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J. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN REFLEXIVA: Autoavuda y cuidado del Yo. XIII.

Autoayuda y cuidado del yo. La civilizaciópn del conocimiento.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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- La autodependencia. La persona es consciente de los posibles lazos que le ligan a los demás pero es ella quien se hace cargo de esos lazos; es ella quien gestiona las posibles dependencias respecto al prójimo. Ser autodependiente es sinónimo de no buscar nunca la aprobación ajena puesto que el tipo de aprobación fundamental es la que uno debe darse a sí mismo. Así, apenas tiene importancia lo que opinen o digan los demás de la persona; no reconoce en el prójimo ningún tipo de autoridad para enjuiciar su vida. No se reconoce este tipo de autoridad al entenderse que todas las personas son iguales, que no existen héroes, ni ídolos ni jueces y que no existe nadie superior en importancia a sí mismo. La vida se simplifica al no expresar dependencias respecto al otro y lo que a los demás, presos del convencionalismo y las demandas sociales, les parece harto complicado, a la persona autodependiente le parece extremadamente sencillo.

- La sospecha social. Para la persona que se autoayuda, la sociedad es siempre sospechosa de coartar la iniciativa individual, de constreñir la expresión de las emociones y de reglamentar arbitrariamente el comportamiento. Los requerimientos y las demandas sociales pretenden ser una suerte de guía general para el individuo que así se ve recompensado psíquicamente con pautas y orientaciones con las cuales gobernar su conducta y emocionalidad. Mas aceptar tales pautas y orientaciones es sinónimo de dejación de funciones, de aparcar la responsabilidad de cada cual para fijar un modelo emocional y conductual propio. Desde esta perspectiva, la sociedad es una entidad hostil y manipuladora fuente de insatisfacciones con la que es necesario lidiar. Por eso, antes de enfrentarse a ella, la persona debe afianzar su valoración, autoaceptación, voluntad de autonomía, su desculpabilización y su no-deberización. Es un prerrequisito para insertarse con garantías de felicidad y bienestar en la sociedad. Se configura así una oposición entre un individuo que trata de domeñar su interioridad y una sociedad que pugna también por domeñarla. Autoayudarse es también conocer esos mecanismos que emplea la sociedad en su intento de control del individuo; es ser, de algún modo, alguien dotado de cierta clarividencia social. Esa clarividencia se emplea para resistir el embate de demandas y convencionalismos sociales; resistir reflexivamente, activando todos los recursos mentales para frenar la voracidad de la sociedad. Y se trata de resistir individual y reflexivamente sin que esto sea tenido por un ejercicio de rebeldía social. Como afirma Dyer, no se trata de destruir la sociedad "pero muchos de nosotros quisiéramos darle al individuo más libertad dentro de ella, liberarla de "debes" sin sentido y de tantos "deberías"" (Dyer, 1978:207). La libertad de quien se autoayuda no se consigue mediante reclamaciones políticas sino a través de un trabajo pausado y pormenorizado sobre la conducta y la emocionalidad personales (Rose, 1990:254).

6. Las bases sociales de la civilización reflexiva.

Hasta aquí he glosado los contenidos del código de la civilización reflexiva. Es turno ahora de referirme a su significación y bases sociales. Para ello me apoyaré expresamente en el conjunto de aportaciones efectuadas por una serie de autores que forma genérica son conocidos como "anglofoucaltianos" (De Marinis, 1999:75). Éstos, sin conformar un grupo académicamente institucionalizado, han generado una línea de análisis sociológico que toma como referencia los trabajos del pensador francés Michel Foucault (1926-1984) (Nota: En términos generales, la actividad de tales autores se concreta en la denominada "literatura de gubernamentalidad" (governmentality literature) o en los llamados "estudios gubernamentales" (gubernmentality studies). En ambos casos, se trata de una línea de análisis centrada en las nociones de "gobierno" y "gubernamentalidad" desarrolladas por Foucault como complemento y especificación de su noción de 'poder'. Al respecto, el texto originario es Foucault (1979) si bien se encuentra una reducida aunque muy instructiva introducción en AA.VV (1991). A partir de este texto y tomándolo como punto de partida, existen diferentes publicaciones introductorias a estas cuestiones entre las que cabe consignar Burchell, Gordon y Miller (1991); O'Malley, Weir y Shearing (1997) y la didáctica presentación del tema de De Marinis (1999)).

Este recurso a los anglofoucaltianos entiendo que supone un enriquecimiento de la matriz explicativa eliasiana en torno al proceso civilizatorio por cuanto sus argumentos resultan significativos a la hora de dar cuenta de las bases sociales del código (Nota: Para un análisis de los puntos de convergencia y divergencia entre Elias y Foucault véase Smith (2001)). A partir de ellos, trataré, en primer lugar, de identificar en lo fundamental las bases sociales del código de la civilización reflexiva. Una vez efectuada esta operación, me referiré al concepto de "neoprudencialismo" (O'Malley, 1996), que en relación a dichas bases sociales, supone un modo específico de entender y gestionar la conducta y la emocionalidad y del cual, el sujeto 'que se autoayuda' constituye una ejemplificación posible.

El código de la civilización reflexiva es el trasunto conductual y emocional de un tipo específico de "racionalidad política", la identificada como "racionalidad neoliberal o liberal avanzada"; racionalidad política propia de nuestros días. Por 'racionalidad política' se entiende el haz de objetivos -políticos, sociales, económicos, pedagógicos, espirituales, militares...- perseguidos en el ejercicio del poder así como los principios que respaldan la consecución de los mismos, principios -libertad, justicia, equidad, responsabilidad, prosperidad...- en nombre de los cuales se materializa dicho ejercicio. Cada variante de racionalidad política posee una concepción propia sobre la naturaleza de los individuos gobernados y asimismo articula objetivos, principios y tal concepción según un vocabulario y un discurso particular (Rose y Miller, 1992:178, De Marinis, 1999:87-88) (Nota: Un amplio desarrollo de esta cuestión puede verse en Gordon (1991)). Para aprehender con claridad los caracteres de la racionalidad política neoliberal resulta preciso referirse a la denominada racionalidad política welfarista, antecesora y contrapuesta en muchos aspectos a la neoliberal. A través del contraste entre ambas clarificaré con más precisión la cuestión que se aborda.

La racionalidad política welfarista es la propia del Estado de Bienestar, institucionalmente gestado a finales del siglo XIX y preponderante en el periodo que media entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de los años noventa. De acuerdo con este tipo de racionalidad, es el Estado el encargado de asegurar el pleno empleo, el progreso económico, el sistema de la seguridad social, la atención médica, el acceso a la vivienda o las posibilidades educativas mediante el establecimiento y redistribución de impuestos y la acción inversora y planificadora estatal (Rose y Miller, 1992:192). Se trata de garantizar un marco de bienestar generalizado promocionando la igualdad de oportunidades, la responsabilidad y la socialización de los riesgos (Ewald, 1996:389; De Marinis, 1999:92). Para la racionalidad welfarista, el riesgo es susceptible de ser eliminado o si no, al menos neutralizado en sus efectos ya sea a través de la acción de la ciencia o recurriendo a medidas de ingeniería social (O'Malley, 1996:203). Es, en cualquier caso, producto de una carencia o una patología. Así, por ejemplo, el desempleo adviene como fallo de la economía de mercado; el crimen, como patología personal a resultas de errores en la distribución de recursos y oportunidades o la salud como fruto de las desigualdades sociales en el acceso a dietas alimenticias, condiciones de vida o medios educativos (O'Malley, 1996:203). El riesgo se socializa y el Estado pone en marcha programas de seguridad social para neutralizar o eliminar riesgos sociales (Ewald, 1996:390).

A comienzos de los años noventa se hacen especialmente virulentas las críticas a este tipo de racionalidad y al aparato que constituye su materialización práctica, el Estado de Bienestar. Estas críticas son de diversa índole: a) al amparo de dicha racionalidad y modelo de Estado, se coartan las demandas e iniciativas individuales, b) se trata de un modelo ineficaz e ineficiente, c) se imponen trabas al libre desarrollo del mercado, d) acusa una tendencia congénita a la crisis fiscal como resultado del elevado gasto público, e) fomenta el asistencialismo y una cultura de la dependencia en el ciudadadano y f) es altamente improductivo contrastando con la productividad y el dinamismo de la iniciativa empresarial privada (Rose, 1997:30-31; De Marinis, 1999:76).

Tras este abanico de críticas, se esboza un nuevo tipo de racionalidad política, la neoliberal, que sustituirá progresivamente a su homóloga welfarista. La racionalidad política neoliberal prescinde de la pretensión reguladora, planificadora y previsora del Estado de Bienestar y del welfarismo apostando por economizar, en la máxima medida de los posible, el ejercicio del poder (Burchell, 1993:289; Rose, 1997:27; De Marinis, 1999:77). A partir de este momento se enfatiza la necesidad de que sean los propios individuos quienes se aseguren personalmente la provisión de determinados bienes y servicios combatiendo con ello la "cultura de la dependencia" promovida por el welfarismo. En términos prácticos, la racionalidad política neoliberal comporta la paulatina privatización de los servicios de salud, educación, seguridad, pensiones, seguros. en general, bienes y servicios de los que ahora realizará acopio el individuo a título personal acudiendo al mercado para su compra; bienes y servicios dependientes de su capacidad y solvencia económicas (Rose, 1996:327; De Marinis, 1999:76).

 

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