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Del aseo en el vestir. II

En los últimos tiempos se ha puesto de moda entre las jóvenes, e incluso entre algunos muchachos, una prenda significativa: el mono de obrero

Revista Triunfo. 1980
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Modelos de la casa Bergdorf de 1928.
Moda mujer. Modelos de la casa Bergdorf de 1928.

Del aseo en el vestir

Aquella urbanidad

En los últimos tiempos se ha puesto de moda entre las jóvenes, e incluso entre algunos muchachos, una prenda significativa: el mono de obrero debidamente adaptado y transformado. Así, mientras el trabajador maduro, con su señora, rastrea cortingleses en busca de "aparentes" trajecillos, mientras la sufrida y anticuada clase media que aún cree que "nosotros tenemos que representar" se parapeta en obsoletas modas, los hijos de la clase alta seguidos por las capas media que les imitan, lucen monos, pantalones sin raya, jerséis "informales" y los jóvenes trabajadores dan a estas modas sus propias interpretaciones.

Joyas, ya no se llevan, como no sea para demostrar lo mucho que se ha ascendido en la escala social. El astracán se refugia en las clases pasivas. El visón aún distingue a una dama de madura edad pero no parece que tenga mucho futuro entre las jóvenes. "Sencillez", pero siempre, eso sí, acompañada de la "nota" distintiva. Es la joven dama que viste pantalones vaqueros que se compran ya lavados, pero que se pone el chaquetón de zorros. O aquella otra que adorna su "sencillo" atuendo con un bolso de cocodrilo llevado en bandolera.

Y no solo se trata de simular o disimular la riqueza. De igual modo ha de procederse con la decencia. Las hijas de familia que en otro tiempo hubieran sido mediopensionistas de las Ursulinas, o incluso aquellas que aún lo son ahora, lucen ajustadísimos pantalones que dan al que los mira la impresión de un perfecto desnudo.

Entre las mujeres jóvenes, y solteras, se ha generalizado universalmente este lucimiento que no se atrevería a hacer de sí misma una avezada prostituta, como no fuera en horas de trabajo. Pero no se trata de ofrecer nada, sino de mostrar lo mucho que el abandono de la tradicional decencia es capaz de negar al "voyeur" transeúnte.

En la casada no estarían bien tan juveniles exhibiciones. Le llamaría la atención el circunspecto marido. Si acaso, se toleran en ella blusas y faldas transparentes o cuasitransparentes que, dejando adivinar lo que hay, certifiquen que tiene dueño, aunque éste no sea ya el celoso tenedor que ejercía sobre tales bienes un dominio absoluto.

En el hombre, estas demostraciones tienen muy otro contenido. Hay también pantalones ajustados y en ocasiones la camisa desabrochada un botón más del comúnmente permitido. Pero la ostentación del "bulto", como diría cela, o de la agreste pelambrera del pecho, como sea en la playa, denotan que el "expósito" pertenece a la clase baja.

Moda para los hombres

En materia de moda masculina hay un mundo, el de los ejecutivos, que constituye capítulo aparte. Se pasan la vida diciéndoles a los que se han atrevido a romper la moda de la chaqueta y la corbata, del atildamiento de despacho, que ellos van vestidos así por necesidades de su trabajo. No es cierto. Su atuendo es consustancial a ellos y deriva de la estilización de viejos moldes patronales. Los políticos están en un caso parecido. mirando cómo visten los diputados de los distintos partidos políticos se aprende mucho en materia de usos sociales.

Los políticos nunca dejan de buscar clientelas y así, los centristas, con sus ternos azul marino o marengo, parecen estar siempre en disposición de tranquilizar a sus votantes o de besar la mano a sus electoras. El viejo PC muestra el aire fornido y luchados de siempre, mientras en su seno algunos jóvenes ensayan modernidades. Y el PSOE, con millones de votos, juega a la vez, en sus varios representantes, al marchadiano "desaliño indumentario", al despechugamiento deportivo, al atildamiento socialdemócrata y hasta a la despreocupación anarco-pasota.

Y no sólo la racionalizable motivación sino también el capricho gobierna las tendencias sociales. Hace unos años vimos cómo caía en desuso la corbata. Muchos fabricantes tuvieron que cerrar su urbana industria sin poder comprender lo que había ocurrido. Hoy, al calor del revival modernista, sin que se sepa por qué, ha regresado este adminículo que en tiempo fue peyorativamente considerado como resto y símbolo de la cadena que sujetaba al esclavo.

Uno se pregunta, decíamos en nuestra primera entrega, en qué consiste ir hoy "correctamente vestido", cuando nuestro "aseo en el vestir", aquello en que ciframos unos el "buen tono", resulta "incorrecto" para otros. La "urbanidad del cambio", tiene muchos caminos, y de ellos surgirá la nueva etiqueta. Entretanto, si algunos de los antiguos tratadistas pudieran contemplar nuestros esfuerzos por hacer con ella un manual, nos compadecerían diciendo: "no les arriendo a ustedes la ganancia".

 

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