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D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. V.

La sociedad estamental española: El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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Existen razones de índole teológica y filosófica: la ordenación y jerarquización de la sociedad es producto de la voluntad divina. Dios sitúa la nobleza en la cúspide de la pirámide social y le exige el correcto desempeño de su función así como ser digna del prestigio que tal función comporta. Inicialmente, pues, posición social y honor de la nobleza provienen directamente de la divinidad. La defensa de la comunidad es la función que ha de cumplir la nobleza. Por ello, posee armas y guerrea en pro del adecuado cumplimiento de su cometido (Nota: Según Marc Bloch (1958:2-9), la nobleza como institución no se perfila antes del siglo XII, si bien su función principal y reconocida es la de guerrear. El noble es, por tanto, un profesional de la guerra). Si la primera de las razones a las que aludo es de naturaleza filosófico-teológica, la segunda se refiere al modo en que se concreta ese orden divino en un ordenamiento terrestre. Esto ocurre a través de la sangre.

La sangre es el medio que garantiza que a lo largo de generaciones se conserve la jerarquía social impuesta por la divinidad. El noble lleva a cabo una tarea esencial para la comunidad y es depositario de virtudes y un prestigio que ha de mantener esforzadamente ante el resto. La sangre es el vehículo transmisor desde los antepasados hasta el que es hereditariamente virtuoso y prestigioso. Los miembros de la nobleza nacen nobles pues así lo acredita la sangre que poseen, procedente de antepasados también nobles. La condición nobiliaria corre a través de los siglos gracias a la sangre que pasa de unos miembros a otros del mismo linaje (Nota: Como señala Domínguez Ortiz (1973:30), los tratadistas vinieron a distinguir distintos tipos de nobleza -la nobleza de virtud o la civil, creada por el rey- pero fue "la innata o heredada [...] la única que logró crédito y aceptación general"). Adviértase que la mayor antigüedad del linaje determina un grado mayor de nobleza. Cuanto más antiguo es el linaje más próximo se está cronológicamente del origen de todos los linajes; origen que no es otro sino Dios.

Insisto, por tanto, en que el honor, en su acepción plena pertenece a la nobleza. Cualquier manifestación de honor por parte de otro grupo social no es más que una participación imperfecta y distorsionada del sistema pleno de honor que se da entre los nobles (Nota: Concluye Maravall (1979:43): "En el sistema de estamentos, honor lo es tan solo propiamente el de la clase alta. Toda otra pretendida manifestación es un honor inducido, secundario, subalterno. Por mucho que cada grupo quiera afirmar su honor -y ello es propio de tal régimen- se trata de una participación por comunicación derivada. Honor es el de los 'honoratiores' si se quiere, el de los poderosos, en una amplia acepción del término: esto es, el de los distinguidos. Sólo allí se da la plenitud del sistema"). No obstante, aunque pueda entenderse como participación imperfecta, en la sociedad estamental, grupos sociales que no son la nobleza hacen por merecer una consideración honorífica. Artesanos, comerciantes o labradores albergan el anhelo de ver reconocida su dignidad social. Puede hablarse así de un fenómeno de 'contagio del honor' que nunca llega a ser honor en sentido pleno como lo es el de la nobleza. Esta pretensión de honores puede realizarse en virtud de diferentes argumentos.

Mientras permanece en vigor el sistema estamental en España, existe, por ejemplo, una tendencia a recalcar la dignidad del campesino que, aunque inferior en jerarquía social, espiritualmente es siempre acreedor de respeto. La valía del campesino nace de la importancia que tienen para el conjunto de la sociedad las tareas que realiza -abastecimiento material para el sustento de la comunidad- y de una difusa ética del labrador que presenta a éste como un hombre de palabra y defensor de la pureza (Nota: La ética del labrador es apuntada por Carrasco Martínez (1998:28). El respeto del que es acreedor el campesino puede seguirse como tema en la literatura en Fox (1991). Los extranjeros que visitaban España se sorprendían ante esa pretensión de honores que parecían tener todos los grupos sociales. Sirva como ejemplo Jean Muret, embajador extraordinario de Luis XIV en la corte de Madrid en 1666 y 1667. Muret relata como su llegada a Madrid se inicia con un incidente que le enfrenta a un mozo de mulas, al que trata por "vos" con el consiguiente enfado del mismo. A Muret le parece un tratamiento más que suficiente para un mozo de mulas aunque sigue las recomendaciones de sus anfitriones españoles y desde ese incidente pasa a tratarlo por "vuesa merced". Muret señala que cuando comenzó a tratarlo según esta nueva fórmula "[...] reconocí los espíritus completamente cambiados, incluso aquellos que antes me habían mirado de través y que con trabajo habían contestado a mis palabras, de tal modo se mostraron rendidos, en cuanto me oyeron hablar de aquella manera, que sonreían después a todo lo que yo decía". Diez Borque (1975:82). Muret había visto la fórmula de "vuesa merced" en El Quijote, concretamente cuando alguien se dirigía al escudero Sancho Panza, pero la había atribuido al carácter burlesco de la obra. Lo que le sorprende es que ese tratamiento no quede confinado en el terreno de la literatura sino que se encuentre aplicado en la práctica a quienes, en teoría, no habrían de merecerlo dada su baja condición social: "[...] pero no hubiese jamás creído que, generalmente, todos los españoles hubiesen afectado ese honor ridículo [...] En efecto, no veía al menor andrajoso que no lleve espada; se figuran que ser noble es ser español, con tal de que no haya nacido de un moro, ni de un judío, ni de un hereje". Díez Borque (1975:82)).

Otro argumento que puede esgrimirse a favor de una consideración honorífica es la posesión de sangre cristiana limpia; esto es, no contar entre los antepasados con judíos o árabes: tener, pues, la sangre libre de contactos con infieles. En el periodo estamental español, se establecerá una radical distinción entre el "cristiano viejo", descendiente de cristianos sin que se le conozca mezcla con árabes o judíos, y el "cristiano nuevo", convertido al cristianismo mediante el bautismo cuando es adulto tras haber profesado la religión judía o musulmana. Ser cristiano viejo otorga a la persona un halo de prestigio que le emparenta supuestamente con la verdadera nobleza. La preocupación por la limpieza de sangre conduce a la confección de árboles genealógicos que demuestren que ésta no se halla contaminada por antepasados judíos o árabes. Se expiden certificados que acreditan tal limpieza; esto es, que acreditan la trayectoria inmaculada de una familia libre de contaminación pagana (Nota: Muestra de la importancia de los estatutos de limpieza de sangre y su relación con el sistema del honor son las siguientes palabras del jurista Juan Arce de Otálora, escritas a mediados del siglo XVI: "Los judíos, por su crimen de lesa majestad divina y humana, han perdido toda clase de nobleza y dignidad y la sangre de aquellos que han asesinado a Cristo está hasta tal punto infectada que sus hijos, sus nietos y sus descendientes, todos portadores de una sangre infectada, están privados y excluidos de los honores, de los cargos y de las dignidades. La infamia de sus padres les acompañará por siempre". Juan Arce de Otálora, citado en Carrasco Martínez (1998:25)). Conviene detenerse en esta cuestión de la limpieza de sangre debido a la trascendencia que posee dentro de la sociedad estamental española y analizarla en relación con el concepto del honor: La limpieza de sangre fue una "inquietud obsesiva" (Nota: Henry Méchoulan, citado en Carrasco Martínez (1998:25)); "el hecho diferencial hispánico en materia social" (Domínguez Ortiz, 1973:14).

La sociedad estamental posee, sobre todo en el caso de los estamentos elevados, diferentes mecanismos de cierre que impiden el acceso a nuevos miembros. En el caso de la nobleza, tales mecanismos de cierre son imprescindibles en tanto reafirman su identidad como nobles y establecen la debida distancia distintiva respecto a otros grupos sociales. El modo de vida noble exige para su mantenimiento como modo de vida distinguido que se dificulte en la mayor de las medidas posibles la participación en él de los restantes grupos sociales. El mecanismo de cierre por excelencia de la sociedad estamental es el nacimiento: que éste se produzca en uno u otro estamento es lo que determinará la adscripción de la persona. Se trata de un mecanismo de cierre estamental de restricción máxima que no habilita espacio alguno a la iniciativa individual, los méritos o los logros como posibles criterios de posición social.

La limpieza de sangre es otro mecanismo de cierre si bien su capacidad restrictiva es menor. No alcanza, pues, el nivel de restricción que ostenta el nacimiento. El nacimiento -y en consecuencia, la sangre- es quien determina la participación de la persona en el sistema de honor pleno del que disfruta el noble. La limpieza de sangre no confiere condición nobiliaria pero sí que actúa como barrera de acceso a la nobleza: si se quiere, se trata de un prerrequisito para ser noble. Precisaré mejor cada uno de estos argumentos.

 

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