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J. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN REFLEXIVA: Autoavuda y cuidado del Yo. XII.

Autoayuda y cuidado del yo. La civilizaciópn del conocimiento.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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¿Qué son las buenas maneras desde la óptica de la deberización? Son un conjunto de normas socialmente vigentes que regulan la conducta y la expresión de las emociones en nuestros contactos interpersonales. ¿Y qué son desde una óptica contraria a la deberización como la defendida por la literatura de autoayuda? No son más que un conjunto de normas fijadas por imposición social, normas arbitrarias carentes de toda lógica racional:

"Coma el pollo de esta manera; espere siempre a que la anfitriona empiece a comer antes de empezar; al hacer las presentaciones presente al hombre a la mujer y no al revés; en las bodas, siéntese en tal sitio determinado en la Iglesia; dé tal propina; vístase así; exprésese de tal manera" (Dyer, 1978:203).

Las buenas maneras son el paradigma de la deberización y como tal, no contemplan margen alguno para la actuación original y espontánea del individuo. Actúan como una suerte de corsé que oprime a la persona que en vez de dictaminar personalmente cómo va a comportarse, asume acríticamente estos estándares sociales. Los argumentos sociales que tradicionalmente sostenían el entramado de las buenas maneras resultan sospechosos a ojos de la literatura de autoayuda; sospechosos de ahogar al individuo en un mar de coacciones no elegidas que tiranizan la voluntad y el deseo de la persona. Frente a los argumentos sociales, el código de la civilización reflexiva esgrime argumentos psicológicos afines al amor a uno mismo, el autorrespeto y el hacerse cargo de sí. La consigna es la no deberización:

"Pero no tienes que deberizarte. Nunca jamás. No pasa nada si no guardas la compostura o no entiendes. Te es permitido no tener dignidad si así lo escoges" (Dyer, 1978:202).

Por tanto, las buenas maneras se erigen en un "sistema exterior de apoyo" al que se acoge el individuo para saber cómo ha de comportarse y cómo ha de gestionar su emocionalidad. Esto le torna dependiente y le lleva abstenerse en el ejercicio de su responsabilidad. Frente a la deberización de las buenas maneras se propone una batería de recomendaciones que deben partir necesariamente de una indagación acerca de la propia conducta. Tras esto, se sugiere (Dyer, 1978:216-220) a) elaborar un listado de normas y exigencias que han de satisfacerse a sabiendas de que no son pertinentes o válidas para la persona; b) enfrentar ese listado con uno que confeccionemos con normas alternativas; c) crear tradiciones propias; d) llevar un diario en el que se anoten qué comportamientos atienden a referencias sociales y cuáles a referencias internas estipuladas por la propia persona; e) rehusar a compartir comportamientos que contravengan dictados sociales con otra persona puesto que ello supondría un intento de refrendar nuestra conducta con criterios ajenos a nosotros mismos; la pugna frente a la deberización ha de librarse en solitario y f) no esperar que los demás también contravengan dichos dictados sociales sólo porque nosotros lo hagamos; la máxima que debe recordarse es que "toda la infelicidad que escojas será el resultado de tu propio esfuerzo y de tu propio comportamiento y nunca el resultado de las acciones de otra persona" (Dyer, 1978:220).

5.1. Apostilla: La persona que se autoayuda.

En esta sección que sigue trato de elaborar una suerte de tipo ideal que refleje los principales rasgos que caracterizan a la persona que se autoayuda; la persona que procede, a partir de las propuestas de la literatura de autoayuda, a autorregular su comportamiento y emocionalidad en pro del bienestar físico y psíquico y, en última instancia, en pro de la felicidad. Aunque la literatura de autoayuda advierte que este tipo de persona puede resultar a ojos de críticos, detractores o incrédulos algo así como un personaje de ficción (Dyer, 1978:297), no oculta su convicción de que a través sus recomendaciones y la responsabilidad reflexiva de cada cual consigo mismo puede alcanzarse un nivel de plenitud y autorrealización identificable con dicha felicidad.

- La autoaceptación física y psíquica. La persona elige otorgarse a sí misma un valor positivo más allá de sus actos, la opinión de los demás y los dictados sociales. Es una persona que se quiere y que asume activamente y no con resignación sus defectos y virtudes, sus peculiaridades personales y el aspecto de su cuerpo. Tal autoaceptación es un requisito básico e inicial para diseñar un proyecto de personalidad y vida cuya referencia es siempre la propia persona (Nota: Giddens (1997:104-105) se expresa en el mismo sentido. La línea de desarrollo de la persona es internamente referencial por lo que el único criterio corrector para el individuo es lo que disponga el propio individuo). La autoaceptación y una valoración positiva de sí mismo es el requisito básico para enfrentarse al mundo con garantías de éxito y felicidad.

- La autenticidad. En tanto la persona se autoacepte y valore positivamente y, en consecuencia, reconozca para sí sus puntos fuertes y flacos, se habrá liberado del fardo de las apariencias, del lastre de representar ante sí y los otros un papel ficticio con el que conseguir la aprobación del prójimo. No tiene, pues, que violentar su emocionalidad y comportamiento fingiendo estados de ánimo o caracteres de personalidad que no son los propios. La persona se torna auténtica y fiel a sí misma en la expresión de sus emociones y en su manera de obrar. La mentira no sería otra cosa que la distorsión de esa autenticidad; una manera de engañarse a sí mismo y a los demás. Se está ante una persona honesta y transparente ante sí y ante los otros.

- La desculpabilización. La persona puede admitir que comete errores pero no malgasta tiempo y energía arrepintiéndose de ello. La total carencia de culpa es uno de los rasgos básicos de la persona que se autoayuda. La culpa inmoviliza, los remordimientos paralizan al individuo y le atan a un pasado inmodificable cuando lo importante es el presente; cómo organizarse aquí y ahora. A partir de esta consideración del presente, el anverso de la culpa es la preocupación, orientada hacia el futuro, inmovilizadora del mismo modo. Cuando la persona decide hacer de sí misma su más preciosa posesión, ni culpas ni preocupaciones socavan tan valiosa consideración; consideración que se mantendrá inmutable frente a los avatares de la vida. Dicha consideración, forjada mediante la autoaceptación y el amor a sí mismo, constituye un ámbito irreductible, un núcleo de certeza y seguridad, un haber que nadie puede usurpar y que se mantiene pese a errores y conductas desafortunadas.

- La no-deberización. El individuo no reconoce para sí más deberes que los que él mismo se impone. Incluso éstos no tienen por qué ser siempre los mismos y por lo tanto pueden ser, sometidos a revisión, reformulación y como no, también desechados. Ni las convenciones sociales, ni un patrón moral tradicional, ni la religión ni las demandas de los demás lograrán imponer sobre la persona comportamientos o emociones que no hayan sido aceptadas previamente por ella. Si la persona no se deberiza, tampoco deberiza a quienes le rodean: ni exige, ni impone, ni culpabiliza al prójimo. Las relaciones interpersonales no observan más criterios que los que deseen fijar los individuos. Son relaciones asidas a una voluntad pura; se mantienen por sí mismas y nada más que por las recompensas que genera la propia relación y los vínculos interpersonales (Giddens, 1997:117). Por tanto, vínculos y relaciones, exentos de obligaciones, se mantienen por sí mismos y son siempre susceptibles de ser revisados y por supuesto, dejados de lado.

- La autonomía. La persona es autónoma para decidir qué o no quiere hacer; autónoma para establecer valores y creencias; autónoma para priorizar sus deseos y para establecer los medios mediante los cuales poder satisfacerlos. En el ejercicio de su autonomía prescinde de consideraciones ajenas y reconoce el mismo derecho a la autonomía que ella posee en los demás. Desprenderse de coacciones externas y no coaccionar al prójimo son contenidos fundamentales de esta noción de autonomía (Nota: Esta autonomía en el obrar y en el sentir puede extenderse hasta ámbitos inicialmente insospechados. Según Lousie L. Hay, la persona está capacitada para alcanzar una autonomía médica cuando a través de sus hábitos mentales y sentimentales está en condiciones de curar sus propias dolencias o si no de participar activamente en su curación. Ella misma se ofrece como ejemplo al afirmar que logró superar su cáncer; cáncer provocado a su juicio por una profunda acumulación de resentimiento contra quienes la maltrataron y vejaron. Liberándose de ese modelo mental de resentimiento y sustituyéndolo por otro de amor a sí misma consiguió dejar atrás su enfermedad, tenida por incurable. Cfr. Hay (1989:213-223). Según esto, Hay elabora un listado de enfermedades y dolencias acompañadas de los modelos mentales y sentimentales que las producen y agravan proponiendo a continuación un nuevo conjunto de modelos correctores de las mismas.

Gracias a los nuevos modelos, la persona está en condiciones de gestionar su salud y autonomizarse en gran medida de intervenciones médicas. Por ejemplo, el modelo mental y sentimental afín a la arteriosclerosis es la resistencia emocional, la tensión, la rigidez mental y la negativa a valorar los aspectos positivos de la vida... El modelo alternativo corrector se basa en una apertura mental a la vida, al júbilo y a la contemplación con amor de la existencia. En el caso de la esclerosis múltiple, el modelo mental y sentimental que le acompaña se caracteriza por la rigidez mental, la dureza de corazón, una voluntad de hierro y el miedo. El modelo alternativo corrector pasa por configurar un mundo propio amable y jubiloso a través del amor; mundo en el que la persona se siente libre y a salvo. Cfr. Hay (1989:173, 182). Dyer no alcanza tal grado de precisión al relacionar enfermedades con modelos negativos o correctores del comportamiento y la emocionalidad. Adopta un tono más modesto y sostiene que se alcanza cierto grado de autonomía médica cuando la persona se ama a sí misma. Al amarse, se cuida integralmente, tanto física como psíquicamente. Ese cuidado redunda en un estado físico no enfermizo del cual queda excluida, por ejemplo, la inmovilidad que podrían provocar los resfriados o el dolor de cabeza. Cfr. Dyer (1978:307)).

 

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