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Las buenas maneras de los jóvenes

Partimos de la idea de que las buenas maneras son con frecuencia una forma de hipocresía o, en el mejor de los casos, un automatismo vacío de contenido

La Nueva España
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Chicos jugando encima de un contenedor
Jóvenes y buenas maneras. Chicos jugando encima de un contenedor

¿Los jóvenes están perdiendo los buenos modales y la buena educación?

Entre las múltiples lacras que se atribuyen a los jóvenes de la tribu está la de que han perdido las buenas maneras. Antes, los niños mantenían un respetuoso silencio en presencia de los mayores y si les preguntabas su nombre respondían educadamente: "Ricardito, señora". Ahora las cosas han cambiado mucho.

En primer lugar, ningún niño se llama Ricardito y, en segundo, si te interesas por la identidad del sujeto, lo más fácil es que te conteste: "¿Es que sois todos gilipollas o qué? Es la cuarta vez que me preguntan hoy lo mismo". El angelito no se corta un pelo y dice lo que le viene a la cabeza, lo cual es de agradecer. Quienes se empeñan en mantener las formas a toda costa son los mayores. Y aquí está el peligro, porque hay una confusión muy extendida entre buenas maneras y buena educación, y es urgente poner un poco de claridad en un tema que incide tan directamente en la convivencia ciudadana.

Partimos de la idea de que las buenas maneras son con frecuencia una forma de hipocresía o, en el mejor de los casos, un automatismo vacío de contenido. Todos conocemos a personas que estrechan manos sin parar, te abrazan sin ton ni son, ceden el paso en el portal o sonríen a cada momento como si fueran eternos candidatos al "premio Naranja". Desconfiemos. Muchos de ésos, cuando creen que nadie los ve, se saltan el turno en las colas, llegan tarde a las citas, arrojan basura por la ventanilla del coche o hacen caso omiso de los pasos de cebra. Es decir, que a pesar de usar y abusar de lo que se entiende por buenas maneras, carecen de educación y se comportan como mamones irresponsables en asuntos importantes para la vida en comunidad. Tales personas, sin embargo, gozan de la estima del vecindario y son puestos como ejemplos para los más jóvenes.

Nos hemos referido a la impuntualidad como una falta de educación porque llegar tarde a una reunión o a un encuentro de cualquier índole se nos antoja una desconsideración y falta de respeto imperdonables. Sin embargo, entre nosotros la falta de puntualidad cuenta con una gran tolerancia, y si la persona que se retrasa es alguien habitualmente muy ocupado, hasta le da cierto prestigio. No se le llama maleducado a quien nos ha hecho esperar durante media hora, pero si se despista usted y no da las buenas tardes al vecino, quedará de inmediato fichado como un grosero y cuando sufra una avería o una inundación nadie le echará una mano, por borde.

Algunos actos asociados a las buenas maneras, además, han perdido su contenido comunicativo y de afecto para transformarse en un mero automatismo. El saludo a los vecinos, por ejemplo, es completamente inútil, porque ni se escucha. Usted entra en el ascensor por la mañana y allí está el del quinto izquierda, con el cual, a pesar de verlo todos los días desde hace diez años, jamás ha intercambiado más palabras que los reglamentarios saludos de cortesía. Una mañana más, usted lamenta interiormente no poder bajar solo los cuatro pisos que le separan de la calle, y dice:

- Buenos días.

El repite como un eco "buenos días" y acto seguido ambos se sumen en la contemplación hipnótica de las puntas de los propios zapatos o de la puerta del habitáculo, que tarda una eternidad en llegar a la calle. Cuando eso ocurre, salen de estampida y mascullan aliviados:

- Hasta luego.

Pues bien, le propongo compartir un experimento que realizo con alguna frecuencia. La próxima vez, en vez de decir "buenos días" diga, por ejemplo:

- Añaguardárigas supranalga.

Verá que el vecino contesta impertérrito:

"Buenos días".

El vecino no le ha oído, se ha limitado a activar el contestador automático.

Otro caso es el de las entrevistas en radio o televisión. La última frase que dice casi siempre el entrevistado es: "Gracias a vosotros". El entrevistador no le ha dado las gracias por nada, sino que ha terminado la conversación diciendo, por ejemplo: "Seguiremos atentos el asunto y esperamos conversar de nuevo con usted próximamente". Pero eso es lo de menos, pues lo que oye el entrevistado es que le agradecen su participación, así que contesta "gracias a vosotros", aunque no venga a cuento.

En las entrañables fechas que acabamos de soportar se multiplican las muestras de hipocresía fina asociadas a las buenas maneras. Mucha gente echa mano de la agenda y envía mensajes y buenos deseos a todos los que allí figuran, aunque se trate de personas que no recuerden o que pasaron fugazmente por sus vidas. También dudo de que eso tenga algo que ver con la buena educación, pero los que así pensamos estamos en minoría. De todos modos, no volverán los tiempos de Ricardito, así que algo tenemos ganado.

 

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