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I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. XI.

El penúltimo jalón en el camino. La generalización de la educación.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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El simple apretón de manos que sirve como saludo entre varones en Occidente es un vestigio del primigenio hábito de mostrar al otro con tal apretón que no se tiene o va a usarse una espada (López, 1990:52).

El argumento de sentido común se apoya en una suerte de intuición o conocimiento de determinadas reglas de conducta depurada que tiene en sí cualquier persona. No se trata de reglas extraordinariamente complejas sino que habitualmente, lo que se justifica mediante el sentido común son preceptos básicos referidos al comportamiento cotidiano que se espera que cualquier persona llegue a cumplir. Y se espera esto ya que, con esa llamada al sentido común, se recurre a una serie de reglas y conocimientos tenidos por habituales que posibilitan una relación satisfactoria con la realidad -en este caso, la realidad del trato social y las buenas maneras- y que son previos a cualquier acto de cuestionamiento crítico. Así, cuando las buenas maneras son justificadas mediante el recurso al sentido común, aparecen como maneras incuestionables, obvias y al margen de cualquier revisión crítica. De este modo, si la persona desconoce la forma correcta de comportarse en una ocasión concreta, si desconoce reglas específicas de cortesía, debe ampararse en el sentido común. De acuerdo con Camilo López, son reglas de sentido común no soplar la comida caliente, masticar con la boca cerrada, no mojar pan en la salsa de las comidas, no jugar con los cubiertos, no hacer bolitas con el pan o cortar los alimentos a medida que se van comiendo (López, 1990:106). El sentido común explica también la única excepción a la consabida regla de ceder el varón el paso a una mujer ante una puerta o un paso estrecho. Esta excepción aparece cuando se trata de acceder a un ascensor: "En este caso será el hombre quien se adelante a cruzar la puerta, haciéndolo la mujer a continuación. La inversión en el orden de acceso se justifica razonando que el varón debe 'explorar' el lugar, protegiendo así a la dama de los posibles peligros que le puedan acechar en el interior" (López, 1990:140).

El argumento moral del respeto al prójimo recuerda de algún modo al tradicional argumento social esgrimido los códigos anteriores para justificar unas maneras determinadas. Sin embargo, es preciso realizar algunas salvedades y matizar esa semejanza. El argumento social que habla del respeto al otro en los códigos estamentales de buenas maneras fija siempre la observancia de tal respeto en el grado de honor que posee cada persona en función de la posición que ocupa en la jerarquía social. Es, por tanto, también un respeto implícito a la desigualdad social que consagra el régimen estamental adjudicando diferentes grados de honorabilidad a los distintos estamentos. Sucede que cuando el Antiguo Régimen se desmantela y queda atrás el universo social desigualitario que le es propio, ese respeto debido al prójimo ya no se identifica fácilmente con la posición social que éste ocupe. A partir de este momento, el respeto se muestra ante cualquier persona independientemente de su adscripción social en tanto individuo portador de una especificidad, de un carácter propio y de unos derechos que le convierten, como tal, en una entidad digna de ser respetada.

En general, toda persona merece respeto; el mismo respeto más allá de su posición social y lo merece en tanto es un ser humano igual al resto de sus congéneres. Esa igualdad se traduce en disposiciones legales pero también arraiga en la conciencia de las personas hasta convertirse en un esquema mental progresivamente asumido por todos. La persona, pues, merece respeto y es este aserto el que recoge el código de la civilización para convertirlo en un argumento que justifique el porqué de las buenas maneras. En este sentido se manifiesta el "Tesoro de las Escuelas" de Saturnino Calleja Fernández, obra de instrucción escolar de finales del siglo XIX, escrita a imitación del popular "Juanito" de Luigi Parravicini y que sirviera como manual aleccionador para la infancia basándose en el comportamiento de un niño ejemplar (Juanito):

"La Naturaleza, que es tanto decir Dios mismo, nos dio a todos los mismos derechos y nos impuso los mismos deberes; las jerarquías y diferencias han sido establecidas por la sociedad. Pero una sociedad equitativa y justa recompensa con las ventajas y derechos que concede las desventajas y deberes que impone" (Nota: Calleja Fernández, Tesoro de las Escuelas; citado en Benso Calvo (1997:140). Aunque Benso Calvo no indique la fecha de publicación de la obra que cito, puede suponerse que fue publicada a finales del siglo XIX por las siguientes razones: a) Saturnino Calleja figura en la bibliografía de Simón Palmer y Guereña [Cfr. Simón Palmer y Guereña (1995:165)] con una obra titulada "Reglas esenciales de Urbanidad y Buena Crianza para niños" publicada en 1886 y reeditada en 1890. Su contenido es afín al "Tesoro de las Escuelas" que cito y esa afinidad temática me lleva a pensar que no pudieron estar excesivamente alejadas en el tiempo una obra de la otra; b) "Juanito" de Luigi Parravicini, obra en la que se inspira Calleja para componer su "Tesoro de las escuelas" fue publicada por la propia editorial Calleja en el año 1890 [Cfr. Simón Palmer y Guereña (1995:166)], dato que me hace suponer que tampoco podrían haber estado muy distanciadas temporalmente ambas obras al ser una fuente de inspiración inmediata y declarada para la obra (El subtítulo de "Tesoro de las Escuelas" es "obra escrita a imitación de la italiana Juanito escrita por Parravicini)).

En estas palabras se apuesta ya por una concepción de la sociedad que, aunque con su propia dinámica genere diferencias sociales entre las personas, también es capaz de compensarla con los derechos y ventajas que ofrece; también es capaz de corregir esas diferencias en pos de una mayor igualdad. Así, cuando avanza la igualdad, la persona se convierte para el otro en un 'semejante' al que sin excusas hay que respetar. José de Urcullu en su "Moral, Virtud y Urbanidad" se pronuncia sin ambages al respecto:

"Bien mirado, ni importa mucho que yo me quite o no el sombrero, que yo me siente derecho o torcido, que yo trate de usted o de tú, pero todas esas cosas son otras tantas señales del respeto que tengo a mis semejantes, y aun observo que les agradan" (Nota: José de Urcullu; Moral, Virtud y Urbanidad; citado en Benso Calvo (1997:110)).

Ahora bien, existe espacio para introducir matices en torno a esta teoría y práctica del respeto. Camilo López en "El Libro del saber Estar", al referirse a las presentaciones entre personas con motivo de cualquier acto social, alude a la preferencia que en tales presentaciones debe otorgársele a quien es "digno de mayor respeto" (López, 1990:56). Ser digno de mayor respeto no supone aquí un trato substancialmente distinto al que deba dispensarse a otras personas sino una consideración prioritaria y preferente para quien por motivos profesionales, etarios, familiares o protocolarios se entiende merezca esa prioridad y preferencia. Es decir, se trata de una prioridad o preferencia formales que no substanciales. Como digo, en el caso de las presentaciones, el orden que debe seguirse es a) los hombres han de ser presentados a las mujeres; b) entre dos personas del mismo sexo, es el más joven quien se presenta al de mayor edad y c) "en caso de existir algún tipo de jerarquía social o profesional, el inferior es presentado al superior" (López, 1990:55). López entiende, de cualquier modo, que esto último no es más que una regla de "aplicación universal" (López, 1990:56) que puede ser complementada gracias al sentido común. En caso de que se presente a un "anciano profesor" y a una "joven señorita" será la edad quien se imponga al sexo y así, "la dama será presentada al caballero" (López, 1990:56). Como puede observarse en este caso, se pergeña una 'geometría de las presentaciones' en donde la prioridad y la preferencia dependen de diversos criterios.

Dentro del código de la civilización, el argumento del respeto al semejante también posee connotaciones morales. Este respeto, apoyado en la configuración progresiva de un universo social igualitario, se basa en una consigna ética de sencilla asimilación y comprensión repetida por todos los autores que dan forma a este código:

" no hacer ni decir a los demás nada que no quieras que te hagan o digan a ti ", apunta Camilo López en "El Libro del Saber Estar" (López, 1990:18); "no hacer lo que no quisieras que te hiciesen y hacer lo que quisieras que hiciesen contigo", señala Mr. Blanchard en "El Maestro de sus Hijos" (Mr. Blanchard, 1864:10) o "haz lo que quisieras que te hagan a ti" de José de Urcullu en "Moral, Virtud y Urbanidad" (Urcullu, 1897:111) son muestras de esta reciprocidad moral que preconiza el código. Tal consigna ética constituye el núcleo moral del código de la civilización. No obstante, en las publicaciones más actuales, los contenidos de carácter moral se reducen a poco más que a esa apuesta por la reciprocidad ética mientras que en las publicaciones anteriores, las consignas de índole moral son significativamente más amplias. Entre éstos últimos, los argumentos morales siguen insistiendo en la ligazón que ha de existir entre la exterioridad -representada por una conducta civilizada y decorosa- y la interioridad -el correcto ordenamiento moral de la persona- de cada cual a fin de que un comportamiento civilizado no derive en mera hipocresía cuando no es acompañada de un ordenamiento moral adecuado. Esta ligazón, ya advertida en los códigos anteriores y puesta en entredicho por el código de la prudencia, va a mantenerse en las publicaciones del primer tercio de siglo XX para acabar difuminándose a finales de la misma centuria.

 

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