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G. LA PRUDENCIA: El código de buenas maneras de la Corte absolutista. IX.

El código de buenas maneras de la Corte absolutista. La prudencia.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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La persona debe estar tranquila en la mesa, no apoyar los codos sobre ella y manteniendo el cuerpo derecho, no hacer manifestaciones de que tiene hambre. Ha de tenerse en mente que en el comer, el individuo debe ser 'limpio'. Ser 'limpio' no alude a ninguna concepción de higiene o asepsia sino a una suerte de caracterización psicológica del comensal. Quien no es 'limpio' en el comer será calificado de tosco, goloso o sucio:

"Por comer limpio entendemos: no se sonar con el pañizuelo, no se echar sobre la mesa de codos, no comer hasta acabar los platos, ni murmurar de los cocineros porque muy gran infamia es para un cortesano notarle de goloso y acusarle de sucio". (Guevara, 19??:109-110).

Una compostura general adecuada exige que los instrumentos en la mesa sean debidamente utilizados. El cerco sobre las manos como medio para llevarse la comida a la boca se ha estrechado hasta tal punto que el uso de éstas será interpretado como indicio de animalidad. Es más, usar las manos y ver los dedos grasientos provocará asco en quienes los contemplan y vergüenza en quien los exhibe. En lugar de las manos, la persona debe servirse de la cuchara, el cuchillo y un nuevo instrumento que poco a poco ha ido abriéndose un espacio en la comida: el tenedor.

El tenedor no llega a España hasta bien entrado el siglo XVII, durante el reinado de Felipe IV, comprendido entre 1621 y 1655 (Díaz Plaja, 1974:278). Si bien ya existían en el bajomedievo instrumentos de similar forma, éstos eran empleados para ayudarse en el trinchar de las carnes y nunca utilizados por los comensales para degustar directamente la comida (Nota: En el capítulo dedicado a la cortesía bajomedieval ya apunté esta cuestión. En Arte Cisoria (1423) de Enrique de Villena (1382/1384-1434) se habla de la Broca, de dos o tres puntas y con un mango afilado. La Broca de dos puntas se empleaba para poner la comida frente al comensal, la fruta y el pan. La de tres puntas se utilizaba como ayuda al trinchar la carne. En todo caso, ni la de dos ni la de tres puntas servían para que el comensal las utilizase individualmente para consumir su comida. Cfr. Villena (1994)). Sin embargo, aquí se prescribe el uso individualizado de este instrumento hasta ahora no empleado de modo individual. Usar el tenedor evita que los dedos se manchen, que éstos tengan que ser limpiados continuamente o que sean relamidos en ese deseo de verlos limpios:

"Digo con el tenedor, porque es [...] muy indecente tocar a qualquiera cosa grassa, salsa, ó almivar, &c. Con los dedos; además, que esso obliga á dos, ó tres indecencias: La una es limpiar las manos frequentemente en vuestra servilleta, y ensuciarla como rodilla de cocina, de suerte, que causa asco a los que la vén llevar a la boca para limpiaros: La otra es la de limpiaros las manos, que aún es peor, y la tercera, lamer, ó chuparos los dedos, que es el auge del desaseo" (Callieres, 1744:129-130).

El uso de las manos está vetado: " ahora quando te pongas a comer, no se te olvide el tenedor, que es muy del caso, porque si no en la Corte es lo mismo, que no comer, porque en este mandamiento de dedos, nadie quiere entrar " (Arias, 1734:9). La utilización del tenedor se convierte en un prerrequisito indispensable para unas buenas maneras depuradas. El argumento que se esgrime en pro de su empleo es la repugnancia que unos dedos manchados puedan provocar en los demás y la vergüenza propia al ver que esa conducta es censurada públicamente. La imagen de unos dedos embadurnados de salsa o grasa es desagradable toda vez se ha producido un cambio en la pauta de pudor de las personas. Cada vez un mayor número de comportamientos quedan bajo el umbral del pudor -entre ellos, el uso de las manos para comer directamente la comida-resultando en consecuencia prohibidos. Estas prohibiciones se expresan mediante el asco, la repugnancia, los escrúpulos o la vergüenza. Así pues, como señala Elias, "el tenedor no es otra cosa que la materialización de cierta pauta de emociones y de escrúpulos" (Elias, 1987:168). Esta pauta de emociones y escrúpulos que, entre otras cosas, entiende que no es admisible comer sin tenedor, ha sido configurada gracias a la presión del entorno, a la vigilancia recíproca de los comportamientos, al incremento del grado de interdependencia individual y al creciente número de contactos interpersonales. Dicha pauta tiene un origen básicamente social: las coacciones que pesan sobre la conducta provienen de las propias condiciones de sociabilidad. Estas coacciones, responsables del moldeamiento de los sentimientos de asco, vergüenza, desagrado o repugnancia, se interiorizarán progresivamente hasta que su origen sea olvidado y activándose de manera automática se justifiquen como coacciones inherentes a la propia naturaleza humana o coacciones establecidas en función de criterios médicos o higiénicos. El código de la prudencia muestra ya esta inicial interiorización de coacciones -que no será definitiva hasta la llegada del siguiente código, el de la civilización- mostrada en los sentimientos de asco y repugnancia que despierta la contemplación de unos dedos manchados de grasa por prescindir del tenedor.

La ampliación del umbral del pudor implica que cada vez un mayor número de comportamientos queden sujetos a sentimientos de asco, repugnancia o vergüenza. Dicha ampliación se ha producido dentro del código de la prudencia y se manifiesta significativamente, por ejemplo, en la progresiva desaparición de preceptos relativos a la regulación de necesidades fisiológicas primarias. Si antaño los manuales se referían de modo directo al cuándo, cómo y dónde orinar, defecar o escupir ahora las referencias a los actos de evacuación de la orina o las heces son inexistentes y sólo aparecen en forma reducida aquéllas que aluden al acto de escupir. La ampliación del umbral del pudor con el consiguiente incremento de los escrúpulos silencia poco a poco cualquier mención a dichas necesidades primarias, silencio que alcanza a las propias publicaciones sobre buenas maneras. En los códigos de la cortesía bajomedieval y moderna se incluían recomendaciones acerca del orinar o el defecar. En las publicaciones que han sido consultadas para estudiar el código de la prudencia, sólo Callieres menciona el acto de escupir y es para condenarlo tajantemente (Callieres, 1744:288) mientras que en el resto no aparece mención alguna ni al escupir, ni al orinar ni al defecar; por otra parte, cuestiones que sí aparecían en los manuales de buenas maneras bajomedievales y modernos.

Regresando a la cuestión de la compostura, cabe señalar otro aspecto crucial junto al imperativo de utilizar el tenedor. Esto es, la utilización de los utensilios de comida -cuchara, tenedor, cuchillo, plato y vaso- ha de llevarse a cabo de forma individual. Esta utilización individual se impone toda vez el muro invisible que los escrúpulos construyen entre los hombres impide compartir dichos utensilios, quedando éstos asignados estrictamente a un solo individuo. La individualización de platos, vasos y cubiertos trae consigo nuevas reglas que consolidan la distancia física y simbólica que los escrúpulos, la repugnancia y el desagrado van marcando. Con arreglo a esto, por ejemplo, queda regulado el uso de la cuchara:

"Conviene tambien observar, que es necesario siempre limpiar vuestra cuchara, quando después de haveros servido, quereis con ella tomar alguna cosa en otra fuente, porque se hallan gentes tan delicadas, que no querrian comer del guisado en donde la havriades entrado, depuse de haverla llevado á la boca. [...] y ademas de esso, si está á la mesa gente muy delicada, no es bastante limpiar la cuchara, conviene no servirse mas de ella, sino pedir otra" (Callieres, 1744:127).

Lo que entró en contacto con una persona no debe ser utilizado por otra. De forma análoga, se aplica este precepto a los alimentos, al vino o a la fruta (Nota: Señala Callieres: "Es asimismo descortesia presentar a otro un vaso de vino, haviendolo primero gustado" o "Es una gran descortesia presentar fruta, ó otra cosa, la qual se haya mordido". Cfr. Callieres (1744:137) y Callieres (1744:140) respectivamente). Lo que se toca o come ya no puede devolverse a la fuente común de la que procede: "Es preciso tener por regla general, que todo lo que haya estado una vez en el plato, no debe volverse a la fuente" (Callieres, 1744:131). Mas el cuidado en la compostura no acaba una vez que han desaparecido los alimentos de la mesa. Al igual que hubo que lavar las manos al iniciar la comida, habrá que lavarlas una vez acabada (Nota: Afirma Pedro González de Salcedo (1671:130) en su obra Nudrición real (1671), escrita con vistas a proporcionar una guía de educación de jóvenes príncipes y futuros reyes, sobre la limpieza de las manos: "E devenles facer lavar las manos antes de comer [...] é después de comer qe las deven lavar porque las lleven limpias á la cara, é á los ojos, é limpiarlas deven á las tobajas [...] ca non las deven limpiar á los vestidos"). Conviene también limpiar los dientes, aunque nunca delante de todos ya que tal comportamiento repugnaría a quienes se sientan en la mesa:

"Es descortesía limpiar los dientes delante de la gente, y de limpiarlos durante y despues de la comida con un cuchillo, ó con un tenedor; lo qual es enteramente una cosa indecente, y que disgusta" (Callieres, 1744:138).

En lo tocante a la compostura, dos son los elementos, pues, a tener en cuenta. Por un lado, la inexcusable utilización del tenedor, instrumento en el que se materializa una pauta de pudor que fija el límite de los escrúpulos, el asco y la vergüenza. Por otro, la individualización de los cubiertos, platos, vasos y alimentos; síntoma de la distancia física y psíquica que escrúpulos, vergüenza y asco imponen entre los hombres.

 

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