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K. A modo de conclusión. Del heterecontrol al autocontrol. III.

La civilización del comportamiento y la emocionalidad.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
Se lee en 6 minutos.

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Cuadro 2. El ámbito de autocontrol.

Autocontrol

Civilización Civilización Reflexiva
¿Qué hacer?

Regular conducta y emocionalidad con arreglo a sus principios:

- Coacciones interiorizadas y naturalizadas.
- Acción civilizadora burguesa sobre los estratos populares.
- Escuela como vehículo civilizador.
- Sociabilidad pacífica y respetuosa con el orden clasista burgués.
- Naturaleza social del hombre.
- Destinatario: el niño en edad escolar y las clases populares.

Regular conducta y emocionalidad con arreglo a sus principios:

- Felicidad como combinación de éxito y bienestar psíquico.
- Inteligencia emocional (administración reflexiva de las emociones).
- Destinatario universal.
- Hacerse cargo de uno mismo.
- Amarse a sí mismo
- Respetarse a sí mismo.

¿Por qué?

Argumento principal:
- higiénico (lucha frente al microbio, el contagio y la infección).

Argumentos secundarios:
- históricos, de sentido común y morales.

Argumentos psicológicos:
- expresivos (núcleo individual de emociones que hay que desarrollar).
- utilitarios (satisfacción del interés propio).
¿Cómo?

Mesa:
Distancia física. Servilleta como única posibilidad de limpieza.
Tenedor (izqda.), cuchara y cuchillo (Dcha.).
No sorber, no mojar, no inclinar el plato.
Prescripciones dietéticas (horas de comida, tipos de alimento, temperatura, condimentación...).
Restricción del consumo de tabaco.

Cuerpo:
Aseo total del cuerpo, de lo visible y no visible.
Restricción en el uso de enseres que tengan la marca física de otra persona. Prohibición de la mención de las necesidades fisiológicas.

Aceptación del cuerpo y las emociones.
No exigencia de reciprocidad afectiva.
Uso de la imaginación.
Combate a la deberización.
Ejercicio de la opcionalidad.
Ruptura de convencionalismos.
Autenticidad.
Desculpabilización.
Autonomía.
Sospecha social.

2. Moralidad y buenas maneras.

La conexión entre las buenas maneras y la moral se encuentra presente en los diferentes códigos que he analizado. Que existe una relación entre ambas es algo que resulta evidente vistas las diferentes aportaciones de los autores que, de forma continuada, vinculan ambas nociones. Ahora bien, la problemática estriba en conocer cómo se efectúa tal vinculación; esclarecerla, toda vez los autores seleccionados no la explicitan de forma sistemática. Lo cierto es que tratar de esclarecer este vínculo nos remite a un problema de índole general como es el de la correspondencia de las acciones humanas con la moralidad; problema por el que se han interesado diversos autores. Sin embargo, son principalmente dos de los que voy a servirme para entender ese vínculo: Aristóteles y Kant (Nota: En ambos casos recurro a aquellos aspectos de sus teorizaciones que resultan útiles para esclarecer ese vínculo. Recurro a ellos, pues, de modo parcial, antes como herramientas explicativas que para glosar de forma detallada sus aportaciones).

Entiendo que dicho vínculo adopta, básicamente dos formas. Una primera, a la que denominaré aristotélica y que se identifica con los códigos de la cortesía bajomedieval y moderna; y una segunda, kantiana, identificable con el código de la civilización. El código de la prudencia, por sus características, no puede asociarse con claridad a ninguna de las formas citadas y por ello, merecerá un tratamiento aparte.

Para Aristóteles, son las acciones las que deciden el carácter moral del hombre. La virtud moral se adquiere a través del hábito, es decir, a través de la repetición sistemática de actos virtuosos. Así, el aprendizaje de la moralidad es práctico y repetitivo; aprendizaje que debe iniciarse desde la infancia (Aristóteles, 2000:98-100) (Nota: Señala Aristóteles (2000: 99): "No es, pues, de poca importancia contraer desde la infancia y lo más pronto posible tales o cuales hábitos; por el contrario, es éste un punto de muchísimo interés o, por mejor decir, es el todo"). El conocimiento de la moral no es contemplativo sino activo y práctico. Desde esta perspectiva, una actuación sabia es una actuación en la que está presente la conciencia de que se ha adquirido actuando (Bastons Prat, 2003:18-19).

El hábito consistirá en la repetición de actos, los cuales generan una repercusión en la persona, al predisponerla y capacitarla para actos sucesivos y posteriores incrementándose sus posibilidades para, mediante la acción, convertirse en una persona moralmente virtuosa. La virtud moral es un hábito operativo (Méndez, 1978:429) especialmente eficaz en lo relativo a las pasiones. Éstas, afines a los dictados de la Naturaleza, pueden ser domeñadas y educadas gracias al hábito, que las reconduce desde su inercia natural hasta el bien para que, vía repetición, sean ellas mismas las que terminen por tomar esa dirección. Este es el momento en el que cabe, finalmente, referirse al hábito como segunda naturaleza (Méndez, 1978:430) (Nota: Aristóteles (2000:98) sintetiza su planteamiento con las siguientes palabras: "[...] porque en las cosas que no se pueden hacer sino después de haberlas aprendido no las aprendemos sino practicándolas; y así, uno se hace arquitecto construyendo; se hace músico componiendo música. De igual modo, se hace uno justo practicando la justicia; sabio cultivando la sabiduría; valiente, ejercitando el valor").

Llegados a este punto, parecería que nos encontramos en un círculo vicioso del que no resulta sencillo liberarse. Comte Sponville (1993:23) plantea el dilema de manera fácilmente comprensible: ¿cómo se convierte la persona en un ser moral si antes no se es virtuoso o no se conoce lo que es la virtud moral? Asumiendo el planteamiento aristotélico, cabría responder así: haciendo las cosas que es necesario aprender (Nota: Recuérdese la nota anterior). Mas, ¿cómo hacerlas si no las hemos aprendido todavía? Gracias al ejemplo, la obligación y la disciplina. Esta parece ser la única salida si no se introducen elementos "a priori" en el razonamiento, cosa que no hace Aristóteles. Lo que debe hacerse se infiere de lo que se hace o de lo que hace el hombre ejemplar: para ser bueno hay que actuar como actúa el hombre bueno.

En mi opinión, ésta es la lógica subyacente en los códigos de la cortesía bajomedieval y la cortesía moderna a la hora de abordar el vínculo entre maneras y moralidad. Ambos códigos quedan del lado de la vía aristotélica y convierten la acción práctica en la condición de una moralidad conformada a través del hábito, el ejemplo, la disciplina, la obediencia y la coacción. Se actúa bien cuando el comportamiento, gracias a la repetición, se ahorma y atendiendo a los preceptos de obediencia y respeto a los rangos sociales, insiste en la repetición hasta hacer de ese hábito una segunda naturaleza. La lógica aristotélica se muestra más afín a estos códigos pues al no querer resolver el círculo vicioso al que antes aludía con elementos 'a priori' ha de recurrir a elementos 'a posteriori', empíricos, tangibles como son el ejemplo que constituyen los que se entienden moralmente superiores -la nobleza- y la obediencia debida al rango social de las personas con las que se interactúa. No es casualidad que sean recurrentes en sendos códigos nociones de las buenas maneras reguladas por el tratamiento y respeto a las personas según su posición social. Así pues, si es el acto la condición de moralidad, cabría entender las buenas maneras como elemento que posibilita la formación del carácter moral de la persona y hace factible su desarrollo. En este caso, el acto hace al agente (Comte Sponville, 1993:24).

 

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