
La urbanidad del cabello.
No hay nadie que no deba tener como norma y práctica peinarse todos los días, y nunca hay que presentarse delante de cualquiera que sea con los pelos revueltos y sucios.
La urbanidad del cabello.
No hay nadie que no deba tener como norma y práctica peinarse todos los días, y nunca hay que presentarse delante de cualquiera que sea con los pelos revueltos y sucios; y sobre todo hay que tener cuidado de que no haya en ellos parásitos ni liendres. Esta precaución es muy importante con los niños.
Aunque habitualmente no haya que poner polvos en el pelo, ya que eso da al hombre aire afeminado, con todo hay que procurar no llevar el cabello grasiento. Por eso, cuando lo es naturalmente, se puede desengrasar con cuidado, o poner polvos en el peine, para dejarlo seco y quitarle, si se puede, la humedad que podría estropear la ropa y los vestidos.
Es muy indecoroso peinarse en compañía; pero es falta inadmisible hacerlo en la iglesia. Es lugar en el que se debe estar muy limpio, por el respeto que se tiene a Dios; pero ese mismo respeto obliga a no entrar en él sino con limpieza.
Si san Pedro y san Pablo prohíben a las mujeres que se ricen los cabellos, con mucha más razón condenan este tipo de arreglo en los hombres, que estando mucho menos inclinados que las mujeres a esta clase de vanidades, deben, en consecuencia, despreciarlas mucho más, y estar mucho más lejos de abandonarse a ellas.
Así como no es conveniente llevar el pelo muy corto, pues eso podría desfigurar a la persona, del mismo modo hay que cuidar también que no sea demasiado largo; y particularmente que no caiga sobre los ojos. He ahí por qué es bueno cortarlo cuidadosamente de vez en cuando.
Hay personas que por comodidad, cuando hace calor o cuando tienen que hacer algo, echan el pelo por detrás de las orejas, o lo meten debajo del sombrero. Eso es muy poco educado, y conviene dejar caer siempre el pelo de forma natural.
También es cuestión de decoro y urbanidad no tocárselo sin necesidad; y el respeto que se debe tener hacia los demás exige no ponerse la mano sobre el cabello en su presencia.
Por tanto hay que guardarse bien de pasar la palma de la mano repetidamente sobre la cabeza, para aplastar el pelo, extenderlo o enroscarlo a cada lado con los dedos; pasar los dedos a través, como para peinarlo, o sacudirlo indecorosamente meneando la cabeza.
Todas estas maneras, fruto de la comodidad o de la grosería, no son compatibles con la cortesía, los buenos modales y el respeto al prójimo.
Mucho más contrario a la cortesía que llevar el pelo mal peinado, es tener una peluca mal peinada. Por eso, quienes la llevan deben tener cuidado muy especial de limpiarla, ya que los cabellos que la componen, al no tener sostén por sí mismos, necesitan que los peinen y ajusten con mucho mayor cuidado que el pelo natural, para mantenerlo limpio.
La peluca es mucho más adecuada y mucho más conveniente a la persona que la lleva, si es del mismo color de su cabello en vez de más morena o más rubia. Con todo hay algunos que la llevan tan rizada y de un rubio tan intenso, que parece más propia de la mujer que del hombre.
Aunque no se deben despreciar del todo esta clase de aderezos, cuando están en uso, con todo es contrario a la cortesía y a la sensatez que un hombre emplee demasiado tiempo y se preocupe en exceso de limpiarlos y ajustarlos.
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