad, no tanto por el daño que puede provocarse al prójimo cuando la escucha, como por el daño que pudiera provocarnos éste sabiendo lo que de verdad opinamos y pretendemos. De ese modo nuestra voluntad quedaría al descubierto (Nota: "[...] los sinceros son amados, pero engañados". Gracián (1997:222; aforismo n° 219)). La gestión de la verdad debe realizarse con las justas dosis de artificio. Ésta debe aparecer paulatinamente, sin ser abrupta, anunciarse poco a poco por si fuera preciso detenerse y callar hasta que la coyuntura fuese de nuevo favorable para anunciarla. Es necesaria la destreza y ese artificio que consiguen que la verdad emerja segura pero despacio (Gracián, 1997:217; aforismo n° 210). Mas, al tiempo, ese artificio que hace aflorar la verdad con parsimonia y precaución, es preciso que no sea percibido ya que si no el otro entenderá que se le está engañando (Gracián, 1997:222; aforismo n° 219). Así pues, el hombre ha de hilar fino y lograr un adecuado balance entre verdad, artificio, silencio y engaño (Nota: Dice Gracián (1997:201-202; aforismo n° 219): "Sin mentir, no dezir todas las verdades. No ai cosa que requiera más tiento que la verdad [...] Tanto es menester para saberla decir como para saberla callar. Piérdese con sola una mentira todo el crédito de la entereza. Es tenido el engañado por falto y el engañador por falso, que es peor. No todas las verdades se pueden decir: unas porque me importan a mí, otras porque al otro"). Se impone este hilar fino acorde con las características de los tiempos. Son tiempos de pujanza cortesana los que a los hombres les toca vivir: "Floreció en el siglo de oro la llaneza, en este de yerro la malicia" (Gracián, 1997:222; aforismo n° 219).

Ligado al autodominio, la auto-reserva y la gestión de la verdad aparece el manejo del secreto. Al igual que oír secretos puede otorgar a una persona datos para manejar la voluntad del otro, contarlos expone al individuo a la posibilidad de ser manipulado. Por tanto, debe quedar a buen recaudo el secreto personal ya que sobre él reposa parte importante de la autonomía e independencia individuales (Nota: "El que comunicó sus secretos a otro hízose esclavo dél". Gracián (1997:231; aforismo n° 237)).

Advierte por último Gracián que todos los consejos que propone pueden hacer del hombre un ser cuasi-perfecto aunque al tiempo admite la dificultad de que todos puedan ser cumplidos íntegramente por una persona. Siempre existen carencias que con la reflexión y el conocimiento de sí mismo pueden ser detectadas y susceptibles de ser subsanadas. Es preciso pues el esfuerzo individual para hacer de los preceptos que oferta el autor un hábito y en consecuencia una suerte de segunda naturaleza:

"Conocer la pieca que le falta. Fueran muchos mui personas si no les faltara un algo, sin el qual nunca llegan al colmo del perfecto ser. Nótase en algunos que pudieran ser mucho si repararan en bien poco [...] En algunos casos se desea lo executivo y en otros lo reportado. Todos estos desaires, si se advirtiesen, se podrían suplir con facilidad, que el cuidado puede hazer de la costumbre segunda naturaleza". (Gracián, 1997:232; aforismo n° 238).

En condiciones de presión social y vigilancia mutua como las que impone la Corte, los preceptos gracianescos cobran vigor y advienen en consejos imprescindibles a los que el cortesano no puede hacer oídos sordos. Las coacciones que se originan en la vida social, en este caso en la vida social de la Corte, comienzan en este punto a ser interiorizadas con el fin de que convertidas en una "segunda naturaleza" se activen automáticamente e inconscientemente cuando resulte preciso. Que las coacciones originadas en la vida social -heterocoacciones o heterocontrol en terminología eliasiana-muden progresivamente en coacciones interiorizadas -autocoacciones o autocontrol para Elias- constituye uno de los pasos fundamentales en el proceso de la civilización del comportamiento. Gracián, al reclamar la conversión de sus consejos en hábito -en segunda naturaleza- a resultas de condiciones sociales de presión y vigilancia sobre la conducta, se erige como punto de inflexión en el proceso civilizatorio español: la interiorización de las coacciones que han de operar sobre la conducta es factible gracias a la reflexión y conocimiento de sí mismo y a la observación de los caracteres psicológicos de los demás, creándose así las condiciones de posibilidad para la emergencia de un comportamiento y una emocionalidad autocontrolados. Si anteriormente los criterios que justificaban la necesidad de una conducta cortés -tanto en un sentido bajomedieval como moderno- remitían a los demás, ahora los que preconizan una conducta prudente remiten con mayor intensidad a uno mismo. Argumentos sociales como los empleados por la cortesía bajomedieval y la moderna para justificar el imperativo de una conducta decorosa siguen existiendo si bien (Nota: Recuérdese aforismo n° 7 en Gracián (1997:105)), simultáneamente, comienzan a cobrar mayor fuerza aquellos argumentos que remiten a uno mismo; argumentos de tinte psicológico, reflexivo e individual.

4. La prudencia en la práctica: la conducta en la mesa.

Hasta la aparición del código de la prudencia, las buenas maneras se justificaban con arreglo a una argumento de tipo social; esto es, el respeto debido a quienes son superiores en rango social dentro del contexto estamental que caracteriza al Antiguo Régimen. Argumentos de tipo social seguirán existiendo a la par que emergen otros que ya no reenvían a lo social sino que se centran preferentemente en lo individual. Las coacciones que operan sobre el comportamiento, otrora de naturaleza social y que daban lugar a un comportamiento heterocontrolado, van a ser paulatinamente interiorizadas por el individuo hasta constituir un tipo de comportamiento autocontrolado en el que la observación de los caracteres físicos y psíquicos propios y del prójimo resultan elementos imprescindibles. El código de la prudencia anuncia de forma tímida este proceso de interiorización.

La justificación de las buenas maneras comienza a adquirir un mayor tinte psicológico y reflexivo interiorizándose las coacciones derivadas de condiciones sociales de competencia hasta construir una conducta atenta al desentrañamiento de los caracteres ajenos, al conocimiento de los propios y al necesario autodominio que cada cual ha de ejercer sobre sí. Las buenas maneras comienzan también a exigir con mayor insistencia por parte de las personas niveles de crecientes de autocontrol y reflexión sobre sí mismo. La reflexión sobre uno mismo unida a la imaginación permitirán que la persona anticipe cuál ha de ser el comportamiento adecuado a cada situación y así, de este modo, evitar que su conducta se desordene. Nunca fueron más claras que hasta ahora las llamadas a la continencia, el control o el orden a fin de que el comportamiento no resulte indecoroso u ofensivo para el prójimo. Las buenas maneras comienzan a tener algo de vencimiento sobre los propios impulsos para que controlándolos pueda la persona ajustarse a los preceptos que se ofrecen en pos de la consecución de unas maneras adecuadas:

"Una persona no se reputa que tiene continencia, sino porque contiene ó reprime en primer lugar sus pasiones, y después sus miembros, ó sus acciones, su lengua, o sus palabras en los limites donde las cosas deben estar". (Callieres, 1744:255).

Mas estas llamadas al autocontrol son aún llamadas débiles si se las compara con las que efectuará el código que sigue a la prudencia; el código de la civilización. Con todo, la prudencia preconiza, como ha podido verse con Gracián, una suerte de autodominio alimentado por una concepción negativa del prójimo: el prójimo es fuente de inquietudes y temores y, en consecuencia, factor a tener muy en cuenta a la hora de actuar. El prójimo como factor relevante para la conducta personal impide una interiorización total de las coacciones que nacen de la presencia, vigilancia y opinión del prójimo. Aunque con el código de la prudencia las buenas maneras comienzan a atender paulatinamente a criterios de reflexividad, autodominio e individualidad, todavía no se contempla una interiorización efectiva y eficaz de las coacciones que operan sobre el comportamiento. Las buenas maneras del código de la prudencia se integran en un marco global de heterocontrol, en el cual la justificación final de las mismas viene a ser la inquietud que produce el prójimo porque a) pueda cobrar ventaja en la pugna por el prestigio, vital en el entramado cortesano; b) pueda conocer los afectos y motivaciones profundas que determinan la conducta de una persona; c) porque ese conocimiento convierta a la persona en alguien susceptible de ser manipulado por el prójimo y d) porque tal manipulación supondría una pérdida de autonomía y un descenso en sus niveles de prestigio. El código de buenas maneras de la prudencia todavía presenta un tipo de comportamiento heterocontrolado, si bien el argumento que lo sostiene no es tanto el respeto al rango social del prójimo como la inquietud que éste genera.

Así pues, este es el marco general en el que se integran las buenas maneras cortesanas. Teniendo en mira este marco presidido siempre por los principios elementales de la prudencia -observación, manipulación y autodominio- y el prójimo como fuente de inquietud, se enuncian reglas concretas de comportamiento que el cortesano debe observar si no quiere ver menguada su reputación o retrasarse en la carrera por el prestigio. La mesa continúa siendo el ámbito en el que mejor puede observarse la concreción práctica de las buenas maneras inspiradas por la prudencia; insistiéndose fundamentalmente en la compostura general que ha de mantener el comensal en el momento de la comida.

 

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