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Muerte de un Soberano. Proclamación de su sucesor.

Actos de etiqueta a que da lugar la muerte de un Soberano y la proclamación del sucesor.

Guía de Protocolo Diplomático
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Muerte de un Soberano.

Proclamación de su sucesor.

Uno de los acontecimientos que pueden interesar más a un Jefe de Misión, es seguramente la muerte del Soberano cerca del cual está acreditado; no sólo por la infinidad de actos de etiqueta a que da lugar, y por las cuestiones de Derecho que se suscitan, con los mil incidentes que pueden surgir, sino también porque la política del país podría entonces cambiar por completo, variando en un momento las bases de las relaciones internacionales trastornando todo el orden político del mismo.

Con objeto de hacer una reseña de todo lo que ocurre en una ocasión semejante en la Corte de un Estado, procuraremos describir, a vuela pluma y lo más brevemente que nos sea posible, lo que sucedió en Roma en el mes de Enero del ano de 1878, al fallecer S.M. el Rey Víctor Manuel II, porque aunque nos apartemos algo con esta relación del camino que debemos seguir, como fueron tantas las cuestiones político-religiosas que se suscitaron, y como las dificultades que se provocaron fueron infinitas, creemos útil el dar alguna idea de lo acaecido en aquellos tristes momentos, porque siempre se encontrarán precedentes para muchos casos análogos.

La muerte de este Soberano fue, por lo imprevista y por las condiciones excepcionales de su reinado, uno de esos acontecimientos que no es fácil olvidar al que lo ha presenciado. Víctor Manuel II falleció precisamente cuando nada hacía sospechar su próximo fin, pues no era de edad avanzada y tenía una constitución robusta y sana. La muerte del Monarca que en 1848 renunció el apoyo de sus enemigos que le ofrecían el statuo quo ante bellum, sólo por abolir el régimen constitucional, y que antes que faltar a la palabra dada al pueblo por su padre, aceptó las consecuencias de la derrota de Novara, despertó en todos los italianos que habían seguido las banderas piamontesas, o que recordaban los sacrificios de aquel Rey, que no descansó hasta conseguir la unidad nacional, todo el entusiasmo, todo el ardor juvenil, que tanto ha contribuido a transformar lo que era ayer una simple expresión geográfica, en lo que es hoy una Potencia respetable y respetada. Así es, que en aquellos momentos parecía que todo el mundo se figuraba que una parte de la unidad nacional, de su grandeza y de su poder, iba a ser enterrada con los frios despojos de su Rey; por eso, no sólo los partidos dinásticos, sino los mismos republicanos (que en Italia todo lo han sacrificado al bien de la Patria), hicieron protestas públicas de su dolor profundo, reconociendo la pérdida inmensa que sufría el país.

Al entierro del Rey concurrieron todos los que tuvieron medios de trasladarse a la capital; y los que no pudieron lograr esto, enviaron numerosas comisiones que los representaran. El pueblo de Venecia envió en algunas horas, por medio de una suscrición pública, de a cinco céntimos, mil liras, que sirvieron para comprar una corona que se envió al sepulcro regio. En la sesión pública que celebró el Municipio de Roma, en la noche del 11 de Enero, para proponer que el monumento que debía erigirse al Rey se costease por suscrición nacional, el Consejero municipal, Sr. Carancini, miembro de la minoría republicana, se levantó para decir, que esta proposición, como todas las que fueran relativas a las honras que debían tributarse al Gran Rey, no podía votarse como una propuesta cualquiera, sino que debía adoptarse por aclamación.

Pero aún más que estas palabras, tan significativas en boca de un republicano, lo que puede dar una idea del estado de los ánimos, es el manifiesto de los romanos a los turineses, que decía así:

"¡Los romanos a los turineses! La historia de los heroicos sacrificios que habéis hecho por el bien de la Patria, no está aún completa: Roma, en nombre de Italia, os ruega que hagáis todavía otro, que será el más doloroso de todos. Esperabais, para consuelo de vuestra inmensa pena, que los restos mortales del Grande, que todos lloramos hoy, descansarían en el sepulcro de sus antepasados. El Piamonte, tan valiente como generoso, cuyas virtudes personificaba el Rey soldado, sería, indudablemente, el más digno y el mejor depositario de sus gloriosos despojos; pero la Patria os pide que descansen en Roma. El sepulcro del primer Rey de Italia, debe estar en la Capital del Reino como afirmación eterna del derecho italiano. Turineses, Roma confía en vosotros, educados en la escuela del sacrificio".

La muerte del Rey renovó el recuerdo de la entrada en Roma del ejército italiano, y suscitó infinidad de cuestiones con el Vaticano sobre las exequias, iglesia donde habían de celebrarse, etc. Circularon no pocas invenciones respecto de las últimas palabras que se atribuían al Rey, viéndose obligado el Ministro del Interior (que era el señor Crispi) a comunicar a los periódicos, por medio de la Agencia Stéfani, la nota siguiente:

"Un periódico, dando cuenta de la intervención del Vaticano en los últimos momentos de Víctor Manuel II, asegura cosas que son completamente falsas. S.M. el Rey no hizo ninguna declaración, que pueda desmentir su gloriosa vida de Rey italiano".

El periódico Fanfulla, en su número de 11 de Enero de 1878, decía que las últimas palabras del Rey fueron las siguientes:

"Muero siendo católico, he profesado siempre un cariño especial a la persona de Su Santidad; si en alguno de mis actos he podido disgustar personalmente al Santo Padre, lo sentiría infinito. Pero en todo lo que yo lie intervenido, tengo la conciencia de haber cumplido mis deberes de ciudadano y de Príncipe, no habiendo hecho nunca nada contra la religión de mis mayores".

El dia 9 de Enero de 1878 la Gaceta Oficial (Gazzetta Ufficiale del Regno d'Italia, núm. 7) publicaba en su parte oficial la siguiente proclama, notificando el fallecimiento de Víctor Manuel II, y el advenimiento al Trono del Rey Humberto I:

"S.M. el Rey Víctor Manuel II, ha expirado hoy a las dos y media de la tarde.

Como sabemos que todo el pueblo italiano participa del profundo dolor que nos embarga al notificar tan inmensa desventura, no buscaremos vanas palabras para describir este luto nacional.

Esta es la sola idea que nos consuela, porque vemos que el nombre glorioso de Víctor Manuel II, vive y vivirá eternamente en el alma de todo italiano.

Por la infausta muerte de S.M. el Rey Víctor Manuel II, su hijo, el Príncipe Humberto, ha subido al Trono con el nombre de Humberto I.

El Ministerio presidido por el Excmo. Señor Comendador Agustín Depretis, al presentarse a S.M. el Rey Humberto I, ha declarado que cesaba en las funciones que le habia confiado el Rey Víctor Manuel II. S.M. el Rey ha confirmado en sus puestos a todos los Ministros que formaban el Gabinete presidido por el Excmo. Sr. Depretis. En el acto, todos han prestado juramento en manos de S.M.".

S.M. el Rey Humberto I al subir al trono, ha dirigido al pueblo italiano la siguiente Proclama .

 

Nota
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