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La Sede Vacante. II.

En los primeros tiempos, el gobierno quedaba en manos del clero romano.

Guía de Protocolo Diplomático
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SEDE VACANTE.

En 1878, la primera Congregación de Cardenales, fue, según se decía públicamente, sumamente borrascosa, porque los celantes querían a toda costa que el Cónclave se reuniera fuera de Roma; y para conseguir su intento, pusieron en juego mil intrigas. La calma y el tacto del Decano, el espíritu de conciliación y la grandísima prudencia del Camarlengo, se hubieran visto envueltas por las ideas de los intransigentes, sin la autoridad que el talento y los profundos conocimientos políticos, habían alcanzado en el Sacro Colegio, a un Embajador extranjero, quien dirigiendo con acierto y mesura las negociaciones diplomáticas, no sólo del país que tan dignamente representaba, sino de varios Gabinetes Europeos, que unánimemente le reconocieron como el mejor y más hábil negociador en tan delicados momentos, supo hacer prevalecer las ideas de moderación y templanza que el mismo Pío IXrecomendaba en la Bula que había dejado, concebida, poco más ó menos, en estos términos:

"En vista de la grave situación en que se encontraría el Sacro Colegio, si se debiera reunir el Cónclave con arreglo a las antiguas prescripciones.

En vista también de los perjuicios y de los inconvenientes a que daría lugar la elección de un Pontífice, según las disposiciones de los antiguos Cónclaves.

El Papa Pío IXdeja al Sacro Colegio en plena libertad de seguir o no las prescripciones establecidas, dándole además la facultad de reunir el Cónclave dónde y como le parezca más conveniente".

Bula que trataron de interpretar los "zelantes" de la manera más provechosa para sus intentos, pero que se consiguió que se interpretara en su recto sentido, y del modo más favorable para los intereses de la paz y de la concordia, que tanto deseaban mantener las dos autoridades supremas de la Santa Sede; el Decano y el Camarlengo.

El 16 de Febrero, a las nueve de la mañana, tuvo lugar en la Capilla Sixtina el primero de tos tres funerales que el Sacro Colegio celebró en sufragio del Pontífice difunto; últimas de las exequias llamadas "Novendiali".

En medio del recinto de la Capilla, reservado al Sacro Colegio y a la Corte Pontificia, se alzaba un modesto catafalco, sobre el que se veía la Tiara. En los cuatro lados se leían las inscripciones siguientes:

"PETRI-ANNOS - EN. ROMANA-SEDE-UNUS - SUPERÁVIT"

"MARIAM. D.N. - IMMACULATAM. ROM. PONT. MAGISTERIUM - INERRANS. DECREVIT"

"BENEFICENTIA. INGENIO. MODERATIONE. - OMNIUM. AD. SUI. - ADMIRATIONEM, EREXIT"

"OPTIMI. PRINCIPIS. - NOMEN. ET. FAMAM. - EST. MERITUS"

Cantó la Misa el Caldenal Decano, y cuatro Cardenales dieron la absolución.

El Cuerpo Diplomático asistió a este funeral como a los dos restantes, desde la tribuna reservada; todos llevaban la gasa al brazo y los guantes negros, según el acuerdo de que hemos hablado.

Los Cardenales se presentaron también de luto (que visten desde el día del íallecimiento del Pontífice), y consiste en que el traje, en vez de ser púrpura, es color violeta, con la diferencia de que, los Cardenales creados por el Pontífice muerto, llevan las vueltas de los hábitos también de color violeta, y los creados por el antecesor, de púrpura, y además no llevan manteleta.

Terminado el funeral, el Cuerpo Diplomático fue recibido en la Sala del Consistorio, por el Sacro Colegio, no en cuerpo, sino por separado. Cada Representante, por orden de antigüedad, acompañado del personal de su Misión, entraba en el salón, y después de saludar con tres reverencias, a los Emmos. Cardenales, les dirigía un discurso, no de exhortación, como dice Dumont (1), sino de pésame, que era contestado por el Cardenal Decano.

En 1878, con ocasión de este acto, se dudó tanto de la etiqueta que convenía seguir, que excepto el Decano del Cuerpo Diplomático, a quien se pudo avisar con algún tiempo, los demás Jefes de Misión fueron en la creencia, (según los informes que les habían dado, fundados en el ceremonial especial que "Sub hostile dominatione", debía adoptarse) de que no se pronunciarían discursos; así es que el Embajador de España tuvo que improvisar la brillante y sentida alocución, con que expresó ante el Sacro Colegio el profundo pesar con que la Nación y su Monarca, habían sabido el fallecimiento de un Pontífice de las virtudes y dotes excepcionales de Pío IX.

(Nota 1). Dumont y Ausillioni, dicen que el discurso que dirigen los Embajadores al Sacro Colegio, es de exhortación "elegendo pontif¡cem",y Chateaubriand, siendo Embajador en Roma en 1829, lo hizo de pésame y de exhortación, pero sólo es de pésame; y el Sr. Labrador, Representante de España en Roma, lo advierte, porque en las Sedes vacantes de 1829 y 1830, se hicieron asi.

 

Nota
  • 11017

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