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Tarde dieciocho. De lo que deben los hombres por urbanidad a las señoras.

Las relaciones que existen entre los dos sexos hacen que haya alguna diferencia en el modo de conducirse el uno con el otro.

Lecciones de moral, virtud y urbanidad
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El Padre. - Las relaciones que existen entre los dos sexos hacen que haya alguna diferencia en el modo de conducirse el uno con el otro. Los hombres deben tener un respeto más distinguido, una complacencia más atenta para las mujeres que para las personas de su sexo.

Si la naturaleza les ha rehusado la fuerza del cuerpo, al menos las ha indemnizado ampliamente concediéndolas calidades morales, de las cuales ha sido avara para con los hombres. ¡Con qué cuidado no previene una buena madre de familia aficionada a su casa y amante de su esposo y de sus hijos, todo lo que puede contribuir a aumentar la felicidad de los objetos que la rodean! Se encarga de los pormenores más minuciosos, lo prevé todo, nada le repugna y suele ser industriosa para causar sorpresas agradables a su marido. Cuando él vuelve de sus negocios, dispone los hijos a que le prodiguen caricias, tomando precauciones para que no sean importunos; su prudencia, su amabilidad y buen genio le aseguran para siempre el corazón de su querido esposo. Los hombres seríamos muy injustos, si en consideración a tan bellas calidades, no quisiésemos tolerar algunas faltas ligeras propias de las mujeres.

Cuando estéis en una reunión donde haya señoras tened por ellas toda suerte de consideraciones; la debilidad de su constitución física, además de lo dicho, debe empeñaros a evitarles todas las incomodidades que estén en vuestro poder. Lo que no haríais por un hombre, hacedlo gustosos por una mujer. Ceded en todas partes a las señoras el asiento más cómodo y honroso. En la mesa, no permitáis jamás que os sirvan antes que a ellas. Si se trata de jugar a algo, consultadlas para que escojan; complaced sus deseos, con tal que esta complacencia no sea contra vuestro estado, vuestra edad y salud. Encargándoos que condescendáis a sus deseos, entiendo solo los razonables, porque si hubiese alguna tan loca, caprichosa o mal educada que exigiese cosas indiscretas, rehusad cortesmente, pero con firmeza, pues en verdad sería cosa cruel ser por urbanidad víctima de una loca imprudente, que solo merecería entonces la compasión de los concurrentes.

Sobre todo, hijos míos, que vuestras palabras sean castas en presencia de las mujeres. Mil fatuos hay que se figuran es agradable contar cosas deshonestas en una concurrencia; semejantes groseras diversiones ofenden siempre a los oidos castos. Otros hay qué tienen el arte de cubrir con un ligero velo sus palabras; pero si os presentarán a la vista una cosa asquerosa cubierta con un velo, ¿dejaría por esto de causaros asco? Los tales descubren una alma poco delicada, una imaginación obscena y dan de sí una opinión poco ventajosa. Todo padre de familia debe cerrarles la puerta de su casa, si no quiere ver con el tiempo el estrago que causan sus palabras. Hombres, respetad a las mujeres, porque es de la mayor importancia para las buenas costumbres que ellas se respeten a sí mismas.

Al bajar o subir las escaleras de una casa, o de un coche, etc., debéis ofrecer la mano a las señoras; pero sería imprudente hacerlo cuando fuese una señora acompañada de otra persona con quien estuviese en relaciones mas estrechas de amistad o parentesco.

 

Nota
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